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María Fasce: «La mayor pesadilla de un editor son las erratas»

Evoca los riesgos y placeres de su oficio cuando su sello cumple 60 años, aniversario que celebra publicando «Confesiones de una editora poco mentirosa», de Esther Tusquets, la fundadora
© Gonzalo Pérez MataLa Razón

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Todos crecemos con unos libros, unos autores, pero solo más adelante se descubre que detrás de ellos existe una editorial. Entonces al escritor preferido, uno suma otra predilección: la confianza en un sello. Lumen lleva trayéndonos historias desde hace ya 60 años. Su editora, María Fasce, sigue hoy con la tarea que inició Esther Tusquets y, para conmemorar este anviersario, ha reeditado un libro de memorias de la fundadora: «Confesiones de una editora poco mentirosa». «Un aniversario es una fecha simbólica –dice ella–. Sirve para festejar y ver cómo ha evolucionado un sello, qué se ha mantenido vigente».
–¿Qué debemos hoy a Esther Tusquets?
–Ella trajo la novela gráfica, apostó por la literatura de mujeres, editó «best-sellers», poesía y autores japoneses. Su ADN pervive en lo que hacemos ahora. Recuperamos los libros perdidos, hemos reimpreso a Hannah Arendt, Doris Lessing o Iris Murdoch, pero a la vez añadimos a los autores de siempre otros nuevos.
–¿Qué es lo más emocionante para un editor?
–Descubrir a un autor o un libro. Es una de las cosas más fascinantes de este trabajo, que es el más hermoso que existe. Hay pocas emociones iguales a eso. Es una revelación. Suena cursi, pero es como enamorarse. Cuando no conoces una obra, las lees y eres consciente de que estás descubriendo algo nuevo... eso resulta impresionante. Eso nos pasó con Lucia Berlin. Leemos como veinte manuscritos al día, pero pocas veces comienzas uno y sabes desde el inicio que detrás existe un autor o una autora.
–¿Cómo es la relación entre un editor y un escritor?
–Ser editora me permite entender a los autores, su psicología. Ellos son narcisistas por supervivencia. Está en la naturaleza de lo que hacen. Un escritor es persona que se sienta delante de un ordenador para hacer algo que no sabe si va a terminar o si va a venderse o no. Se sienta tanto tiempo a hacer algo de resultado incierto, y en lo que va volcar tanta energía, que, por eso mismo, tiene que creerse que es un gran autor. Después llega la ansiedad porque detrás tantas horas solitarias debe exponerse a una opinión.
–¿Y el papel del editor?
–El opuesto al autor. Su función debe ser anónima. Lo que debe brillar es el escritor y su libro. En ocasiones se dice que Raymond Carver era una invención de Gordon Lish. Pero eso no tiene sentido. Todo estaba en Carver. Lo que hizo Lish fue encontrar la mejor expresión de Carver, ayudarle a ser Carver. El talento de un editor es ayudar a que un escritor sobresalga. Para eso los orientas en manuscritos imperfectos, para que sus obras sean más emocionantes y salgan mejor. Es como pulir un diamante.
–¿Es difícil hacer correcciones a un escritor?
–Los autores más inteligentes y autoconscientes aceptan mejor las sugerencias. Si hay egos que impiden reconocer el valor de esos consejos, entonces, el texto se resiente al final. Hay que entender que los escritores son personas frágiles.Y que esa fragilidad se alterna con el narcisismo por la razón que le he explicado. Ellos son dioses mientras escriben, pero al presentar la obra en sociedad, se vuelven inseguros, sobreviene el miedo y, detrás, en ocasiones, la arrogancia. Los autores con más talento son los que mejor manejan el ego y reflexionan mejor sobre lo que les sugieres. El trabajo de edición siempre mejora el texto y ayuda al escritor a encontrar su camino. Editar es un diálogo de inteligencias.
–¿Una recomendación?
–Ser cuidadoso con los escritores primerizos. Cuando evalúas una novela estás evaluando a una persona. Un libro es algo personal. Es un objeto donde las personas ponen mucho de sí mismo. Yo tengo mucha delicadeza con las obras que rechazo, porque tienen parte de las ideas y la personalidad del autor. Es un riesgo a tener en cuenta.
–¿Y una pesadilla?
–¡Que no haya ninguna errata! Es la mayor pesadilla de todas. Lo primero que hago cuando recibo un libro de la imprenta es revisar la contra, el lomo, la portada... Después existe otra: que un autor deje de confiar en ti. Un editor trabaja para que el escritor confíe en él.

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