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La Manada, no hay mayor tragedia

Miguel del Arco y Jordi Casanovas levantan en escena la transcripción del juicio más comprometido de los últimos tiempos en España. En el centro de la trama una María Hervás que se desgarra tanto encima como debajo de las tablas: «Cada día, después de los ensayos, me voy a casa con el estómago revuelto».
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Miguel del Arco y Jordi Casanovas levantan en escena la transcripción del juicio más comprometido de los últimos tiempos en España. En el centro de la trama una María Hervás que se desgarra tanto encima como debajo de las tablas: «Cada día, después de los ensayos, me voy a casa con el estómago revuelto».
Ni caigan en la trampa fácil de que «las manadas» son una (nefasta) moda del momento, ni tampoco piensen que es una herencia de antes de ayer venida de tierras «pamplonicas» por las ocurrencias de cinco trasnochados. «¡No!», clama María Hervás. «Venimos siendo violadas desde los tiempos más antiguos. No es que estén apareciendo de la nada, sino que ahora se le está dando una visibilidad que antes no había». Sabe bien lo que dice después de cargar, obligada, la misma mochila durante sus 33 años. Solo por su género, solo por ser mujer: «Tenemos una alerta integrada desde que somos niñas porque nos han educado así y creo que hasta existe una información genética en nosotras. Vas sola por la calle y se encienden las alarmas, escuchas, miras y tu cuerpo empieza a organizar estrategias de salida». Son las confesiones personales de una intérprete que ahora también siente esa indefensión sobre el escenario. La misma a la que se vio obligada Ella, la joven a la que da vida la teatralización del caso de La Manada, «Jauría»: «Me sorprendió la forma en la que me introdujeron en el portal, porque no lo entendía. No pensé que iba a pasar lo que luego sucedió», recita.
Cuesta disfrutar
Una función de las que quema por dentro, de las que mina hasta la salud de quien la hace: «Me voy todos los días a casa con el estómago revuelto», cuenta, «pero es algo que no solo me pasa a mí». Basta con escuchar parte del relato para entender su afirmación: «Cuando llegamos al cubículo ese, ya fue cuando yo empecé a sentir más miedo porque me vi rodeada por ellos. Noté que me desabrochaban la riñonera, porque yo la llevaba así cruzada... Noté cómo me quitaban el sujetador... porque al ser sin tirantes simplemente había que quitar el clic y ya está, y me desabrochaban el jersey que yo llevaba atado a la cintura», coge aire. «Empecé a tener más miedo cuando me agarraron de la mandíbula para acercarme y que le hiciera una felación». Llega así la actriz a un punto de empatía en el que le cuesta reconocer que «disfruta» con su trabajo, «sería conflictivo decirlo, pero hay algo catártico a través de lo que puedo liberar tensiones relativas a cuestiones de este tipo que han quedado en mí».
Asistir a un ensayo del texto al que ha dado forma Jordi Casanovas es ponerse frente a «C.»
–como aparece la víctima citada en el sumario–. Sola, en el centro de un corro de palmeros «que te pone en situación de lo que te vas a encontrar», Hervás comienza: «El día 6 de julio llegamos a Pamplona un amigo mío y yo. Estuvimos buscando un sitio para aparcar el coche que no costara parquímetro...». Testimonios extraídos directamente del proceso judicial, como también los son los de los «perros» que la rodean (Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto). Nada de ficción. Hora y veinte minutos de teatro verbatim en el que la aridez de un proceso judicial se transcribe de forma directa a las tablas. «Pese a que el sonido sea desagradable y te lleve a apartarte, la historia y la dramaturgia debían ser lo suficientemente atractivas para que no te deje ir», explica Miguel del Arco, líder de la jauría que estrena el 25 de enero en Avilés –luego pasará por Granada, 1 y 2 de febrero, y Madrid, desde el 6 de marzo, dentro de un programa doble que se completa con «Port Arthur»–. Molière dijo que lo primero era entretener al público para después meterles la mano hasta el fondo y el director coge su ejemplo para agarrar y no soltar al morboso mirón que se acerque a la sala.
Solo han pasado segundos y la intimidación de La Manada a su víctima ya acogota al patio. Una atmósfera que Del Arco siempre quiso que estuviera porque, pese a que las frases sean literales, es «incapaz de ocultar una postura muy definida». Nunca tuvo la intención de crear un espectáculo equidistante entre las dos partes. «Yo», dice, «tomé partido nada más saber la historia y no podía hacerlo de otra forma al ponerla en pie». Eso sí, advierte que «hay muchos elementos suficientemente conflictivos a lo largo de los hechos como para que cada uno pueda opinar libremente».
El momento indicado
Con el proceso todavía abierto, el director no duda que sea el momento de abordarlo. «El caso ya está lo suficientemente maduro como para que merezca la pena contarlo». Más teniendo en cuenta el «caldo de cultivo», apunta, en el que se encuentra la sociedad. Por eso ha querido completar las palabras dichas en la sala del tribunal con los whatsapps que se intercambiaban los miembros de La Manada (Prenda, Escudero, Boza, Guerrero y Cabezuelo): «Follándonos a una entre los cinco (...) Todo lo que cuente es poco. Puta pasada de viaje». Escribían sin siquiera ser conscientes de haber actuado mal y dando ejemplo de la forma de actuar de un grupo que extiende sus garras más allá del suceso de Pamplona. También lo hace «a sabiendas de que si alguna vez salieran publicadas mis conversaciones me dirían de todo», se sincera Del Arco. Sin embargo, no es lo mismo. Y se explica: «Tengo muy claro que en mi vida no hay ninguna traducción entre esos chistes, a veces, misóginos y homófobos, y mi vida. Se pueden hacer bromas y que ¡viva el humor! Pero lo que no hay es ninguna traslación a mi realidad. Estos señores sí muestran en su día a día todo lo que dicen en privado. Hay una consecuencia real entre lo que hablan y hacen, por ejemplo, en Pozoblanco». «No son coñas», aclara Hervás, «sino chats ideológicos de un punto de vista de la vida».
Son justo esas conductas las que «Jauría» trata combatir y las que quiere hacer resonar desde las tablas. Que nos pongan, como poco, colorados. Costumbres sobre las que la antropóloga Rita Segato ya advirtió de lo difíciles que son de convertir en delito –como dato, hasta el año 83 en España una mujer necesitaba demostrar que no había hecho nada para ser violada–. Acabar con las inercias más rancias de hombres y mujeres –sí, también– que todavía quedan por pulir. Incluidas las del propio Del Arco, que tampoco se libra de la quema y vuelve a señalarse. Lo dice un hombre, en principio, libre de toda sospecha: «Me declaro progresista y feminista, pero, aun así, me he pillado a mí mismo en unas renuncias machistas que vienen de todo ese caldo de cultivo que hemos creado y que ahora se puede encontrar hasta en los más pequeños». Por eso se han propuesto que la función llegue a los adolescentes con una guía que ha creado Nando López. Una herramienta de trabajo para profesores que se complete con el visionado de la obra. «Es necesario que hablemos de esto. Si los chavales no tienen clases de sexualidad e información contra la agresión aprenderán a follar como ven en el porno. Porque en este aspecto todo está muchísimo peor que antes; se ha perdido la magia del descubrimiento sexual al que nosotros llegábamos muy “peces”. Nuestro acceso al porno era esporádico, una revista si acaso, y estos, con doce años, ya saben hasta lo que es un “bukake”». Una exhibición obscena ante la que Hervás también se revuelve: «La intimidad, que podemos considerar como algo casi sagrado, parece que no existe con las redes sociales. Se ha destapado todo y ya no hay sombras ni misterio». Una postura que no solo percibe en chicos, «sino también en ellas, por supuesto», señala la actriz, «creen que lo que han visto en el porno es lo correcto para ser unas buenas amantes».
Generar un debate
F
runcen el ceño Hervás y Del Arco cuando hablan del caso, pero no pierden la esperanza: «Se puede decir que estamos mejor que hace un año», responden cuando se les pregunta si de verdad se está tomando conciencia del problema. «Sin duda», apostilla ella; «este caso ha sido muy significativo, creo que va a crear jurisprudencia y, además, ha llevado a la sociedad a plantearse muchas cosas que antes eran impensables», cuenta él. «Se ha generado un debate respecto a las particularidades de una agresión que ha demostrado que si hay alguien practicando de manera activa un acto sexual no significa que esté participando de manera voluntaria –desarrolla Hervás–. Te puede llevar a una decisión inconsciente de querer colaborar para evitar algo peor». Así lo recordaba C. en lo que Casanovas ha denominado una «segunda violación», el interrogatorio por parte del abogado de la defensa: «En ese momento estaba totalmente en “shock”, no sabía que hacer, solo quería que pasara y cerré los ojos para no enterarme de nada y que todo pasara rápido».