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La sinfonía más positiva de Luis Conde

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El empresario publica «La fórmula del talento y Mahler», un libro en el que cuenta sus retos en la vida.
No hay reto para Luis Conde (Barcelona, 1965) que no se pueda alcanzar. Y tiene hasta una fórmula que ha practicado casi desde que tiene uso de razón: talento = (conocimiento + valores) x actitud. Lo sabe él, que habrá hecho más de veinte mil entrevistas a ejecutivos. Parte de su experiencia, de ese optimismo que es santo y seña en su vida, lo ha vertido en pocas páginas, las de su libro «La fórmula del talento y Mahler» (Plataforma Empresa), que presentó días atrás en la Universidad de Georgetown en Washington y que en España se está vendiendo de maravilla. ¿Le ha costado escribirlo? «Bueno, cuesta y no cuesta. Pensé que si era bueno que yo me quedara para mí todo lo que había aprendido y traté de transmitirlo a la gente en esta páginas».
Querer es poder
Quien quiere, puede. Y él es un ejemplo: «Yo no sabía nada de vela y me crucé el Atlántico en un barco. Nada de vinos, y ahora se vende el que hacemos por más de cien euros la botella, luego no debe ser malo. Y tampoco sabía de música y decidí dirigir una orquesta». Así es: se enfrentó a la Segunda Sinfonía de Mahler, «Resurrección», interpretada por la Sinfónica del Vallès en el Palau de la Música Catalana. Y sin tener conocimientos de solfeo. Pero lo hizo. «Todo el mundo debería de creer en los retos. Nunca es tarde para iniciarlos. Si tienes un sueño y te propones conseguirlo te das cuenta de que la sociedad te protege. Con pasión y esfuerzo casi todo es posible», asegura. Y él lo consiguió. No tuvo miedo en ningún momento. Le marcaba su actitud, absolutamente positiva, mamada en el seno de su familia, y alcanzar ese sueño que desde niño, cuando intentaba dirigir una orquesta imaginada con la mano dentro del bolsillo, quería cumplir.
Está convencido de que todos poseemos creatividad artística, aunque no nos han enseñado a interiorizarla. «Si quieres pintar, pinta; si te gusta el teatro, súbete a un escenario. Si sueñas con dirigir a Mahler, como yo, hazlo». Durante dos años escuchó «Resurrección» 2.147 veces, estudió, ensayó solo hasta que tuvo a la orquesta enfrente. «Yo tenía, además, una ventaja, que no tengo miedo escénico porque he hablado mil veces en público y me he enfrentado a auditorios llenos de gente. Ese apartado lo tenía superado. La música empieza en el corazón y va penetrando hasta que te alcanza. Yo sentía que estaba dentro de mí. Y cuando te lanzas, cuando tomé la batuta y empecé, me invadió una sensación de placidez brutal», explica. El 26 de marzo de 2015 se enfrentó «al desafío más difícil de mi vida. Lo hice el día antes de cumplir 65 años, lo que significaba que nunca es tarde para planteártelo, por difícil que sea», escribe en la página 30.
Y casi lo imaginamos empuñándola frente al atril. De cada uno de los profesores que estuvieron a su lado aprendió algo: de Inma Shara, de Rubén Gimeno, Diego Miguel-Urzanqui, Jordi Mora. De Gilbert Kaplan, cuya narración de su encuentro en Nueva York es digna de película. Cuenta una anécdota curiosa: hace veinte años iba a pronunciar una conferencia. La sala estaba llena y él se fue a tomar un café. Allí se topó con Roman Polanski y le pidió si quería acompañarle y pronunciar unas palabras. Al cineasta le esperaba una rueda de prensa, pero le transmitió un sentimiento de pasión del que no se ha desprendido. Y así decidió comenzar el encuentro.
Una pasión que le llevó a grabar dos palabras «Be passion» en unos pañuelos que entregó como obsequio a un auditorio en una conferencia. Uno de ellos lo guarda en su armario. Cada mañana, cuando decide qué ponerse, lo ve. Siempre está ahí. ¿Ha sido fundamental su actitud positiva en su vida? La respuesta es clara, sencilla y palmaria: «Es básica. Se transmite en el seno familia. La gente optimista nos equivocamos más veces pero lo pasamos mejor. Si no eres positivo, tira ya la toalla», dice. El libro, que se lee de un tirón y se disfruta también así, recoge su penúltimo reto: el musical. Seguro que habrá nuevos. «Si lo digo, me comprometo». Y mientras llega, se produce un silencio, una pausa. Hasta el sueño siguiente.

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