No tienes la culpa de ser una víctima
Esta es la historia de una víctima o, para ser más precisos, la narración de una mujer que ha sufrido humillaciones e iniquidades. Una voz femenina que mantiene un diálogo con su propio yo para escucharse, reconocerse... contarse y desencontrarse para lograr escapar de lo vivido. El diálogo interno de una víctima que anhela una nueva oportunidad, que desea actuar como verdugo, que se arrepiente de sus propios pensamientos, se rebela, se duele, pero no puede desabrocharse del pasado. Una mujer que ha perdido lo único que amó aunque, en realidad, ¿lo tuvo alguna vez?
El título, tomado de un poema de Miguel d'Ors, como cualquier oxímoron, emplea dos conceptos opuestos para expresar una idea distinta que los sobrepasa pero sin cuya negación interna no se podría explicar el presente libro en el que su protagonista intenta hacer, rehacer y restañar su pasado. Un personaje que avanza como el pájaro borgiano volando con la vista hacia atrás, no por placer, sino para intentar comprender su pasado y en la confianza de que su futuro será distinto. No por ser víctima se tiene un comportamiento digno o, dicho de manera más general, el dolor no nos ennoblece. Tiene razón el autor tanto en lo primero como en lo segundo. El problema que mejor sobrevuela sobre este texto es el de la «no culpabilidad»: una mujer violada no es culpable aunque lo sienta; un niño maltratado no es malhechor aunque lo crea; un emigrante no es delincuente aunque se ocupen de repetírselo...
Con un ojo puesto en el microscopio y otro en el telescopio, Fernando Sánchez Pintado retrata una situación que se convierte en un problema extensivo a muchas situaciones vitales. Una historia llena de autopsias sobre el dolor y la restauración interior. Fábula sin ninguna moraleja que se lee con ojos arrasados en lágrimas.