Mi amiga la salamandra
Hay novelas que tienen la gracia de lo insensato. Que buscan desde la primera página el guiño cómplice del lector. Un pacto tácito por el cual éste se comprometa a mantener el juicio crítico flotante para que el autor pueda transgredirlo con un humorismo hiperbólico. En este ten con ten consentido, Franz-Olivier Giesbert se mueve con una agilidad literaria prodigiosa, juega con el drama tremendista y flirtea con las coincidencias históricas sin importarle la verosimilitud. Dos películas le sirven de referentes: «Zelig» (1983), de Woody Allen, y «Forrest Gump» (1994). Como éstas, «La cocinera de Himmler» recurre a momentos históricos en donde sus personajes de ficción alternan con naturalidad con sus protagonistas reales; Zelig, mimetizándose con ellos de forma camaleónica; otros, como Rose o el bobo de Forrest Gump, transitando con su caja de chocolates por la historia del siglo XX hasta protagonizarla sin incidir en ella.
El caso de Rose, la heroína de «La cocinera de Himmler», padece el siglo XX con su caja con una salamandra, a modo de Pepito Grillo, como un testigo sufriente de su violencia y brutalidad. La narración autobiográfica en primera persona confiere a la ficción un tono de monólogo reflexivo a posteriori, pues juzga su comportamiento un tanto ingenuo y el de los protagonistas reales de la Historia de forma satírica a toro pasado.
Superviviente del exterminio armenio en 1915, Rose padece la barbarie de dos guerras, el Holocausto nazi y la revolución cultural china con la resignación de los vencidos, pero con las ideas muy claras: la venganza como terapia que cauteriza el dolor sufrido, el placer como medio y el amor como un destino de vida. Un sentido del humor melancólico, desgarrado a veces, impregna la novela. La caricatura atempera la brutalidad que vive este personaje vitalista. Ser bella y buena cocinera le permite enredarse con Himmler, cocinar para Hitler y ser violada por Bormann en el mismísimo «Nido del Águila» de Hitler en Berchtesgaden; mantener un idilio con el amante americano de Simone de Beauvoir y poner como un trapo a Sartre, Beauvoir y Althusser. Detrás de Rose se escucha en exceso la voz del intelectual que es Fraz-Olivier Giesbert, su ideología antitotalitaria, pues homologa el genocidio judío de Hitler con la barbarie de Stalin y las hambrunas de Mao, y sucumbe al ajuste de cuentas con los vanidosos intelectuales parisinos, colocando por encima de ellos a una cocinera como símbolo del desgarrado y nada inocente siglo XX. Quizá pueda sonar exagerado, pero el humor y el descaro hacen de esta novela, literariamente sobresaliente, un relato revelador de la condición humana más repugnante y a su protagonista en un ente de ficción memorable, que cree que el mal engendra el bien.