Literatura

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«Es inimaginable que la religión desaparezca»

Ricardo Menéndez Salmón / Escritor. Publica «Niños en el tiempo», sobre la pérdida y la paternidad

Ricardo Menéndez Salmón
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Ricardo Menéndez Salmón se ha alejado de viejos senderos ya transitados, de los precipicios y cornisas desde los que se asomó al abismo de la maldad y los horrores del siglo XX, y se ha internado en las fragosidades de un territorio ignoto, distinto, el del amor, que también posee sus propias penumbras y oscuridades. El escritor ahonda, con su literatura deshuesada de adjetivos y superficialidades, en la pérdida de un hijo y la fractura irreversible que provoca en una pareja que avanza por los últimos rellanos de su relación; en el destino de una mujer embarazada que viaja a Creta con la esperanza de encontrar una respuesta que le muestre una dirección hacia dónde dirigirse,y, en una narración central, el autor le devuelve a Jesucristo la infancia que le han regateado los Evangelios. Unos relatos, en apariencia independientes y en el fondo ligados, que exploran la paternidad, la muerte y los sentimientos. «Este libro es más emotivo, más cálido, apunta más a la emoción que a la intelectualidad o a una lectura más forense», comenta el escritor sobre «Niños en el tiempo» (Seix Barral).

Poner cara a los demonios

El novelista, como creador, afronta aquí un «tête à tête» con Cristo, al que evoca en una historia y con el que mantiene un largo y respetuoso diálogo, pero en el que apela siempre a su cara humana, al espectro terrenal más que al que representa su trascendencia divina. «Los artistas tienen la facultad de encarar sus miedos a través de una ficción –explica Menéndez Salmón–. Poseen la capacidad de darles otra forma a través de una pintura, una sinfonía, una arquitectura. Es la diferencia que marca a estas personas, que ponen cara a sus demonios. Es una manera de dialogar con los propios temores, un ejercicio de exorcismo, pero un libro, desde luego, no te puede devolver lo que has perdido, sólo paliar el dolor. De hecho, existe una literatura de duelo». El hueco de la ausencia que deja un fallecimiento, en este caso de un descendiente, es una de las líneas argumentales que hila la novela. «La religión es una forma de consuelo –comenta el escritor–. Existen culturas ágrafas, pero no sin dioses. Es curioso, pero también fundamental, este aspecto. Sucede porque el hombre es un animal que tiene miedo, que necesita un refugio. Por eso, la religión es irremediable. Yo soy ateo, pero soy religioso. La religión se fundamenta sobre nuestra temporalidad. Por eso que desaparezca como fenómeno antropológico es inimaginable», comenta. Menéndez Salmón admite que «es un gran lector de las Escrituras» y, como conocedor del lado más oscuro del hombre, reconoce que «la lectura del Antiguo Testamento es un catálogo de los horrores que puede cometer el hombre. Ahí está todo el bien y el mal que somos capaces de hacer».

Menéndez Salmón, que confiesa que existe «un punto de oscuridad en por qué nace un libro», describe el terremoto emocional que afecta a un hombre y una mujer a través del fallecimiento de su primogénito. «Quería reflexionar sobre el fracaso afectivo, los desencadenantes del fracaso de un amor. La pérdida de un hijo genera una culpa sin sentido. Pero es común. Los progenitores se culpan, intentan buscar una razón para lo que no existe. Eso es lo que le ocurre a ella». Ella se llama Elena, un guiño a esa otra Helena, gemela en el nombre, diferente en el personaje, pero que abren y cierran este volumen, que encierra algunos reflejos.

Consagración

Filósofo de formación, se podría hablar de Menéndez Salmón como de una de las promesas literarias de nuestro país por su juventud, si no fuera porque ya es un escritor consagrado, un prestigio que se ganó, sobre todo, con la publicación de la trilogía compuesta por «La ofensa» (2007), «Derrumbe» (2008) y «El corrector» (2009). Traducido a diversos idiomas, también ha conseguido numerosos galardones literarios.