El zoológico experimental
La narrativa de Robert Juan-Cantavella(Almassora, 1976) –novelas como «El Dorado» o «Asesino cósmico» y el libro de relatos «Proust Fiction»–, se sitúa en el raro territorio de la escritura transgresora, antirrealista y simbólica, marcada por la literatura del absurdo, la mixtificación argumental y cierta extravagante originalidad; ingredientes éstos perfectamente identificativos del escritor de culto, del narrador aislado en un extraño rupturismo vanguardista. «Y el cielo era una bestia» pretende y consigue ser la máxima expresión de una visionaria trama en la que se mezclan atrabiliarios personajes, insólitas situaciones y no menos desconcertantes resoluciones argumentales. El protagonista es Sigurd Mutt, un maduro zoólogo alternativo y algo esotérico en busca de un fantástico animalario imposible; con esta obsesión y tras cabalísticas pistas de dudoso rigor científico, se instala en un perdido balneario pirenaico que nos remonta inmediatamente a la atmósfera referencial de «El castillo de Kafka», o «La montaña mágica de Thomas Mann».
Un abracadabrante documento, nombrado como «Tras Columbkill», es la clave de acceso a ese bestiario imaginario, en medio de una singular historia de enigmáticos arcanos e indescifrables misterios. Esperpénticos seres pueblan esta utópica cosmovisión: Iván Agulín, sabihondo niño incendiario; Vicente Baeza el Rubio, viviente archivo policial; el intrigante y sectario Bernabé; la pudorosa y a la vez parlanchina Elvira Caballero, o el mismísimo Mutt, neurótico, aventurero, heterodoxo científico con su punto de irónico filósofo de ocasión. Entre unos y otros componen una fantasía traspasada de suspense, humor e irracionalidad, en el enrarecido ambiente de ese estrambótico sanatorio, metáfora crítica y distanciada de nuestro enloquecido mundo actual.