David Lagercrantz: “Putin es una inspiración para crear al villano perfecto”
Superada la saga “Millenium” que “casi termina conmigo”, dice, el escritor sueco presenta “Obscuritas”, la renovación de Sherlock Holmes
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Puede parecer broma cuando David Lagercrantz habla de su pasado con la saga Millennium como «esa experiencia que casi termina conmigo», pero el autor sueco lo dice con un suspiro de libertad: «Ya puedo hacer lo que me da la gana», confiesa de visita en Madrid. Le costó volver a encontrar su camino, «no es tan fácil», pero llegó. Lo hizo, como no podía ser de otro modo, en forma de libro, Obscuritas (Destino).
–¿En serio fue para tanto lo de Millennium?
–De verdad. Estaba en la portada de todos los periódicos. Los periodistas iban a la yugular por continuar el trabajo de Steig Larsson. Parecía que había estallado una guerra.
Los millones de lectores que dejó atrás con la serie literaria que heredó de Larsson todavía los siente como una presión añadida, aunque no quiere quitárselos de encima. De hecho, fue «durante la promoción de uno de esos libros», dice, cuando le llegó la idea de hacer una versión moderna del Sherlock Holmes que ahorna tiene entre manos. Para ello, se le aparecieron dos personajes: Rekke, de las clases altas; y Vargas, una mujer inmigrante de los suburbios, «los guetos». Dice que se fue de la lengua durante una entrevista y contó sus planes: «Y cuando se publicó aquello me llegaron ofertas de todo el mundo. Pero cuando llegué a casa me di cuenta de que no tenía absolutamente nada». Fue el motivo por el que, cuenta, dirigió esa crisis hacia el protagonista, «fue él el que asumió ese tiempo malo que pasé».
–¿Fue su terapia?
–De alguna manera, sí. Cuando decidí que tuviera esa oscuridad dentro de él y esa tendencia a deprimirse. Me encontré con cosas en mí mismo, en mi psicología que no conocía. Y creo que, como escritor, eso es lo que debo hacer.
Así le salió un Hans Rekke «bipolar», define, e «interesante» porque es un detective que cambia según el estado de ánimo: «Cuando está eufórico tiene una gran agudeza para la observación de detalles, pero cuando se deprime es como si le taparan los ojos con un velo oscuro». Enfrente tendrá a Micaela Vargas, una policía de barrio mucho más estable. Y ambos beben de toda la experiencia que Lagercrantz cogió como periodista de sucesos. Son los trazos finales de los maniquís en los que ha convertido a Holmes y a Watson, dos personajes que fueron su «primer amor literario». En un principio le «fascinaba» esa búsqueda del detalle; luego, se dio cuenta de que le irritaba la arrogancia; y ha terminado renovando un género que se traduce en un Rekke que duda hasta de su propia capacidad para enfrentarse a los casos.
–¿Por qué hay que leer su libro?
–Porque trata de decir algo al mundo.
–¿El qué?
–Si Larsson en «Millennium» se ocupó de su época, yo intento comprender otro tiempo. No el actual porque creo que no se entenderá hasta pasados los años: por ejemplo, de la invasión de Ucrania no conoceremos las consecuencias a corto plazo. Por eso yo me quise ir a 2003-04, un momento clave en el que la unión del mundo occidental se resquebrajo después del 11S, la guerra de Irak, la revelación de las torturas de la CIA, la crisis de los refugiados, el resurgir del fascismo... Quería analizar esos años clave.
–¿Cómo se vive en Suecia ese conflicto con Rusia?
–Es incomprensible. Es un «shock» porque siempre nos hemos sentido protegidos y alejados de cualquier conflicto. Llevamos más de 200 años en paz y, en un segundo, toda la imagen que teníamos de nosotros se ha hecho añicos. Ucrania la vemos muy cerca. Toda Suecia está como hipnotizada con los medios para ver qué está pasando. También nos hacemos ilusiones con que van a derribar a Putin, que lo único que tiene bueno desde el punto de vista literario es que sirve de inspiración para ser el villano perfecto. Esta generación no tiene un conflicto que le haya afectado tanto.
–Por 2004 Putin no tenía tan mala publicidad...
–Sí, pusimos las esperanzas en él para que llevara la democracia total a Rusia. Había signos de todo esto desde el principio, pero no los quisimos ver. Tenía dos propósitos: el poder y robar al país.
–¿Estamos en una época demasiado violenta (más allá de guerras)?
–Es evidente. Algo ha ido mal porque la violencia genera más violencia. Lo vemos en el fútbol, ejemplo de la masculinidad tóxica. Me gusta mucho como deporte y por ser un ejemplo de comunión entre diferentes culturas, pero hay violencia, corrupción, agresividad, odio... Todo eso no es realmente fútbol, pero sí es un reflejo de la sociedad.