El detective achacoso
Ian Rankin firma la magistral «Perros salvajes», en la que John Rebus acusa el paso del tiempo
Aunque las novelas de Ian Rankin son superventas en medio mundo, ni el autor ni su famoso comisario John Rebus son suficientemente conocidos en España. Lo serán, sin duda, pero hasta ahora los detectives polares y mediterráneos han acaparado toda la atención popular y eclipsado a este héroe escocés. Con veinte títulos traducidos en España, Rebus ha pasado en treinta años de inspector insubordinado, irascible y huraño a viejo policía jubilado, incapaz de aceptar su desastrosa y solitaria nueva situación. Con una vida tan longeva, parece lógico que su autor lo coloque al borde de la prejubilación en «El callejón Fleshmarket» y lo jubile en «La música del adiós», permitiendo que siga inmiscuyéndose en los asuntos policiales en las tres últimas novelas coprotagonizadas por Malcolm Fox y la inspectora Siobhan Clarke.
James Elroy lo ha nombrado el padre del «tartan noir» por la pasión escocesa del autor. Edimburgo es el espacio referencial de Rebus, como Ystad es el de Wallander y la imaginaria Vigata, de Montalbano. Tres héroes posmodernos que cambiaron en los años 90 la concepción tradicional de la novela negra, anclada en la convención de un detective singular, cínico y estrafalario que permanece inmutable sin acusar el paso del tiempo.
Desde Dupin y Sherlock Holmes, los detectives de las novelas policiacas viven anclados en un eterno presente, como los superhéroes y demás protagonistas de la novela popular en serie. Ni Supermán ni El Capitán Trueno envejecen, ni sufren ni padecen las inclemencias del dolor y la vejez. La contracultura de los 70 llamó la atención de esta incoherencia, desbaratando el paradigma fijado desde la novela griega. «Sueños de un seductor» (1972) es un buen ejemplo de ese cuestionamiento: Woody Allen y su alter ego Humphrey Bogart representan la vieja convención romántica cuestionada y la nueva que la sustituye, más realista y anti-mítica, pero tan convencional como el artificio anterior. Además, esta nueva visión permitía al lector aceptar como nostalgia la novela negra anterior a la posmodernidad y gozar con ella a pesar de su incorrección política: mujeres fatales, gays vergonzantes, machismo romántico, acoso y maltrato.
- Tres subtramas
El cambio de paradigma en la novela negra comienza a notarse en los 90, cuando Mankell convierte al comisario Wallander en héroe problemático, un ser sufriente y apesadumbrado por el mal que acusa el paso del tiempo y los estragos dolorosos del envejecimiento: achaques, diabetes, jubilación y melancolía por una vida que se consume con fatal realismo. En aras de la verosimilitud, Rankin utiliza el mismo proceso con Rebus. El cambio temporal y el envejecimiento del héroe y su jubilación siguen las pautas de los cambios de la sociedad globalizada.
En esta novela el escritor ha logrado superarse a sí mismo con una obra en la que los diálogos organizan la trama sin necesidad de prolijas explicaciones y los personajes tienen la entidad de los más logrados seres de ficción. Tres subtramas, tres investigadores entrelazados y tres gángsteres se entrecruzan hasta desentrañar una compleja historia crepuscular sobre un espantoso crimen irresoluto. Absolutamente magistral.