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Re: selvático animal

Judith Mateo, la violinista del rock: «En España no existe industria musical»

La música conquense, que lleva más de dos décadas de carrera, compagina sus colaboraciones en distintos medios de comunicación con la gira internacional «ViolinARTE»

Judith Mateo, violinista.
Judith Mateo, violinista.Gonzalo Perez

Nacida y criada en Cuenca, esta heterodoxa violinista tiene ya ocho discos publicados. El último, «Violinarte», es de este año. Además de dar conciertos por todo el mundo, Judith Mateo es activísima en redes, colabora en programas de radio y televisión, escribe en revistas… ¿cómo lo hace para abarcar tanto? «Si cuando yo era pequeña las cosas hubieran sido como son ahora, me habrían dicho que soy hiperactiva, jajaja. No soy de estar tumbada, la gente vaga me pone de los nervios. El trabajo es sinónimo de felicidad porque hago lo que me gusta, y eso es una suerte. Cuanto más trabajo tengo, mejor». Judith se formó en el conservatorio, viene del mundo clásico, y en su infancia y primera juventud el rock le pillaba tan lejos como Plutón: «Con 10 años ya sabía que quería se violinista. Pero los docentes de aquella época te decían que no escucharas ninguna música que no fuera clásica, porque era basura, y te metían en la cabeza esa cuadratura y sólo escuchabas a los clásicos. Años después descubrí el folk, otro tipo de música en la que el violín también se desarrolla, y con 21 años me fui a vivir a Irlanda, donde pasé tres años. En España, en aquella época, sólo estaban Mägo de Oz, que a mí me parecían superheavies, y Celtas Cortos, que me gustaban porque tenían un violín». Lo de hacerse violinista de rock no fue porque viera ahí un filón, un sitio poco transitado y cuyo exotismo podía darle réditos, sino por el más puro azar: «Después de unos años dando clases particulares en el conservatorio de Cuenca y en la escuela municipal de música de Tarancón, me puse a trabajar en medios de comunicación hablando de música. Empecé en Castilla-La Mancha, en la tele, donde entrevisté a muchos grupos de allí, y al acabar el programa, después de tres años y medio, me puse a currar con Mariskal [Romero, mítico locutor de radio especializado en rock duro y heavy metal], y ahí es donde descubro el rock. Se me abrió todo un camino –explica con entusiasmo–: empecé a escuchar y a entrevistar a grupos de rock, a asistir a conciertos, y pensé “cómo mola esto”. Grabé “Highway to hell” (AC/DC) y “Sympathy for the devil” (The Rolling Stones), y como esta empezó a subir en Spotify a lo bestia, casi 700.000 escuchas, le dije a Mariskal: “Voy a hacer un disco de versiones, todo instrumental”, y él: “¿A que no te atreves?”. Y a partir de ese desafío es como grabé el disco “Celebration days”, con versiones al violín de temas de los Rolling Stones, U2, Queen, AC/DC, Linkin Park...». 

Judith Mateo ha logrado vivir bien de los frutos que le da su violín, algo del todo infrecuente, ya que lo lógico es acabar en una orquesta con un sueldecito. Ella lo atribuye a la educación recibida: «A mi hermana y a mí, desde pequeñas, nos dijeron que podíamos conseguir todo lo que nos propusiéramos. Cuando yo dije en casa que quería estudiar música no hubo ninguna pega, al contrario. Mi abuelo, a quien no conocí, fue músico; mi tío dirigió el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, es pintor, y tengo dos primas actrices… En mi familia la cultura siempre ha sido importante. Y no sólo eso, sino el pensar que puedes vivir de ella. Antes de la guerra –prosigue–, mi abuelo se iba a tocar por todos los pueblos de la provincia de Cuenca y ganaba dinero para mantener a toda la familia. Por eso en mi casa nunca han visto que ser músico es ser un perdedor o un pringado. A amigos míos que quisieron estudiar música les decían que vale, pero tenían que estudiar además una carrera universitaria porque “eso no era nada”. Y coño, son muchos años de conservatorio, de estudio, y tienes que tocar y seguir formándote toda tu vida. Cuando terminemos esta entrevista me voy a poner a tocar, porque los dedos hay que ejercitarlos».

[[H2:«Con lo mona que eres»

Judith se muestra bastante crítica con la industria musical española: «En este país la industria es tan rara… Bueno, es que no existe industria. Porque ahora nos están vendiendo lo de los Grammy, pero eso es una industria latina, que es donde se mueve la masa de la industria, pero aquí es una cosa mínima, pequeña, porque este es un país muy pequeño. A mí me ha costado mucho ser violinista, he tenido que ser constante. El problema es que nunca he tenido un mánager, voy a mi puta bola. Por una parte está guay, porque no tienes que decir “sí, bwana” a nadie y porque me ha hecho aprender el funcionamiento de la industria pegándome hostias, que creo que es la mejor manera para saber contratar equipos de sonido, músicos, hacerte empresaria, etcétera. Pero, por otra parte –se lamenta–, ves que, al no tener un apoyo o a alguien con contactos, no puedes trabajar tanto como te gustaría. Cuando yo empezaba y me reunía con la gente que me podía llevar, decían “uy, una instrumentista… pero ¿no cantas?”, y yo les decía que no, que por qué tenía que cantar si tenía la carrera de conservatorio, e insistían en que había que cantar y añadían “con lo mona que eres…”, y yo pensaba que qué tierra de paletos. Porque en Estados Unidos, o en Irlanda, esto no pasa. Ara Malikian, que empezó más tarde que yo, ha abierto ese camino y ahora ya no te ven como a un mono raro».

Judith tiene un libro publicado, «101 canciones con las que te ligarías a cualquiera» (MR Ediciones, Planeta). ¿Lo escribió con conocimiento de causa, la música le ha servido para ligar? «¡Qué va, tío! Si yo soy una “monguis”, jajaja. Ligas cuando te subes a un escenario, seas alto, bajo, gordo, guapo o feo. Eso te pone en otro lugar. Pero a mí follarme a un fan no me sale. Ahora estoy casada [con el cantante Chuse Joven, con quien actúa], pero cuando he estado soltera y los fans me han tirado los tejos, ni he contestado. Hay mucho tío que se aprovecha de esa situación, y no sé si mucha tía, y que se casan con fans a los que les sacan 30 años y que les van a idolatrar toda la vida. Yo –concluye, enfática– no quiero estar con una persona que me idolatre, sino con la que comparta cosas».

AFINANDO EL PRESENTE

Por Javier Menéndez Flores

Hay una violinista en el tejado y dice que no se piensa bajar. Que le ha costado un río de sudor –y algo de sangre y de lágrimas– llegar hasta allí, y que alguien que la quiere de verdad le susurró al oído tres palabras que son su padrenuestro y que valen más que un pleno en el Euromillones: «Para atrás, jamás». Y desde ahí arriba, mientras ve a los mortales caminar como un ejército de hormigas locas, se arranca por AC/DC o por los Rolling Stones o por U2 con una sonrisa que es un tatuaje, porque nunca abandona su rostro.

Judith no se separa de su instrumento ni para ir al cuarto de baño. Como los agentes especiales y los asesinos de las películas –y de la vida real–, su arma es indisociable de su persona y la mima como al hijo que no ha tenido. Si ves por la calle a una rubia que avanza como una flecha y que en una de sus manos transporta un leve estuche negro, es que te acabas de cruzar con la violinista del rock.

De las Casas Colgadas a Irlanda, donde buscarse la vida era un lema que cumplía cada día a rajatabla porque los años del conservatorio le otorgaron, además de una impecable técnica, una disciplina castrense. El folk fue todo un descubrimiento, algo así como darse cuenta de que el mundo tenía un tamaño mayor del que ella pensaba, y más sabores y colores y matices, y se sumergió en él con las cuatro cuerdas y el arco en los que se sustenta su vida. Pero fue en la jungla de Madrid donde se metió el primer chute de rock, una droga cuya adicción rejuvenece. Ella escuchaba esos acordes eléctricos, que le empujaban a saltar, y en su cabeza despierta empezó a bullir el experimento: las voces de los cantantes se volvían en exceso agudas, y no supo ponerle nombre a aquello pero sí sentir la emoción de lo que fue una epifanía químicamente pura.

México lindo, la «dolce» Italia, el jondo Japón. Las suelas hambrientas de Judith han caminado largo y bien, por más que haya acabado entendiendo que el mundo es siempre el mismo metro cuadrado cuando de lo que se trata es de dar a conocer aquello en lo que hace ya un siglo que alcanzaste la excelencia. Y quién dice que Chaikovski, Mozart y Vivaldi no casan con el rock escrito en calles heladas y en tugurios al rojo vivo, a ver. Judith, incluso, podría posar la mano en la cubierta rugosa de una biblia y jurar que el «Shallow» de Lady Gaga te puede acariciar el corazón de la misma manera que lo hizo Mendelssohn la primera vez que se adentró en sus sinfonías. Existen distintos géneros, claro, pero las emociones provienen de lugares esencialmente alejados entre sí.

Y cómo iban a imaginar Jagger y Richards que su simpatía por el diablo iba a ser ejecutada por ese instrumento con voz de soprano que te cabe bajo la chupa de cuero. Y si le cuentas a Angus Young que su autopista al infierno suena entre los dedos alabeados de Judith como el trino de un pájaro nacido en un planeta aún por descubrir, meneará la cabeza y soltará una exclamación con ese acento que gastan los escoceses, abultando mucho las erres.

Hay objetos que parecen pequeños, pero que tienen la capacidad de contener en su interior el mundo entero. Cuando Judith corría por las calles del casco antiguo de Cuenca, mucho antes de que fuese rubia y supiera que iba a pisar escenarios de todo el planeta agarrada a un fardón violín eléctrico, el futuro era un concepto que no cabía en su cabeza. Tampoco hoy. Subida al tejado, se conforma con afinar el presente.