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Algo huele a podrido en Venecia

larazon

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Una de las mayores virtudes de Donna Leon es haber hecho de la ciudad de Venecia una sencilla capital de provincias. Lejos de la monumentalidad de la plaza de San Marcos, el puente del Rialto y el turismo masivo, se esconde, recoleta y humilde, una ciudad italiana como otra cualquiera. En ella, el comisario Brunetti resuelve sus casos criminales con la naturalidad de los detectives meridionales que basan sus pesquisas en la observación detallada de los hechos y la perseverancia. Guido Brunetti y su Venecia resultan tan próximos al lector como la Sicilia de Montalbano, de Andrea Camilleri, el Nápoles siniestro de los años del fascismo del inspector Ricciardi, de Maurizio de Giovanni, o la Atenas de la crisis de Kostas Haritos, de Márkaris. Influidos, sin duda, por el espíritu de la Barcelona de Carvalho descrita por Montalbán.

Pura mimetización

Todos ellos tienen en común la tradición del relato realista y el peso del costumbrismo, señas de identidad y rasgo de estilo de la novela policiaca mediterránea y también, por reflejo, del polar nórdico. Lo curioso es que Donna Leon, que es norteamericana, aunque italiana de adopción, se ha mimetizado con la literatura mediterránea hasta el punto de convertirse en uno de sus mayores exponentes. Una novelista policiaca que se devora con el apasionamiento de una vieja conocida que te trae en cada novela un mundo propio reconocible y singular: el del comisario Brunetti, su aristocrática mujer y sus dos hijos, su impresentable jefe, el vice-questore Patta, la signorina Elettra y una Venecia no pisada por los turistas.
Como en las novelas de Agatha Christie, el comisario resuelve los misteriosos crímenes con la parsimonia de quien sabe que detrás se ocultan no sólo un asesino sino el submundo corrupto de la sociedad veneciana y sus aspectos menos presentables. El universo de Brunetti es amable y su relación con su familia no puede ser más adorable. Donna Leon escribe como los ángeles, con tal sencillez y cuidado que hace de cada aventura una narración prodigiosa, lo que no impide que por el Gran Canal las aguas bajen turbias.