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Houdini, vida con truco

Houdini, vida con truco
Houdini, vida con trucolarazon

De Harry Houdini, el escapista más importante del siglo XX, se sabían muchas cosas: que había sido capaz de librarse de una camisa de fuerza suspendido por una cuerda desde una grúa; que se había fugado de varias prisiones y que se hacía llamar «rey de las esposas» porque ningún encierro, salvo una muerte rodeada de misterio, había podido con su ilusión constante de escapar. Pocos sabían, en cambio, que este hombre nacido en Budapest en 1874 pero ciudadano americano desde que su familia (un padre rabino y una madre a la que adoraba) emigró a Wisconsin cuando él tenía apenas cuatro años, también había pulido un puñado de textos que Capitan Swing, ahora recoge con el nombre de uno de ellos y edita junto a una semblanza de Teller, el mudo asistente de Penn Jillette, y otra de Conan Doyle, con quien el gran mago mantuvo al principio una estrecha amistad y después una airada polémica a raíz de los médiums que Houdini no se cansó de desenmascarar.

Publicado por primera vez en 1906, «Cómo hacer bien el mal» parece, a simple vista, un manual de instrucciones para iniciados en el universo del hampa, pues describe los métodos infalibles para hacer trampas en el juego, para falsificar billetes, para robar carteras y todo lo que pueda imaginarse en el mundillo delictivo de aquella época. Nada más lejos, sin embargo, dado que Houdini, en el fondo, se propuso otra cosa. «La finalidad de este libro –escribe– es salvaguardar al público contra las prácticas de las clases criminales desvelando sus diferentes trucos y explicando los diestros métodos de los que se valen para defraudar».

Historias del hampa

Durante los primeros años del siglo XX las grandes ciudades americanas a las que llegaba Houdini con sus arriesgados espectáculos eran cada vez más númerosas y las personas, más anónimas, lo cual hacía que también se multiplicaran los ladrones, los embaucadores, los contrabandistas, hombres todos que entregaban su suerte a la audacia y no a la fuerza corporal, dos virtudes que Houdini, que entrenaba a diario y no probaba ni el alcohol ni el tabaco, reunía en su menuda anatomía. «Mi cerebro es la llave que me libera», decía, como si se tratara de un ardid publicitario que él conocía tan bien como los trucos de malhechores. «Si quiere usted tener éxito, hágase a la idea de que su forma de abordar al público será el aspecto más importante de su actuación», recomendaba, por ejemplo, a los futuros magos alguien experto en la autopromoción, que cada vez que iba a una ciudad se mostraba ante las cámaras de los fotógrafos.

«Cómo hacer bien el mal», en cualquier caso, tiene su origen en el hecho de que la fama de Houdini, a quien el público (en una época marcada por la Gran Guerra y por las primeras inmigraciones masivas) no dejaba de considerar un héroe, le permitió mantener contacto con muchos policías en casi todo Estados Unidos y en Europa, quienes le habían permitido que se entrevistara con muchísimos delincuentes.

«A estos caballeros les debo la noticia de muchos incidentes divertidos e instructivos hasta ahora desconocidos para el gran público», anuncia Houdini en un tono fresco y destinado para el gran público, convencido de que «es mucho más difícil ofrecer un espectáculo de prueba a un teatro de asientos vacíos pero con un empresario que a un teatro repleto sin un empresario». Se debía a su público. Y por eso, quizá, no tuvo ningún reparo en desenmascarar a las decenas de farsantes que decían hablar con los muertos tras la guerra. Él, que había perdido recientemente a su anciana madre, aceptó el consejo de Conan Doyle y fue a ver a una médium. Se sintió tan estafado que se propuso desenmascarar a cualquiera de ellos. Años después, de gira en Montreal, un joven llamado Whitehead quiso medir la capacidad de su abdomen y lo llenó de golpes. Houdini deseó seguir con el espectáculo pero su apéndice estaba perforado. Murió dos días después, en Detroit, la noche de Halloween de 1926.