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Juan Carlos Chirinos: "Cuando aceptemos que el chavismo forma parte de nuestra idiosincrasia comenzaremos a resolver nuestros problemas"

El autor venezolano presenta "Los cielos de curumo", una novela que retrata a través de las miradas de cinco mujeres los primeros años del régimen de Chávez

Juan Carlos Chirinos nació en Valera (Venezuela), pero vive en Madrid desde los noventa
Juan Carlos Chirinos nació en Valera (Venezuela), pero vive en Madrid desde los noventalarazon

El autor venezolano Juan Carlos Chirinos presenta "Los cielos de curumo", una novela que retrata a través de las miradas de cinco mujeres los primeros años del chavismo

En Venezuela huele a avellana y los buitres acechan desde las terrazas de los edificios. El comandante ya está en el palacio de Miraflores y el resto de militares se preparan para los años de bonanza que adivinan en el horizonte. Ese es el país que retrata Juan Carlos Chirinos, autor venezolano radicado en España, en "Los cielos de curumo"(La Huerta Grande). Las cinco mujeres que protagonizan la novela comparten la sensación de que desde las sombras acecha un ente maligno, como se ven hoy, en lo alto de los edificios de Caracas, los ojo dibujados de Hugo Chávez que persiguen a los ciudadanos. Chirinos comenta con La Razón cómo se ha vuelto casi imposible no escribir sobre la crisis de su país, así como el peligro de caer en la explotación de la miseria de los que permanecen en Venezuela.

-"Los cielos de curumo” retrata el momento de declive del país: los primeros años del chavismo, de su corrupción política y social. Una idea presente en la novela es la de “país campamento”, que decía José Ignacio Cabrujas. “Los caraqueños están de paso por su ciudad” y “somos venezolanos provisionales”, dicen sus personajes.

-No recordaba que Cabrujas había formulado esa expresión. La idea de país provisional me la dio un estadounidense profesor de inglés del Centro Venezolano Americano de Caracas. Una vez caminando por la avenida Urdaneta, me dijo: “Ustedes están aquí como de paso, como si quisieran sacar la riqueza e irse, pero, ¿para dónde?”. Es una idea que siempre me ha rondado y de la que hablo en el ensayo “Venezuela. Biografía de un suicidio” y que también está esbozada en la novela. Hay una sensación de que soy venezolano pero no le tengo aprecio a Venezuela.

-Pero parece que la crisis nos ha hecho más venezolanos que nunca, que ha exacerbado la identidad nacional, no hay sino que entrar en Twitter estos días para sentirlo.

-Hay que tomar en consideración cómo se ha visto Venezuela a sí misma no en estos 20 años, sino en los últimos 150. Ese nacionalismo exacerbado del que hablas ha existido siempre. Te pongo un ejemplo: cuando en 1902 Estados Unidos, Holanda e Inglaterra bloquearon los puertos de La Guaira y Puerto Cabello, Cipriano Castro apeló al nacionalismo y pronunció aquella frase de “la planta insolente del extranjero...”. Es el mismo sentimiento que puede tener alguien que ahora quiera recuperar Venezuela de los cubanos o de los chinos. Eso de llorar con la canción “Venezuela”, o de andar con la gorra de la bandera, eso no es ser venezolano, eso es como ser hincha de un equipo de fútbol. Querer a un país se trata de mirar lo positivo, apreciarlo, pero también de ponderar lo negativo, que hay mucho, y aceptarlo. Cuando aceptemos que Hugo Chávez y el chavismo no aparecieron de la nada sino que forman parte de nuestra idiosincrasia, entonces vamos a comenzar a resolver este problema.

-En la novela, la identidad de Caracas es tan importante como la del resto de personajes. Aún no existe un imaginario literario de Caracas como sí de Nueva York, París o Buenos Aires. ¿Cómo es esa Caracas literaria de “Los cielos de curumo”?

-Escribí esta novela pensando en Caracas como espacio literario básicamente porque somos los escritores a los que nos interesa Caracas los que tenemos que literaturizar la ciudad. Cada vez que un extraterrestre llega a la Tierra aterriza en Nueva York, porque Nueva York es una ciudad literaria y cinematográfica, lo mismo que Buenos Aires, porque Borges, Cortázar y Sabato la han convertido en un imaginario. Madrid tiene a Benito Pérez Galdós como el gran creador del Madrid literario, y hay continuadores, por supuesto, como Valle-Inclán, con “Luces de Bohemia”, que es Madrid puro y duro. Y Caracas sí ha tenido representantes. Por ejemplo, la extraordinaria “Después Caracas”, de José Balza, o las novelas de Antonieta Madrid, así como “Los platos del diablo”, de Eduardo Liendo. Incluso desde el siglo XIX: desde el primer poema de Andrés Bello a la quebrada Catuche o "La casita blanca", de Cecilio Acosta, así como “Vuelta a la patria”, Pérez Bonalde. Y me estoy olvidando de Salvador Garmendia y de Adriano González León, además de Juan Carlos Méndez, Rodrigo Blanco, Israel Centeno, Gisela Kozak... Pero digamos que una ciudad tiene que consolidar su presencia literaria, por lo que hace falta seguir literaturizando Caracas, y esa fue mi idea, crear la ciudad pero, también, con la intención de que no sea Caracas lo único que se vea de Venezuela, por eso algunos personajes viven o vienen de fuera. Esta es la Caracas de mi memoria, de mi ideología, además de ser mi mapa amoroso y de amistad, porque los que aparecen en la novela son los puntos donde viví en Caracas.

-¿Es posible hoy ser escritor venezolano y no escribir sobre Venezuela?

-Es lo que he tratado de hacer durante los últimos treinta años, pero no me dejan (risas). Odio profundamente el término Latinoamérica, me parece una denominación tramposa y que nos perjudica: yo soy americano, venezolano y de Valera, que es el centro del mundo. Como un español es europeo. No necesitamos más adjetivos. Por otro lado, me molesta mucho que siendo venezolano se me obligue o se me sugiera siempre que escriba sobre política o dictadores. Si se me ocurriera escribir "Harry Potter"no me publicaba nadie. Esta novela la comencé hace 20 años, tenía 500 páginas cuando la terminé de escribir en 2000 y era una novela sobre el amor contemporáneo, no sobre política o sobre el chavismo. Pero se me ha colado esa realidad y no he podido evitarlo. Aunque lo hago no sin protesta. Quiero ser un escritor con derecho a escribir “20.000 leguas de viaje submarino” sin que nadie me critique.

-A veces, cuando pienso en escribir sobre Venezuela, me queda el mal sabor de que pueda convertirse en el aprovechamiento de una tragedia.

-En un sector de los venezolanos que viven fuera hay algo que me molesta profundamente: el victimismo profesional. Se quejan de los problemas de quienes están allá. No, usted está aquí en Madrid y que se queje tanto es obsceno. Por eso me angustia escribir sobre Venezuela. Es un tema muy complejo que toca bastantes aristas. Es una preocupación real que tengo como escritor: ¿Hasta qué punto lo que escribo ayuda a convertir en una camiseta o una chapa el hambre que se está pasando en Venezuela? Es pura pequeño burguesía en acción. La pregunta es: ¿nosotros pertenecemos a esa banda de pequeños burgueses sufridores? Es duro y difícil de responder. Trato de ser lo más honesto posible, y por eso hablo de esto.

-La sexualidad y la importancia de la retórica tienen una gran presencia en el libro, ¿cómo se vinculan el sexo, la muerte, el lenguaje y la corrupción, todos presentes en la narración?

-Cuando escribí la primera versión de esta novela quería tocar muchas cosas: el amor, el mal en la ciudad representado en los animales, la publicidad como un discurso retórico y, al final, agregué el elemento político. Creo que lo dejé condensado en varios puntos y, básicamente, el núcleo de la novela son los cinco personajes femeninos. Es una pequeña vanidad que me permití. Dije: “Voy a escribir sobre cinco mujeres”. Y pasé veinte años preguntándole a mis amigas cosas que solo las mujeres pueden saber, porque las viven. Y me di cuenta de algo que todos podemos notar: que son seres humanos antes que mujeres y por eso sienten y padecen igual que los demás seres humanos. Ahora, su percepción se procesa de manera distinta por diferentes razones, y eso fue en lo que quise indagar.