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Filosofía

La Atlántida: el fin de las utopías

El mito sirvió como referente de un tiempo pretérito en el que los hombres sabían convivir en paz y armonía, felices en la abundancia, y, en suma, como el paraíso perdido de la mitología de diversas tradiciones, que el ser humano siempre anda buscando pero que nunca alcanza a encontrar fuera de sí mismo

Imagen a ordenador de cómo se vería la Atlántida inundada.
Imagen a ordenador de cómo se vería la Atlántida inundada.larazon

El mito sirvió como referente de un tiempo pretérito en el que los hombres sabían convivir en paz y armonía, felices en la abundancia, y, en suma, como el paraíso perdido de la mitología de diversas tradiciones, que el ser humano siempre anda buscando pero que nunca alcanza a encontrar fuera de sí mismo

La historia de las utopías no sería la misma sin la Atlántida, el modelo de continente legendario de una edad pasada y prestigiosa en la que los seres humanos fueron sabios y felices, poderosos como dioses, pero que luego cayó en desgracia por su degeneración. Se cumplía el viejo «leitmotiv» mítico de la edad de oro, de origen oriental, acerca del recuerdo memorable de una edad lejana en la que los hombres de oro, de una raza superior y primigenia, vivían felices entre abundancia de recursos, justicia igualitaria y alimentación espontánea en un mundo idílico y edénico del pasado. Pero, por supuesto, luego vino la edad de plata y la de bronce hasta llegar, en una decadencia progresiva, a nuestra triste y actual edad de hierro, en la que lamentaba vivir, por ejemplo, el poeta Hesíodo, que, en «Trabajos y días» recoge este viejo tema mítico que encontramos ya en la «Bhagavad Gita», donde actualmente habitamos en la violenta edad de Kali (Kali-yuga). La destrucción sucesiva de aquellas edades míticas del pasado tiene que ver a menudo con un pecado original, con su injusticia o impiedad. Pero esa vieja edad de oro ha de regresar y ahí reside el prestigio religioso y también utópico de la leyenda, su potencia como «motto» político y propagandístico en diversas épocas: en que algún día los seres humanos podremos tornar a ese paraíso de justicia, a esa sociedad ideal. Otros muchos lugares y utópicos más allá de los confines del mundo fueron esbozados por los griegos, ya fueran las Hespérides, los Campos Elíseos o las Islas de los Bienaventurados.

Entre utopía, religión y filosofía política, ese ideal áureo inspiró a Platón muchas páginas memorables de sus proyectos reformistas que evocaban el pasado, en la «República» y las «Leyes», con la necesaria transición del «Político», donde también se presenta una recreación del mito de la edad de oro en la época en la que la divinidad se cuidaba de los destinos del mundo, no como ahora. Así ha de leerse también la leyenda de la Atlántida, de ese poderoso imperio que fue feliz y luego declinó estrepitosamente. Platón inventa filosóficamente ese mito –como tantos otros de su cuño– y lo presenta en sus diálogos «Timeo» y «Critias», compuestos en torno al 360 a. C., en los que este narra una historia que de niño oyó contar a su abuelo y que él a su vez supo de Solón, el mítico legislador y poeta ateniense, quien a su vez la había escuchado de los sacerdotes egipcios en su viaje al país del Nilo.

Un modelo pitagórico

Como se ve, el mito pasa por muchas manos en esa transmisión oral que le da una distancia y antigüedad insondables. En el «Timeo» este mundo del pasado legendario aparece en el contexto de la discusión sobre la sociedad ideal y se cuenta acerca de la isla y sus dominios como una auténtica talasocracia, que entra en conflicto con la antigua Atenas. La Atlántida, dice, «era más grande que Libia y Asia juntas», situada más allá de las columnas de Hércules, sobre la que reinaba «una confederación de reyes, de grande y maravilloso poder, que dominó toda la isla y otras muchas también, así como partes de la tierra firme. En este continente, dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia». Se describe como una poderosa ciudad-estado llena de magníficos monumentos y rodeada de círculos concéntricos de agua, acaso siguiendo modelos pitagóricos: una de las civilizaciones más remotas de la antigüedad, situada tras la creación y la estructura del universo. Al final, después de un intento fallido de invadir Atenas, fue derrotada por esta, cosa que recuerdan en el «Timeo» los sacerdotes egipcios: «Toda esta potencia unida intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra y el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de vuestra ciudad se hizo famoso entre todos los hombres por su excelencia y fuerza, pues superó a todos en valentía y en artes guerreras». Tras esto, la Atlántida se hundió en el océano en un solo día y una noche como producto de lo que parece descrito como un maremoto

La decadencia

En el «Critias», el relato inconcluso se centra más bien en todo lo que se refiere a la organización de la Atlántida y en cómo la ciudad incurrió en una «hybris» que hizo que los dioses la castigaran con la destrucción. La Atlántida aparece contrapuesta a la antigua Atenas y al principio parece una sociedad perfecta, pero su gobierno basado en leyes justas se había degradado tristemente (Recuerdo una brillante tesis doctoral sobre este diálogo publicada en la UNED, «El ''Critias'' de Platón: un mundo mítico para una irrealizable épica del Bien», de Tomás Morales). Dice Platón en el «Critias» que «durante muchas generaciones, mientras la naturaleza del dios era suficientemente fuerte, obedecían las leyes y estaban bien dispuestas hacia lo divino emparentado con ellos [...]. Mas cuando se agotó en ellos la parte divina porque se había mezclado muchas veces con muchos mortales y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar las circunstancias que los rodeaban y se pervirtieron». De nuevo, el final de la edad de oro y la tutela divina del hombre.

Así, hay que relacionar la Atlántida con el marco de reflexión platónico acerca de la sociedad ideal que se describe, por ejemplo, algo antes en la «República» y también con todo ese contexto utópico de idealización del pasado en busca de reformas para la ciudad-estado en crisis. Pero la Atlántida, pese a ser claramente un mito filosófico, ha devenido una fantasiosa historia de curiosas postrimerías, venerada por ocultistas e incluso por los arqueólogos nazis. Ha devenido uno de esos mitos de la historia, con intentos más o menos esotéricos por localizarla desde antiguo: algunos la identifican con la antigua Tartessos y sostienen que se encuentra en el sur de España, otros la sitúan en las Canarias y se cuentan todo tipo de leyendas al respecto. Recientemente se ha publicado en español un ejemplo claro de este mito agrandado por el esoterismo, el libro del periodista y ufólogo italiano Roberto Pinotti Atlántida. «El misterio del continente perdido» (Luciérnaga 2018), que da fe de la fascinación por esta leyenda. Pero un excelente y ponderado libro que compendia lo que se sabe a ciencia cierta sobre la Atlántida y lo mucho que hay de mito posterior es «Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico» (Akal 2005), del mitólogo francés Pierre Vidal-Naquet, producto de diez años de investigación sobre el tema. Sorprendentemente, Pinotti no lo cita, como al resto de la literatura especializada sobre la Atlántida de Platón, prefiriendo clásicos del ocultismo.

Pero cuando Platón presenta el mito de la Atlántida hay que pensar más bien en un modelo político del pasado que compara con la Atenas antigua y contemporánea y evalúa según su justicia o en su injusticia en la antropología filosófica que presenta, en contraste con la crisis de su ciudad-estado y su sistema democrático. En definitiva, hay que regresar una y otra vez al pensamiento utópico de Platón en el “Timeo” y el “Critias”, pero también en su tríptico político, y leer la Atlántida como lo que es, uno de tantos mitos filosóficos y propedéuticos en el marco del pensamiento platónico que remiten a ese ciclo áureo, a ese paraíso político de ansiado retorno. Por supuesto, sus postrimerías esotéricas y fantasiosas también pueden ser leídas con interés y estudiadas como una curiosa recepción de la tradición clásica y platónica.

¿Estaba en realidad en Huelva?

A lo largo de la historia ha habido numerosas hipótesis fantasiosas que han querido localizar la Atlántida en un lugar geográfico o en un continente perdido en medio del océano. Desde la cuenca del Mediterráneo oriental, donde se han propuesto las islas de Faros, Chipre o Santorini, Troya o el Mar Negro, a la occidental, donde se habló de Cerdeña o Tartesos, al Océano exterior, con las Azores, las Canarias y las Islas Británicas, o los mares del norte, con Escandinavia o el Polo, muchos han sido los lugares candidatos: casi tantos como la patria de Don Quijote o de Homero. Uno de los lugares favoritos, pues mezcla el mito de Atlántida con la misteriosa civilización tartésica, ha sido el sur de España, sobre todo a partir de los estudios del arqueólogo A. Schulten (1870-1960) y de algunos epígonos suyos menos serios. Una de las últimas actualizaciones de esta teoría se ha debido al documental «El resurgir de la Atlántida» dirigido por James Cameron y producido por National Geographic. Se sitúan en el cuadrante suroccidental del España algunos puntos clave donde quiere verse una concreción de esta leyenda: desde Daimiel a Huelva, la idea de una Atlántida ibérica ha cobrado fuerza en los últimos años.