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¿Sigue existiendo el «hombre rojo»?

Alexiévich disecciona la configuración de una mentalidad soviética tras la Revolución
larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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La flamante premio Nobel, Svetlana Alexiévich, ha dedicado toda su obra a desentrañar el andamiaje interno de lo que ella denomina «el homo sovieticus»: para algunos un humano trágico; para otros, un pasivo recipiente de mitología y propaganda. La historia del «hombre rojo», que sigue existiendo aunque ya no exista el «imperio rojo». ¿El motivo?: que todos contaban con una memoria única, la del comunismo, y compartían una misma casa en esa evocación, a mitad de camino entre cárcel y guardería.
En el delirante laboratorio de pruebas que fue la Unión Soviética, se emprendió el más radical experimento de ingeniería social ensayado en la Historia: transformar el caduco Adán en una inédita tipología de hombre nuevo. Y lo consiguió... Al menos durante más de siete décadas. De igual modo que intentó alterar el curso de los grandes ríos de la Rusia ártica para que pudieran regar las estepas de Asia central o trabajó en la desecación de la bahía de Kara Bogaz en el mar Caspio –como narra Frank Westerman en «Ingenieros del alma»–, así pretendió formatear, para reprogramar después, al nuevo ciudadano comunista. Figura condenada a desaparecer a raíz de la desintegración de la URSS, a la que no le siguió ningún proceso de Nuremberg a pesar de los millones de víctimas de las que se responsabiliza al régimen. Los rusos no estuvieron preparados para afrontar con garantías la revolución bolchevique –de ahí su fracaso y el desvío totalitario–, pero tampoco lo estuvieron para el reto que supuso la Perestroika de Gorbachov ni para la caída del régimen, la posterior disolución de la URSS y la llegada de una deficiente democracia. Alexiévich explica a la perfección la escasa experiencia democrática y de libertad que ha tenido su pueblo, habituado a una verdad única.
Nos relata, sin linimento, el fracaso colectivo de la utopía comunista y las numerosas cicatrices que ha dejado en todas las repúblicas de su esfera, educadas en una férrea ideología «estatalista» y totalitaria donde la libertad estaba bajo sospecha. No ahorra miedo, ni sufrimiento, ni Gulag, ni asesinatos de Estado, ni los graves asaltos a la naturaleza, ni miseria, ni tiranía. Maneja los datos que el régimen archivaba escrupulosamente, lee los expedientes desclasificados, habla con los científicos que trabajaron en los megalómanos proyectos, elabora un riguroso trabajo de investigación sobre fuentes orales. Centenares de horas de grabación de voces genuinas le permiten, ir más allá del periodismo –porque no se conforma con la mera información–, pero quedarse un peldaño antes de la labor de historiadora. Todo para dar voz a los actores del drama comunista a través de una serie de relatos inclementes. Rumores de la calle, conversaciones de mesa camilla, entrevistas con víctimas y testigos olvidados; los que se significaron, los que callaron e intentaron olvidar, los engañados, los deportados, los adeptos... Un mosaico que nos permite viajar a la pesadilla cotidiana de la población de una sexta parte de la Tierra, durante y después del letargo soviético.