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Memoria falseada

larazon

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Ignoraba Machín que un verso del bolero «Amar y vivir», «lo que pudo haber sido y no fue», se convertiría en lamento y divisa de los nostálgicos de la memoria histórica y de antifranquistas sobrevenidos. Tenía razón Zapatero cuando se hizo eco de la corriente radical que ponía en cuestión la reconciliación nacional e impugnaba por cobardía de los comunistas el pacto a la Transición democrática. Juan Madrid ha escrito «Perros que duermen» para demostrar que la Guerra Civil la perdieron los republicanos, pero que nadie les podrá discutir que moralmente la ganaron y están en un tris de cambiar la historia retroactivamente.
De esta falacia nace la superioridad moral de la izquierda, que tiene en estos «Perros que duermen» su mejor metáfora en forma de memoria personal de Juan Madrid y homenaje a sus padres: dos luchadores del Frente Popular, arrojados antifranquistas como el autor. Esa impugnación de la Transición mediante la falsificación de la contienda y la criminalización de la posguerra es el mejor ejemplo del delirio histórico que rezuma esta novela negra «sui generis», entre el recuento biográfico y el memorialismo. Tres ejes narrativos se alternan en la obra que, como un calidoscopio, componen el triángulo social de un relato memorialista. El eje principal es el del protagonista, Juan Delforo, empeñado en contar en forma de diario carcelario sus vicisitudes durante el proceso bélico, el típico e inacabable relato de las batallitas y sufrimientos que remiten a la hagiografía del santo comunista que es torturado por defender sus ideas.
Si ha leído «Madrid, de Corte a checa», de Agustín de Foxá, ha debido olvidarse de las checas y del terror republicano. En este fantaseado tributo a su familia, «un ingeniero que no se sometió al franquismo y una madre feminista y orgullosa del clima de libertad de la República» (sic), el autor quiere «despertar en el lector las ganas de saber lo hermoso que fue el país que anticipaba la República y cómo la dictadura lo convirtió en el peor país del mundo», exaltando el valor guerrero frentepopulista.
Sentimiento de venganza
Es, pues, una idealización de la lucha de sus heroicos padres contra el fascio en la que no tiene cabida la Historia, sino el sentimiento de venganza «del discurso dominante que se nos ha impuesto y que niega una España diferente, de izquierdas. La que pudo haber nacido de la República». Y como programa de memoria histórica declara que es «un ajuste de cuentas con el relato artificial y falso de la Transición, que fue un pacto entre las élites y no un renacer de la democracia, como se nos ha querido vender». Quedan los otros dos relatos de este tríptico fallido. El del falangista siniestro que trata de investigar un doble asesinato en el Burgos de 1938, lo mejor de este puzzle desajustado, y el del macarra en el Madrid de los años cuarenta, lastrado por un costumbrismo rancio. Resulta difícil digerir esa pasión por la anécdota y la ambientación antes que por la coherencia de la trama, que a la postre se reduce a una deslavazada sucesión de relatos vitales cuya excelente factura no los convierte en ningún caso en memorables. Eso es lo que sucede cuando la ideología devora a la literatura.

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