Crítica de libros

Jemeres rojos, el mal, en primera persona

Rithy Pahn sufrió en carne propia el horror del régimen de Pol Pot. Vio morir a su familia de niño y ahora ha decidido hablar con uno de los más sanguinarios asesinos de aquel exterminio. «La eliminación», un texto imprescindible que firma también Christophe Bataille, recoge su testimonio y recuerda lo que fue el otro holocausto

Jemeres rojos, el mal, en primera persona
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No es un libro, es un puñetazo en el estómago; un testimonio insoportable. Las páginas que suceden a la fotografía de Paul Chesley que ilustra la portada son duras, desangeladas, contenidas; forenses en algunos momentos. Por tanto, el lector podrá «mirar hacia otro lado, en tanto que es una libertad universal»... Pero entonces se convertiría en cómplice de los hacedores del olvido. Aquellos que asesinan por partida doble: la primera segando vidas y la segunda condenando a los muertos al olvido. Camboya, 17 de abril de 1975. Los guerrilleros conocidos como jemeres rojos toman el poder fundando la Kampuchea Democrática a las órdenes de Pol Pot bajo un sistema de gobierno de inspiración maoísta. En el intento de consolidar una economía radicalmente agraria, evacúan las ciudades, destruyen todo rastro de civilización y cultura urbana.... En el transcurso de cuatro años, 1.7000.000 personas –un tercio de la población– murieron dentro de las fronteras del país. Los campesinos se adhirieron pronto al marxismo, pero los intelectuales, funcionarios, pequeños burgueses, profesores o estudiantes, fueron considerados «gente nueva» y deportados a campos de trabajo donde la tortura y el asesinato selectivo –o en masa–, bajo la consigna de «búsqueda del enemigo interno», fue el pan de cada día. Mientras, fuera del país, este régimen criminal no era visto con malos ojos por parte de cierta intelectualidad, y el autor vivía en propia carne el hambre, experimentos médicos, torturas, palizas, vivisección de cuerpos, erradicación de seres o mutilaciones para su utilización como fertilizantes...

Crueldad y locura

No obstante, la calidad del documento radica en el hecho de trascender a su condición de víctima y testigo para proporcionar un cuestionamiento profundo del mal así como de la raíz de aquello que nos hace humanos para prevenir la recurrencia. Con ese objetivo, el libro se sirve de dos líneas narrativas que se alternan, confluyen y llegan a un final divergente. La primera es la de Rithy Panh, de once años, que ve morir a su padre, madre, hermana y la mayoría de los miembros de su familia a manos de la crueldad y la locura. Dolor que relata con precisión fotográfica, sin ahorrarnos detalle hasta permitirnos seguir las huellas de su supervivencia gracias a «la cobardía de un niño y la resistencia de un adulto». De la segunda línea narrativa, el autor es responsable absoluto: el niño se ha convertido en un cineasta de prestigio y decide entrevistar a uno de los mayores responsables de aquel genocidio, encarcelado y juzgado por crímenes de guerra: Kaing Guek Eav, alias Duch, jefe del centro de tortura y ejecución más terrible, el «S21» donde 12.380 personas fueron exterminadas. Asistimos noqueados a sus reacciones, mentiras, risa cínica, poder de seducción, manipulación y a su reinterpretación de la Historia. No es un criminal ordinario. Es un «hombre que piensa», y el hecho de no reconocer sus crímenes le impide avanzar hacia la «comunidad humana». Ahí reside la fuerza de estas páginas: en el hecho de revisar mil veces los hechos para comprender su naturaleza y arrojar sentido donde no lo hay. La excelencia del libro la completa el buen hacer de Christophe Bataille, porque allí donde el protagonista coloca la lente sobre el plano secuencia él sabe trascender a su papel de cronista y embridar su prosa mediante frases cortas, nula subordinación y prosa clara. «La eliminación» se ocupa de una de las grandes tragedias del pasado siglo, perfectamente equiparable a aquellas que trataron en sus obras Primo Levi, Robert Antelme, Elie Wiesel o Shalámov... Porque todos han visto cosas que son imposibles de olvidar; y todos se han dado cuenta de que han sobrevivido por una razón crucial: intentar comprender y hacernos entender, amén de recordar.