Maldad apabullante
Una buena novela negra suele tener la estructura fracturada de las peores pesadillas. Es un ardid que el autor suele utilizar para manipular al lector, utilizando la fragmentación de la historia, el asombro de lo inexplicable y el tipo de despiece de los carniceros para, en un momento dado, recomponerlo con un relato que, milagrosamente, se ensambla como el más enrevesado de los rompecabezas.
Ésa es la estrategia narrativa de Karin Slaughter en «La mujer oculta»: apabullar al lector con un enigma criminal desmesurado, confrontar patéticos personajes que descubren sus entrañas entre quejidos y aullidos de dolor y una historia melodramática de tal calibre que la vida corriente parece un insustancial estanque dorado.
Así de oscuro y putrefacto es el mundo literario de Karin Slaughter: un equipo policial del FBI de Georgia que capitanea la subdirectora Amanda Wagner. Sus investigadores, Will Trent y Faith Mitchell, y la forense Sara Linto componen un grupo humano tan complejo como dislocado en un mundo de maleantes, polis corruptos, abogados voraces y asesinos. En «La mujer oculta» investigan la aparición de un ex policía muerto en extrañas circunstancias y un río de sangre en una cochambrosa discoteca.
Hablar de extrañas circunstancias en las novelas de la saga de Will Trent, un policía disléxico con un pasado de inclusa y abusos infantiles, es un eufemismo. Tanto en «Flores cortadas» como «La mujer oculta» rozan el delirio dramático. Karin Slaughter, quizá haciendo honor a su apellido –matanza, masacre–, crea unos personajes y situaciones más grandes que la vida, más desmesurados que los de cualquier otra novela de crímenes atroces y violencia doméstica extrema. Y lo consigue con una desbordante prosa que anega la capacidad de discernimiento del lector, embobado con unos personajes femeninos fuertes como nunca se habían visto en la novela negra y una trama ingeniosa.
Descuartizamientos, sangrías, miseria, degradación, seres humanos manipuladores y corrupción a granel, tanto en las altas esferas sociales como en las más bajas y degradadas se codean en sus novelas, donde no faltan revelaciones atroces que encogen el alma del lector inadvertido. Una vez implicado en la historia, Slaughter es capaz de retorcerle el pescuezo con tal de asombrarlo.
Es cierto que la maldad es el punto de partida de toda intriga criminal y el malvado ha de ser un delincuente que cause tanto desagrado que cuando el héroe lo capture el lector sienta que las cosas vuelven a su lugar y el bien es recompensado. Pero en «La mujer oculta» no resulta fácil discriminar entre tanto personaje corrupto, policías venales y aquellos que tratan de atraparlos, porque todos ellos esconden una pasado desgarrador.
Dignos de compasión
Hay una herida abierta por la que sangran todos ellos. Sus vidas rotas son tan miserables que crea cierto desasosiego vislumbrar que todos ellos son dignos de compasión; que todos buscan algún tipo de redención y que no está en manos del lector discriminar quién lo merece ni a quién debe condenar, ante tanta atrocidad, desgarro y odio, producido por la indiferencia y el desamor.
El mundo criminal de Slaughter no puede ser más negro y descorazonador. Sin embargo, son tan potentes sus intrigas, atractivos por su fealdad los personajes, que la intensidad se apodera del lector, mareado por diálogos inacabables, digresiones innecesarias y una intriga repleta de suspense. A veces las bondades del relato compensan sus excesos. Una novelista que hay que seguir, incluso perseguir, porque su mundo no es de este mundo.