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David Jiménez: «La gente que lucha por la libertad está cada vez más sola»

Publica «El corresponsal» (Planeta), novela en la que echa mano de sus recuerdos como reportero de guerra para revelar los entresijos del oficio desde un peligroso escenario: la Revuelta Azafrán de Birmania
Enrique CidonchaLa Razón

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Hay realidades que no solo hay que ver para creer, sino que también hay que ver para comprender. Vivimos en un mundo en el que es crucial no acomodarnos, pues más allá de nuestras pantallas y espejos existen países y personas que sufren y que luchan por ser libres. No podemos estar en todas partes, por supuesto, pero existe una figura que viene haciendo ese trabajo de transmisión informativa desde el campo durante años, y cuyas condiciones sin embargo solemos desconocer. Se trata de los reporteros de guerra, aventureros por la verdad a los que ahora el escritor y periodista David Jiménez rinde homenaje en su nueva novela: «El corresponsal» (Planeta). El autor, que ha trabajado como reportero en países como Corea del Norte, Siria o Birmania, sitúa al lector en este último país, donde un joven periodista, Miguel Bravo, es enviado para cubrir la Revuelta Azafrán.
Es un libro de experiencias.
Está inspirada en los 20 años que trabajé como corresponsal. Sumerjo a los lectores en el mundo íntimo de esos reporteros de guerra de los que muchas veces solo conocemos lo que escriben. Quería adentrarme en cómo viven, cómo son sus aventuras, cuáles son sus miedos, sus fracasos, las rivalidades que hay entre ellos, e incluso cómo se enamoran. Contar el mundo de los corresponsales no tanto como lo habría hecho Hollywood, mitificándoles como héroes, sino tratando los lados más oscuros de la profesión. Todo ello en un escenario que uno de los protagonistas llama el país más bello y triste jamás inventado: Birmania.
¿Qué sorprenderá al lector que no ha vivido una guerra?
Conocer la vida íntima y más oculta de los reporteros de guerra, que es tan intensa que todo lo viven llevado al extremo, al límite. Cuando sabes que al día siguiente te pueden matar, todo lo vives con una intensidad especial. Para los reporteros la vida no es cotidiana.
¿Cómo cambia un conflicto narrado desde el terreno y desde la distancia?
Ese es uno de los grandes problemas que tenemos hoy. Muchas veces los acontecimientos se cubren desde lejos, porque a veces es más costoso o más difícil que los medios puedan enviar a reporteros. Y se vive muy diferente. En la guerra hay muchos tonos grises, y para entender lo que está pasando y dar voz quienes se ven atrapados en medio de un conflicto tienes que estar ahí.
¿El reportero de guerra está en peligro de extinción?
Es muy difícil que ahora se viva periodismo de aventura como antes, porque se ha sustituido por esa gente más joven que trabaja en precario y que no tienen tiempo para vivir eso. El primer problema de la pérdida de las coberturas es que cada día entenderemos peor el mundo en el que vivimos. Y eso va a aumentar la incomprensión de unos con otros. Es muy perjudicial. Hay que seguir yendo a la noticia, contando cosas que ocurren a miles de kilómetros de distancia y que nos afectan, porque lo que ocurre en Afganistán, Ucrania o China tiene un impacto directo en nuestras vidas.
¿Busca reivindicar lo que ocurrió en Birmania?
Sí. Quería trasladar al lector a un lugar que, aunque no está en las portadas de los periódicos, está sufriendo un totalitarismo brutal, que solo Orwell podría haber creado.
¿Qué aprendió?
Lo que más me impresionó de la Revuelta Azafrán fue que el régimen militar fuera capaz de disparar a aquellos monjes y personas desarmadas, en mitad de la calle, con tal de mantenerse en el poder. Me parecía increíble que se pudiera aplastar a personas que simplemente pedían democracia y libertad de una manera tan bestia. Es un problema muy vigente, porque los autoritarismos están creciendo en el mundo, y me da la sensación de que la gente que se opone a ellas y lucha por la libertad, está cada vez más sola. Los medios apenas cubren lo que está pasando allí, los países ignoran un sitio donde no hay petróleo ni intereses. Solo cuando ya es un desastre absoluto nos preguntamos cómo es posible. Y eso ya suele ser tarde.
¿Un reportero de guerra llega a perder la confianza en la humanidad?
Sí, cuesta mucho confiar después de haber vivido y haber visto el lado más oscuro de la condición humana. Cuando has sido testigo de mucha injusticia, no dejas de pensar que también son personas como tú y si no todos somos al final capaces.
Dedica la novela «a los reporteros que no regresaron», ¿hasta qué punto la información también es víctima en un conflicto?
Tenemos que valorar mucho más a esas personas que se juegan la vida a miles de kilómetros de distancia por contarnos lo que pasa. He querido que el libro sea un homenaje para ellos y para los que sacrificaron su vida y lo dieron todo por contarnos esa realidad del mundo.
¿Qué piensa cuando ve que siguen matando o encerrando a periodistas?
Te hace valorar tu situación comparada con lo que ocurre en México por ejemplo, donde constantemente vemos a periodistas que pierden la vida. O en dictaduras, como la de Birmania, donde los encarcelan. Cuando un periodista busca la verdad, siempre encuentra enemigos, y son muy poderosos y capaces de hacer cualquier cosa por que no la cuentes.