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Cardenal y Araújo: «La corrupción en China es endémica porque sus líderes la toleran»

Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo / Periodistas. Los autores analizan en un libro cómo el país pretende hacerse con sectores estratégicos en Occidente

Cardenal y Araújo narran el constante crecimiento económico del gigante asiático
Cardenal y Araújo narran el constante crecimiento económico del gigante asiáticolarazon

Los autores analizan en un libro cómo el país pretende hacerse con sectores estratégicos en Occidente

Quién no tiene debajo de su casa un establecimiento chino que a modo de servicio 24 horas le saca de más de un apuro. Los negocios del gigante asiático han penetrado con fuerza en occidente, sin embargo, lo que cada día vemos en nuestros barrios (la masiva presencia de asiáticos regentado negocios, incluso empleando a españoles) tan sólo supone la punta del iceberg de un entramado económico que al ciudadano de a pie le resulta desconocido pero que mueve los hilos de gobiernos y Estados. Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo analizan en “La imparable conquista china” este fenómeno el cuál ha cobrado especial importancia desde el estallido de la crisis. Ansiosos de capital, las economías más golpeadas por la recesión han hecho la vista gorda sobre la dictadura china y han aceptado lo que desde Pekín se solicitaba para así recibir sumas de dinero estratosféricas e inversiones millonarias. Los Derechos Humanos siguen siendo una lacra en China, pero ahora, parece que occidente tiene otros intereses más apremiantes. ¿Doble discurso o supervivencia?

–¿La introducción de capital chino en Occidente es una invasión silenciosa?

–Juan Pablo Cardenal: Cada vez es menos silenciosa, porque ya no es un secreto para nadie que China está entrando en los mercados occidentales y que los gobiernos y las empresas occidentales están muy receptivos a que ello sea así. La finalidad de esa estrategia es tener presencia en los mercados occidentales para que sus empresas puedan competir globalmente. Aunque como consecuencia del rol que está jugando China como inversor y prestamista internacional, su influencia y poder es cada vez mayor, como demuestra la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), al que un buen número de países occidentales tiene el propósito de sumarse.

–Los países que más han sufrido la crisis son los más afectados por esta conquista. ¿Esta inyección económica es un balón de oxígeno o estos países se han «vendido»?

–JPC:Las inversiones chinas en España han sido menos importantes que en Italia, Portugal o Grecia, donde los chinos han invertido en infraestructuras, eléctricas y otras empresas de sectores estratégicos. El volumen de algunas de las operaciones ha sido muy importante, por tanto, es innegable que la inyección económica china ha tenido un impacto muy importante para esos países. Los gobiernos de estos (y otros) países no es que se hayan vendido, sino que ha calado en ellos la idea de que hay que mantener unas buenas relaciones diplomáticas e institucionales para que fructifiquen las oportunidades empresariales. En ese contexto, la actuación de muchos gobiernos con Pekín roza la pleitesía, como se vio por ejemplo con la actuación del gobierno español para desactivar los dos casos judiciales abiertos en la Audiencia Nacional contra los líderes chinos. No entro en la conveniencia o no de la justicia universal; simplemente constato que el gobierno español fue vulnerable a las presiones de Pekín, cuando modificó la ley por un procedimiento de urgencia para liquidar con ello las dos causas abiertas contra China.

–¿Cuáles son los sectores por los que china siente una mayor atracción en Occidente?

–JPC: Por un lado, el sector de los recursos naturales, como prueban sus inversiones en Australia y Canadá. También es importante la implantación en el sector europeo de las telecomunicaciones, con su empresa Huawei a la cabeza, además de las energéticas. También ha invertido en el sector de las infraestructuras y sus planes futuros son ambiciosos: ser jugadores clave en la próxima oleada de centrales nucleares británicas o en el tren de alta velocidad en el Reino Unido. Por otro lado, han estado muy activos en el sector inmobiliario en algunas de las ciudades o regiones más importantes del mundo, como Londres, Nueva York, Burdeos o Madrid. En general, aprovechan las oportunidades que se le presentan, con especial atracción por las empresas occidentales con un perfil tecnológico o con marca reconocida.

–¿Mantiene Occidente un doble discurso respecto a China?

–JPC: Las críticas por la falta de libertades en China prácticamente han desaparecido del discurso occidental. Ahora lo prioritario es beneficiarse de las inversiones chinas y/o del enorme potencial del mercado chino. En ese contexto, los gobiernos no quieren comprometer las potenciales inversiones chinas que pueden atraer, ni la posición de sus empresas nacionales en el mercado chino. De ahí que las críticas se circunscriban ahora, casi en exclusiva, al ámbito de las ONG, a algunos observadores y periodistas, y a una parte de la clase política estadounidense. La relación de Occidente con China está ahora basada en la realpolitik, en la política de los intereses frente a los principios, lo que tampoco parece haber desordenado la conciencia de las sociedades occidentales, vista la ausencia de crítica por la estrategia llevada a cabo por sus líderes políticos con China.

–Xi Xinping ha declarado la guerra a la corrupción y muchos chinos ricos con dinero de dudosa procedencia prefieren depositarlos en el extranjero.

–JPC: La corrupción en China existe y es endémica porque sus líderes la toleran. No debemos olvidar que ellos mismos forman parte de una élite que se ha beneficiado de ella. Aunque no diría que son exactamente cómplices, sí es cierto que muchos bancos, abogados y proveedores de servicios corporativos off shore se benefician de la necesidad que tienen esas élites chinas de sacar su dinero de China para ponerlo a salvo en el extranjero.

-¿De qué modo estos beneficios que China obtiene en inversiones extranjeras repercute en la riqueza del país y en la vida de los chinos de a pie? ¿Es una falsa ilusión de riqueza porque nunca llega a los chinos que realmente lo necesitan?

HERIBERTO ARAÚJO- Es probablemente cierto que, a la vez que China y sus empresas crecen y se hacen fuertes, hay una repercusión en el desarrollo de China y, por tanto, en el de los ciudadanos, normalmente a través de servicios prestados por el Estado. Pero no es menos cierto que el modelo económico chino pivota, aún hoy, alrededor del sector público; de ahí que los grandes beneficiarios de la expansión internacional de China sean las empresas y bancos estatales, las cuales a su vez están de un modo u otro bajo el control del Partido Comunista. Por tanto, aunque pueda haber un derrame hacia otras capas sociales, los principales beneficiarios son las élites económicas controladas por el PCCh.

–En su libro afirman que Occidente cambia leyes y procesos administrativos por orden de Pekín para así recibir las inversiones, lo que podría decirse que Occidente “se acopla” a China, y no a la inversa. ¿Supone esto un peligro?

–JPC: Que los gobiernos occidentales extiendan una alfombra roja a China y, para ello, estén dispuestos a acomodar los intereses de los inversores chinos incluso legislativamente, implica que nuestros gobiernos no están priorizando una cuestión clave: que detrás de esa inversión china está casi siempre el Estado chino. Por tanto, lo que tenemos que preguntarnos es qué clase que influencia tendrá el gobierno chino sobre nuestros países cuando estén en posesión de un número significativo de activos estratégicos occidentales. No debemos olvidar que quien hay detrás de esas inversiones no es una empresa privada que cotiza en Nueva York y que está sujeta a una transparencia y unos estándares determinados. Quien está detrás es muchas veces el Estado chino, el cual está gobernado por un régimen autoritario. No parece que lo prudente sea echarse en brazos de la dictadura china.

–¿Qué precio pagará Occidente en un futuro por haberse «vendido» de esta manera a China? ¿Existe falta de autoridad por parte de países europeos y también de EE UU contra China?

–H.A: Lo que ocurre es que China está haciendo acopio de activos occidentales, lo que significa que estamos haciendo a China más fuerte. La pregunta es qué ocurrirá cuando Occidente tenga que lidiar con una China más fuerte, próspera y desarrollada. ¿Qué capacidad tendrá Occidente para influir en ella? No olvidemos que China no pretende transitar hacia un modelo democrático occidental, sino que ganará el futuro de la mano de su modelo autoritario.

-¿No resulta incoherente seguir llamando a China país comunista cuando su económica de mercado es lo que predomina?

JPC – Es comunista en el sentido político del término, porque en China el poder lo monopoliza el Partido Comunista, quien lo ejerce además con mano de hierro. El modelo económico, por otra parte, se ha liberalizado desde los años de la economía planificada, aunque no ha evolucionado tanto como para decir que China tiene una economía de mercado. No olvidemos que muchos sectores están restringidos a la inversión foránea y muchos otros están protegidos, lo que significa que los inversores extranjeros deben crear sociedades mixtas con socios locales.

-Dedican un capítulo a la situación de Hong Kong tras la revolución de los paraguas. ¿Cómo valoran el papel que ha jugado China en esta crisis prodemocrática que tuvo ecos en todo el mundo? ¿Es posible que Hong Kong en un futuro adquiera una autonomía real y democrática?

JPC – La crisis en Hong Kong se desató por la certeza, de una parte de la población, de que Pekín lleva años interfiriendo en sus asuntos locales y, por tanto, erosionando algunos de los pilares que han hecho de Hong Kong uno de los territorios más prósperos del planeta. La negativa de Pekín a permitir que Hong Kong pueda democratizar su sistema electoral significa, en esencia, que Pekín quiere seguir teniendo el control de la ex colonia, y hacer de ésta una ciudad china más. Para muchos observadores, estamos ante el principio del fin del “un país dos sistemas” que se instauró con la retrocesión de la soberanía de la isla a China, en 1997. Por tanto, no vemos un Hong Kong puramente democrático a corto-medio plazo.

Respecto al Vaticano, explican que es el único país que no mantiene relaciones diplomáticas con china. ¿Mantienen diferencias insalvables? ¿Qué necesidad tienen ambos en activar estas relaciones?

HA – Existe un gran punto de desencuentro básico, que es la concepción que ambas partes tienen del ser humano y de los derechos humanos. Mientras en China todo vale por el supuesto bien social, el Vaticano se esfuerza en defender a los desfavorecidos, a los débiles, a los que no salen en la foto.Para China no hay urgencias en establecer lazos con el Vaticano. Es más bien una cuestión de reconocimiento, con el prestigio que ello supone para un régimen que sistemáticamente infringe los derechos humanos y que no ha sido elegido en las urnas. Pero para la Santa Sede la cuestión es ciertamente acuciante, porque China vive ahora un nuevo período de emergencia espiritual y la falta de relaciones impide al Vaticano tener acceso a una ingente cantidad de población que podría sumarse a la fe católica.

-Parece claro que el más interesado a nivel económico en activar estas relaciones es el Vaticano, pero ¿qué puede ofrecer el Vaticano a China?

HA – La diplomacia vaticana es la más antigua del planeta y, al mismo tiempo, una de las más influyentes corrientes de pensamiento por medio de las políticas católicas que se deciden en Roma. Tender la mano, y no dar la espalda, como ahora, a ese micro Estado de gran influencia es sin duda un desafío para un país que, como China, todavía no ha alcanzado del todo el estatus de superpotencia. Cualquier gran país que quiera tener influencia en el mundo debe, primero, haber resuelto sus conflictos históricos del pasado. El del Vaticano es uno de ellos.

¿Supone el Papa Francisco una oportunidad para acercarse a China?

HA – El Papa Francisco ha demostrado que tiene una forma de gobernar la Iglesia Católica mucho más flexible que su antecesor, Benedicto XVI, quien era mucho más teólogo que hombre de Estado. El Papa argentino sabe de las necesidades de la Iglesia para llegar a nuevos territorios, y como hombre nacido en un país en desarrollo conoce la importancia que la Iglesia puede llegar a jugar en países como Brasil o México, pero también en Filipinas o, quién sabe, China o Corea del Sur en un futuro. Esa visión “estratégica”, unido al hecho de que sea jesuita, como Matteo Rizzi, acaso el católico más respetado en China, le sirve de excelente carta de presentación para acercar posiciones con Pekín. Otra cosa es, sin embargo, que ese acercamiento logre salvar cuestiones de desencuentro como la política del hijo único en China, o las llamadas de Roma para que se respeten los derechos humanos y la democracia en Hong Kong.

-A pesar de que los lazos entre China Occidente se han reforzado, quizá la confianza entre ambos ha ido en sentido opuesta y así lo demuestran los ciberataques. ¿Por qué sigue siendo tal la desconfianza entre “socios”?

HA – Si hace unos años había una desconfianza quizá más ideológica que real, ahora creo que Occidente percibe a China como un rival real, como un país que por sus capacidades financieras, innovadoras y por su peso específico puede suponer una alternativa al dominio occidental del mundo desde la caída de la Unión Soviética. China ha logrado éxitos extraordinarios en 35 años, y probablemente nadie en Washington, París o Londres habría imaginado en 1970 que China estaría hoy donde está.

¿Podemos decir que el ciberespionaje y el robo de Inteligencia el es la guerra del siglo XXI? ¿Tomarán países como EE UU medidas en este sentido, o una vez más se claudicará ante el inmenso capital chino?

HA – Es muy probable que, en las actuales circunstancias, aumente la voluntad y las capacidades de los estados por llevar a cabo prácticas de espionaje –industrial o no- cibernético. Es una técnica de robo de información privilegiada a coste político casi cero. ¿Por qué no hacerlo, mientras siga saliendo casi gratis a los Estados? Es difícil que Estados Unidos, que hace un lustro trataba de liderar una iniciativa para poner freno al ciberespionaje, pueda ahora lograr un acuerdo. El caso Snowden ha desacreditado a Washington y Londres, quienes han sido expuestos como los mayores enemigos de la privacidad en Internet. Ese escenario, sin duda beneficia a China, donde sin una prensa libre, oposición política, ni sociedad civil, el Estado chino puede actuar a sus anchas en sus operaciones de robo de propiedad intelectual en alta tecnología por medio de la infiltración de ordenadores y sistemas.

«La imparable conquista china»

J. P. Cardenal y H. Araújo

Editorial Crítica

328 páginas. 21,90 euros