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«Las dos vidas de Mina Índigo»: Sesiones de espiritismo para la clase alta

En «Las dos vidas de Mina Índigo», Alaitz Leceaga sigue los pasos de la médium más famosa de la Barcelona de 1888

La escritora Alaitz Leceaga
La escritora Alaitz LeceagaRubén BlythRubén Blyth

Tradicionalmente, a las mujeres se les ha retratado en cuentos, historias o leyendas con algún singular rasgo mágico. Las mujeres hemos sido –en la ficción y en la realidad– señaladas como brujas, hadas, hechiceras... y, según asegura Alaitz Leceaga, «eso todavía existe, está arraigado en nuestros cuentos y novelas que los personajes femeninos mantengan ese poder». Sus obras son ejemplo de ello: «Siempre incluyo un toque mágico o misterioso», asegura, y lo demuestra en la recién publicada «Las dos vidas de Mina Índigo» (Planeta). Este libro narra la historia de la médium más solicitada de Barcelona: Índigo recibe en su palacete a damas de la alta sociedad, para ofrecerles sesiones espiritistas y, estratégicamente, para obtener información que les comprometa. Una trama que se desenvuelve en un contexto histórico revuelto: la Barcelona de 1888: «Es un momento en que tanto Barcelona como España estaban con una manera de entender el mundo que comienza a chocar. Lo tradicional se encuentra con la llegada de la modernidad, que va a llegar a imponerse, y que se acentúa con la inminente celebración de la Exposición Universal en la Ciudad Condal», explica la escritora. Por tanto, la trama se desarrolla entre «el glamour del Liceo y de las fiestas, y las callejuelas tortuosas del Raval».

Leceaga, además de haberse recorrido esas callejuelas para construir la trama, también ha investigado el mundo del espiritismo. A finales del siglo XIX, existía «una fascinación absoluta por el ocultismo, se veía como una de esas nuevas ciencias que, en aquel momento, empezaban a despertar interés. Y la clase que más fascinación sentía por ello era la clase alta», explica la también escritora de «Hasta donde termina el mar» (Planeta). Es curioso, por tanto, que fuera la alta sociedad, la más pudiente, la más aferrada a lo mágico, cuando quizá fuera la menos necesitada de sus trucos. «Había incluso asociaciones espiritistas donde había escritores conocidos, intelectuales o científicos», apunta Leceaga, «tiene que ver con lo que comentaba del choque que existía entonces. Los fantasmas podían representar ese querer sujetar el pasado, pues sentían que empezaba a escurrírseles de entre los dedos».

Sin embargo, hoy ya no vemos a esas médiums como consultoras o vías personales de desahogo. «Lo vemos diferente, porque ya no son tan famosas como en aquel momento, cuando eran guardianas de los secretos. En el libro, Mina viaja entre esas dos Barcelona para hacerse con los misterios más importantes y poderosos de sus clientas, y utilizarlos a modo de ventaja». Una vulnerabilidad que hacía que aquellas damas se sintieran expuestas, lo que bien nos recuerda a las redes sociales: «Es verdad que son parecidas a estas médiums», apunta Leceaga, pero no por ello está en contra de su uso: «Me permiten estar en contacto con los lectores. Para mí la presión siempre viene de darle más a ellos, de sorprenderles, y esa inmediatez que te permite recibir mensajes en cualquier momento siempre la agradezco», concluye.