Lluís Pasqual: “En Cataluña las decisiones se toman de cintura para abajo”
El 30 de junio, el Festival de Almagro reconocerá toda su carrera con la entrega del Premio Corral de Comedias
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El destino le tenía preparado un puesto en la panadería familiar, pero el teatro se cruzó en su camino y aquí está, a punto de recoger el Corral de Comedias del Festival de Almagro por toda una carrera. Allí se empezó a forjar la leyenda en 1981, cuando llegó un «pipiolo» Lluís Pasqual (Reus, 1951) con La hija del aire, de Calderón de la Barca.
−¿Qué tal?
−Con agujetas por la clase de pilates.
−¿Es la clave para mantenerse bien pasados los 70?
−Es clave para no ir torcido, que uno dirigiendo tiene que hacer muchas cosas.
−¿Buscar todos los ángulos?
−Exacto, retorcerse.
−¿Estaría apagado sin el teatro?
−No, hay muchas cosas que hacer. Me falta tiempo. Uno no tiene que ser director toda la vida.
−¿Se ha planteado dejarlo alguna vez?
−No, pero me dedicaría sin problemas a leer o escribir.
−¿Se le pasó la fiebre cocinera de la pandemia?
−Sigo con ello ¡y cada vez mejor! Para cocinar hay que tener tiempo. Me gustan los platos largos, que tardan en hacerse.
−¿Su plato estrella?
−Últimamente, las carrilleras.
−A todo esto... enhorabuena por el Corral de Comedias. Un premio más.
−Gracias. Uno más que irá al Museo del Teatro. Antes los tenía mi madre en un altar, pero, ahora que no está, a mí no me gusta tenerlos en casa.
−¿Qué le produce un premio a toda una carrera?
−Inmediatamente miras el carné de identidad y dices “Dios mío, cuántas cosas he hecho en este tiempo”. Los años tardan en pasar, pero el tiempo es rapidísimo. Este premio es especial porque es de Almagro, uno de mis principios. Muchas cosas empezaron allí y me gusta que sea en el Corral. En ningún lugar como este es tan cierta la definición de Lope de “cuatro tablas, dos actores y una pasión”. Es patrimonio de un país que no es muy de conservar.
−La hija del aire, Almagro, 1981. ¿Qué recuerda?
−Era un pipiolo con la fuerza e insolencia de la juventud, que me ayudó a pasar el miedo y aunque mi relación con el clásico venía desde que me regalaron un libro de Zorrilla a los siete años.
−¿El teatro cambia a la sociedad?
−A esa edad pensaba que sí y es bueno creerlo. Ahora digo que cambia la sociedad... el tiempo que dura la representación, que no es mucho, pero tampoco es poco. Que en el siglo XXI estemos rigurosamente callados durante hora y media y escuchando las razones de los demás es algo prodigioso cuando en la radio, en la televisión o en las familias la gente se interrumpe sin esperar a oír las razones del otro. Sentarte a escuchar a Antígona y Creonte te despliega la inteligencia y el oído. Da alimento al espíritu.
−Silencio... si lo permiten los móviles.
−Lorca dijo que un cuchillo sirve para cortar el pan, pero también para matar. ¡Y bendito sea! Pues con los móviles pasa lo mismo, así que miremos la parte buena, que ya no son un privilegio de pocos.
−Tenerlo también es una obligación.
−Y muy perversa. Sin móvil ya no eres nadie, aunque la Constitución no diga nada de eso.
−¿Lo pondrá algún día?
−Seguramente y, entonces, el Estado, igual que se encargó de que llegaran luz y agua a las casas, deberá hacer algo.
−Shakespeare y Molière, son emblemas en sus países. ¿Para España, qué significa su Siglo de Oro?
−Es la cúspide de un momento en el que el teatro tenía mucho que decir. Era comunicación e información. Infinitamente mejor y más abierto que cualquier otro de la época. Ahora la diferencia es que en Francia e Inglaterra está en los colegios. Para un adolescente no es una novedad ver un Hamlet porque ya lo ha leído e interpretado en el colegio. O en Alemania, que les obligan a tocar un instrumento. Aquí falta trabajar en las escuelas.
−Si la cultura europea fuera un 10, ¿dónde estaría la española?
−6,5.
−¿Qué necesitamos?
−Que el Ministerio de Hacienda se entere, que es el que manda. Todos los gobiernos son una coalición entre Hacienda y el resto de ministerios. Necesitamos que se aplique eso que se dijo hace dos años de que la cultura era un bien necesario.
−Entonces mandó una carta a Uribe, ¿se la mandaría hoy a Iceta?
−La misma, pero con una posdata: que se apresure.
−¿Le ha vuelto el mosqueo?
−Por las declaraciones del ministro en las que decía que lo importante era la salud... Afortunadamente, desde hace unos meses se habla de la salud mental. Ahí es fundamental un equilibrio en el espíritu, que se alimenta de cultura. Y la cultura, igual que el deporte, necesita entrenamiento. Alguien debe abrirte una puerta a un verso o a un cuadro.
−¿Su “hermano” Federico fue su primera invención teatral?
−Invención, pero no teatral, como todos los niños. Tuve la suerte de que mi madre me cantara canciones sin saber que eran de Lorca. Eso me iba entrando y excitaba mi curiosidad. Lo admiré antes de conocerlo.
−¿Es Lorca su refugio?
−Tengo varios, sobre todo, el mar, pero en el teatro sí es Lorca.
−¿Cuál ha sido el mejor momento en su carrera?
−Espero que esté por venir.
−¿Y el peor?
−En el año 86, cuando termine de hacer El público. Fue muy duro hurgar en mi propia conciencia. Me llevó a un agotamiento del teatro, pero se me pasó con otro Lorca, Comedia sin título.
−Pensé que iba a decir la salida del Lliure.
−No, no soy nostálgico. No nos lo podemos permitir en el teatro.
−De allí salió con otro Lorca, Romancero gitano.
−Cierto.
−En ese momento fue víctima de la fuerza de las redes sociales. ¿Deberíamos introducir una asignatura en el colegio que enseñe a usarlas?
−Estaría bien. Aquel susto se me pasó de golpe el día que decapitaron a un profesor francés porque una alumna le había acusado en las redes de haber afirmado cosas que no había dicho. Desafortunadamente, al mes se comprobó que era falso. Ese hombre perdió la vida; a mí me fue bien y casi gratis. No perdí nada irrecuperable.
−Se dijo que el independentismo había estado detrás de lo suyo.
−Se juntaron muchas cosas. Cataluña vive convulsa y casi irracionalmente desde hace muchos años. La mayoría de las decisiones se toman de cintura para abajo y la acusación se demostró falsa. Además, yo, por cultura y generación, no puedo ser independentista. Y soy catalán, catalán, pero me enseñaron a abrir las fronteras.
−¿Hay menos “ruido” en Cataluña o es que la pandemia y la guerra lo ha silenciado?
−Pienso que es por agotamiento y porque no te puedes creer el ombligo del mundo. Se han dado cuenta de que es algo endogámico y que no es una preocupación a nivel nacional.
−Vive en Madrid desde hace tres años, ¿se siente un exiliado?
−No, estoy cómodamente desplazado. El exilio es una cosa muy seria y yo cojo el AVE para ir al dentista allí.
−Una virtud del teatro actual.
−La desvergüenza, algo que siempre habían tenido en Inglaterra y América. Aquí había un porcentaje de pudor y eso es contrario a la libertad teatral.
−Un defecto.
−La retórica, seguimos gritando mucho, como si quisiéramos imponernos al espectador.
−Será el ego...
−Seguramente. Somos muy individualistas. Otro defecto es sentir la obligación de sustituir a Informe semanal. Hay temas que se tratan mejor en 10 minutos ahí que en el escenario. A nosotros nos toca profundizar. Ejemplo: Otelo mata Desdémona. No hay duda de que es un feminicidio, pero Shakespeare después de que la mate escribe el monólogo de amor más hermoso de la historia del teatro. Eso nos tiene que hacer pensar.