Croacia, año cero
Han pasado más de setenta años y el recuerdo de aquella Pascua de 1941 permanece intacto en la memoria del escritor y periodista Slavko Goldstein. El Jueves Santo del 10 de abril, los nazis invadieron lo que entonces era Yugoslavia y llegaron a Zagreb, donde fueron recibidos por los croatas como unos verdaderos héroes. El viernes, bajo un sol de primavera, entraron en Karlovac, donde Slavko, que tenía trece años, vivía con su hermano, con su madre y con su padre, Ivo, que estaba al frente de la librería Reich, una de las más importantes de esa bellísima y pequeña ciudad situada a cincuenta kilómetros de Zagreb. Ivo, que según relata su hijo «había estado en Palestina, era de izquierdas, era un librero popular, descendiente de una familia de libreros rabínicos asentada hacía años», sospechó enseguida que las intenciones de los soldados alemanas y de los ustachas no eran muy buenas y el Domingo de Pascua, finalmente, la sospecha mostró su rostro más cruel y terrorífico: Ivo fue detenido junto a otros judíos, serbios, comunistas y simpatizantes yugoslavos y no volvió nunca más a su casa.
Enterrado en una caverna
«Creo que puedo determinar exactamente la hora y el día en que terminó mi infancia», dice Slavko Goldstein en «1941, el año que retorna» (Cómplices Editorial), que reconstruye con todo lujo de detalles los últimos días de su padre (un periplo en el que los ustachas lo llevaron prisionero a la cárcel del distrito, después a una prisión en Zagreb y más tarde a un campo de concentración en Jadovno, donde fue ejecutado en agosto de 1941 para ser enterrado en una caverna de Velebit) y, al mismo tiempo, relata el inicio de una época atroz: la de Ante Pavelic, el líder ustacha del Estado Independiente de Croacia (NDH) que orquestó, mientras se ponía a las órdenes de Hitler, una persecución contra los serbios, los judíos y los gitanos que desembocó en la posterior violencia étnica de los noventa, cuando volvió el odio racial y se forzó «a antiguos amigos y vecinos a mirarse a través del visor de una ametralladora», señala Goldstein.
Hasta esos días de 1941, dice Goldstein rememorando la Pascua de abril en que se llevaron a su padre, «los recuerdos son breves destellos, imágenes no conectadas entre sí, dispersas en el tiempo y, en ocasiones, incluso aisladas del espacio en el que tuvieron lugar. Pero desde ese momento del mes de abril recuerdo los hechos por completo». Es que la historia que narra el periodista en este libro que cuenta con copiosa información y que está rigurosamente ceñido a los hechos no es solamente su histora personal y familiar, sino que, a través de ella, ofrece un retrato amplísimo de los últimos setenta años de Croacia. «Escribiendo este libro sobre mi familia he intentado no separar lo que nos ocurrió a nosotros de los destinos de mucha otra gente y de todo el país.» En ese sentido, «1941», que fue publicado en Croacia en 2007, pretende ser un retrato colectivo, pues además de rescatar el pasado familiar, explora en «las raíces del mal», que llevaron a las fuerzas utachas a masacrar, en plan sistemático de limpieza étnica, a miles de serbios en ciudades como Veljun, Blagaj y Glina.
Sea como fuere, lo cierto es que «1941, un año que retorna», más allá del descenso a los infiernos que por momentos significa su lectura, no podría haber sido el libro que es sin un hecho fortuito, ocurrido mientras Goldstein llevaba escrita la primera parte. En ese entonces, la Biblioteca Nacional de Zagreb le notificó que había recibido el archivo de Vinko Nikolic, un poeta nacionalista que había colaborado con la propaganda ustacha y con las fuerzas armadas del NDH hasta 1945. Tras haber sido editor del periódico de la emigración entre 1950 y 1990, se había exiliado en la Argentina y había vivido, también, en Barcelona. En 1992, desde la Ciudad Condal, había enviado sus archivos a la Biblioteca. Y entre éstos se encontraba nada menos que una carta que su padre le había escrito desde la cárcel de Zagreb el 2 de mayo de 1941.
La carta, que se iniciaba con un «¡Querido Slavko!», había viajado durante sesenta y cuatro años y llegado, finalmente, a su destino. «Noté como si mi padre me hubiera escrito a mí desde su tumba en la caverna de Velebit», dice Goldstein, que después de leer las palabras en las que su padre le enseña la importancia de tener actitudes heroicas, incluso en los momentos de adversidad, pues beneficia a «los que los rodean, cerca y lejos, y a ellos mismos», siguió con la escritura de este libro completo y complejo en el que comenzó preguntándose por «las raíces del Mal que sufrimos» y terminó con la memoria intacta de lo que ocurrió en la Pascua de abril de 1941 y en los años siguientes. «Es difícil explicar nuestros destinos sin dar alguna explicación sobre las circunstancias generales que los determinaron, lo que no es fácil», concluye Goldstein. Y aclara: «No he conseguido llegar a una respuesta definitiva, porque no existe, y sobre el Mal he llegado a conocer sus mecanismos un poco mejor».