literatura
María Fasce: «Los silencios familiares son como un tumor que hay que quitar»
La también editora publica «El final del bosque», Premio Café Gijón, un thriller que indaga en las miserias de las familias
La escritora y editora argentina publica «El final del bosque», novela ganadora del Premio Café Gijón 2024, un enigmático thriller entre la razón y la locura que indaga en las servidumbres y miserias familiares. Aunque se define escritora antes que editora, María Fasce (Buenos Aires, 1969) lleva en el mundo de la edición desde los 23 años, y su reconocida labor al frente de sellos como los de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books le ha dado muchas alegrías, pero ha cumplido su promesa de no publicarse jamás a sí misma con su nueva novela.
Vestida con un elegante terno oscuro de raya diplomática y blusa blanca, a Fasce se la ve feliz, disfrutando el momento y entusiasmada de hablar de libros, de relaciones humanas y de literatura. El jurado destacó «su indudable solvencia formal e innegable vuelo estilístico, una novela que indaga en el desarraigo y las miserias familiares, al tiempo que perfila el marco de un dilema moral».
¿Es cierto que la novela surge de una pesadilla?
Es verdad, en 2020 soñé que mis dos hermanos y yo estábamos viviendo en una cabaña en el bosque de Peralta Ramos, mítico para nosotros y cerca de Mar del Plata y de la playa. El día que llovía y no podíamos bañarnos íbamos ahí a escondernos y a jugar, era fascinante. Soñé que de adultos estábamos allí, aunque había algo inquietante: un día, asomada a la ventana, vi tendido en el barro a un hombre que conocíamos, pero mis hermanos actuaban como si no hubiera pasado nada, me desperté sudando y temblorosa, lo anoté y dije, aquí hay una novela.
Una vuelta al lugar de la infancia, «la verdadera patria del hombre», según Rilke.
Nos marca tanto que todo lo que somos después se define en la infancia. O se entiende a través de ella. Eso es lo que quise contar. Las razones por las que están allí los tres y la manera de actuar estaban definidas desde pequeños, de ahí la necesidad en los padres de cuidar lo que decimos a nuestros hijos, porque a veces creamos estigmas que los marcan de por vida. Lo que fuimos entonces y cómo actuaron nuestros padres no podemos cambiarlo. La pregunta es, ¿qué hacemos nosotros con eso? La historia no está escrita y debemos preguntarnos cada día cómo escribirla.
Lo narra en un terreno fronterizo entre lo real y el sueño, entre la razón y la locura.
Borges decía que uno tiene que contar una historia como si no la entendiera del todo, porque eso genera más interés que si se cuenta desde la verdad absoluta, y da al lector libertad. Eso funciona, sobre todo, en la novela negra.
Es una obra intimista, pero, ¿se podría decir que tiene algo de thriller?
Por supuesto, para mi asombro y terror, porque no hay nada más difícil de escribir. Cuando tuve la pesadilla y creí que había un libro, al día siguiente pensé que era una novela negra y vuelvo a Borges, que también decía que todo buen relato o historia es, en esencia, una novela policial. En todas las mías hay siempre algo que averiguar, y en esta también.
En la historia todo gira en torno a la familia.
Lo que me interesa es escribir de las relaciones humanas, y la familia, con sus miserias y grandezas, es un tema enorme, como el amor y las relaciones de pareja, que también están presentes. Las relaciones son como compuestos químicos, como astros que se influyen mutuamente, y además son móviles, cambian permanentemente. Esos conflictos estaban ahí desde siempre, pero el punto de partida es cuando mueren los padres, que son el pegamento familiar.
También están los silencios.
Que hacen mucho daño en ella, por eso elegí esa frase de Natalia Ginzburg como epígrafe: «Día tras día, el silencio cosecha sus víctimas». Eso que no decimos está allí, latente, se enquista, y es como un tumor que hay que quitar, hay que hablarlo, por eso existe el psicoanálisis, para poder sacarlo. Los silencios ocultan traumas, miedos, soledad, frustraciones, celos, agresividad, complejos, envidias… pero creo que el miedo es su razón fundamental, tras la agresividad hay un gran miedo, mucha soledad y mucho dolor.
¿Es entonces Lola, la narradora, su «alter ego»?
Tiene muchas cosas mías, vive en España, es editora, escritora, lee, es algo tímida, tiene pesadillas y se enamora siempre de hombres que no le convienen, pero he puesto cosas de mí en todos los personajes. El objetivo de un escritor no es contarse a sí mismo, sino hacer personajes creíbles, y lo que tenemos más a mano somos nosotros mismos. Lola cuenta pasado y presente desde ella, pero el recuerdo de cada uno es distinto y la novela sería otra narrada por el hermano o la hermana. La memoria es una invención, no está definida, y hay recuerdos que borramos. Para Henry James, la ficción es como una casa y el escritor elige la ventana desde donde contarla, y esa decisión marca toda la novela, el punto de vista subjetivo lo es todo en literatura.
¿Cómo escribe un editor? ¿Le da importancia al estilo?
El estilo es uno mismo, va con uno en cualquier cosa que haga, pero un escritor cuenta además con referentes literarios a los que admira. Yo tengo un ritual al escribir, me pongo al lado sus libros y me pregunto, ¿cómo lo harían ellos? No puedo vivir sin Borges, Chéjov, Flaubert, García Márquez, pero no unos libros cualquiera, sino aquellos que marqué y leí por primera vez, porque cuando escribo, yo quiero parecerme a Patricia Highsmith, Carrère, Murakami, Annie Ernaux, Elena Ferrante o Sara Mesa.