La inmisericorde vida de Linda Gray
El 4 de octubre de 1974, la poeta estadounidense Anne Sexton entra en el garaje de la casa que tenía en Boston –con un vaso de vodka y un abrigo de su madre, con la que mantenía una traumática relación–, sube a su coche, enciende el motor y fallece asfixiada a los cuarenta y cinco años. Sus depresiones habían empezado en 1954 con el parto de su primera hija, Linda Gray, momento en que su psiquiatra le recomendó escribir como terapia. Sexton se acabará convirtiendo en lo que se llamó una poeta confesional, si bien era esta una etiqueta que ella despreciaba completamente. En todo caso, su poesía ha resistido el paso del tiempo –uno de sus hitos es «Live or Die», que obtuvo el premio Pulitzer en 1967– y, como dice su hija en «Buscando Mercy Street. El reencuentro con mi madre, Anne Sexton» (traducción de Ainize Salaberri), sigue editándose, traduciéndose y enseñándose en las universidades de Estados Unidos. La alusión del título a esa supuesta calle viene de lejos. La poeta ya tituló una obra de teatro de 1969 «Mercy Street», y siete años después, de forma póstuma aparecería el libro «45 Mercy Street». Una palabra (su traducción es «misericordia») que devino en ella, al decir de Linda Gray, «una casa metafórica», un rincón soñado y buscado pero de imposible acceso, «el lugar en el que el pasado y el presente se reconciliaban, donde el enfrentamiento estrechaba la mano con el perdón».
Conflictos y pasiones
La hija de Sexton, también novelista, elige bien las palabras: lo pretérito y el hoy se han ido contrastando a medida que digería el suicidio materno y luchaba por dilucidar la verdad en medio de grandes episodios de conflictos y compasiones. De ahí que un libro como este de memorias –en el año 2011 publicó una continuación, «Half in Love: Surviving the Legacy of Suicide»–, naciera como una carta a su madre, como «un mensaje íntimo de duelo y celebración en el que recapacitaba sobre nuestra complicada vida juntas».
En efecto, el libro es ambas cosas, dolor continuo con gotas de amor, pues ella misma revivió momentos «dolorosos y felices al mismo tiempo». Linda Gray alude a sus intentos de suicidio (dice que al llegar a la edad en que su madre se mató se sentía tan deprimida y suicida como ella), a sus sesiones con su terapeuta, a lo traumático que fue que la enviaran a vivir con unos familiares unos meses porque su madre había sufrido un acceso psicótico. La autora se esfuerza a lo largo de las páginas por relacionar la vida con los poemas de su madre, pero muchos lectores sentirán que el libro es, sobre todo, una mera sucesión dramática de ingresos en en centros psiquiátricos, malos tratos –«cuando no me azotaban me abofeteaban»–, abandonos, amén del reconocimiento de que la influencia decisiva de Anne en Linda fue motivada por las ausencias a lo largo de su vida de la primera. Un anecdotario bastante personal sobre la poeta que, en «Queriendo morir» dijo que «los suicidas poseen un lenguaje especial» y que «ya han traicionado el cuerpo».