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Oé, su cuñado y Cervantes

Reaparece «¡Adiós, libros míos!», que forma parte de una trilogía. «¡Adiós, libros míos!». Kenzaburo Oé. Seix Barral. 384 págs., 20 euros. (e-book, 13,99)
larazonLa Razón

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Dice el poeta Thomas Eliot: «Aquí estoy yo, un hombre viejo en un mes reseco». Una frase que Kogito Choko, álter ego de Kenzaburo Oé, suscribe en esta novela en la que la experiencia personal del escritor, su trayectoria vital, se confunde con la de su curioso personaje. Un autor al que le han dado un «premio en Estocolmo» y se le riñe dentro de Japón por hacer una literatura del yo (tan moderna y, al mismo tiempo, tan mal vista) y que convalece en un hospital tras haber sido agredido en una manifestación.
Publicada originalmente en 2005, «¡Adiós, libros míos!» es el final de una trilogía que comenzó en 2009 con «Renacimiento» (la segunda, «El chico de la cara melancólica», será editada dentro de poco) y que sigue el camino trazado por Kogito desde entonces: la impresión que la muerte de Goro (inspirado en el director de cine Juzo Itami, que es cuñado de Oé) le ha causado, su pasión cervantina y el interés por la densa sombra que Yukio Mishima ha proyectado sobre la literatura que se escribe en su país. Ya entrado en la vejez, y dispuesto a hacer un racconto de su vida, Kogito recibe en esta novela la visita sorpresiva de Shigeru: un renombrado arquitecto que vive en Estados Unidos desde hace muchos años y que ha decidido cruzar el Pacífico con una sola intención en la maleta: reanudar el vínculo con su viejo y gran amigo Kogito, roto desde hace un tiempo y que el encuentro fortuito se encargará de recuperar.
Compañero de infancia
Así que Kogito, junto a su entrañable compañero de la infancia, se recuperará poco a poco en la casa que ambos idearon sobre un poema de Eliot. Un lazo que, más allá de la distancia, perdura en la experiencia compartida y en el recuerdo constante de Goro, iluminado suavemente por las intermitencias de la poesía. Bajo esa luz, Kogito comprenderá entonce su lugar como escritor y sus comienzos, que son, también, sus inicios como lector: un entrañable viaje hacia el corazón de su infancia en un mes reseco, pero escuchando, como dice otra vez Eliot, a un niño que es él mismo y que, mientras espera que llegue la lluvia, lee.

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