Fuego griego y bombas de escorpiones
La invención de armas mortíferas y aterradoras que sean irresistibles para los enemigoa, independientemente de toda moral, es un tema que se remonta a la historia de la antigüedad. En la antigua India, las Leyes de Manu (s.V a.C.) o el tratado militar Arthashastra (s.IV a.C.) presentan casos de guerra justa y condenan el uso de ciertas armas, así como el casi contemporáneo Arte de la guerra de Sun Tzu. También en el Deuteronomio, en el Corán y en las fuentes grecolatinas se teorizó sobre la lucha noble y contra las armas amorales, pero en todas las culturas se acabaron usando. El nuevo libro en castellano de Adrienne Mayor nos demuestra que los griegos y los romanos conocieron diversas tácticas y armas deshonrosas –pero también mortalmente efectivas– que hoy entrarían en la moderna categoría de guerra química y biológica. Mayor empieza por donde se debe, por el mito, narrando el comienzo y el fin del ciclo de Heracles desde la sangre de la Hidra de Lerna, que empapará sus flechas y será metafórica esta práctica en la antigüedad, a la propia muerte del héroe, por una túnica de regalo envenenada e incendiaria.
Animales de combate
Desde aquí la autora va desgranando hábilmente, entre mito e historia, la realidad de estas armas: envenenamiento de aguas, animales de combate –perros, elefantes o bombas de escorpiones– vapores mortíferos y transmisores de la peste e ingenios varios para asedios, sabotajes o magnicidios. Especial interés tiene el último capítulo, sobre las armas incendiarias, como el famoso «fuego griego» que da título al libro. Este invento bizantino, basado en la nafta, se usó por primera vez en 673 para romper el asedio de la flota árabe en Constantinopla. Salvó la ciudad del Bósforo en varias ocasiones y amedrentó durante siglos a los enemigos de Bizancio: de ella hay una ilustración única en el magnífico Códice Skylitzes de la BNE. Sabemos que esta especie de napalm era propulsado con cañones y prendía al instante en cualquier cosa que tocaba, incluso sobre el agua. El terror al fuego griego en la Edad Media es comparable al moderno terror a la bomba atómica de modo que 1139 el II Concilio de Letrán lo prohibió en Europa. Desde entonces hasta nuestros días la ambivalencia entre las armas prohibidas por la moral de la guerra y su paradójica eficiencia ha estado siempre de actualidad. La cita apócrifa que recoge el libro, atribuida al director del programa de armas biológicas de Japón durante la II Guerra Mundial, es esclarecedora: «Si un arma es lo suficientemente importante como para prohibirla, merece la pena que la tengamos en nuestro arsenal».