Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Mi primer Picasso, o la palabra de Fernande Olivier

Renacimiento reedita el texto en el que la compañera del pintor malagueño inmortalizó, entre otros, la efervescencia del París de principios del siglo XX
Fernande Olivier y Pablo Picasso, en Montmartre
Fernande Olivier y Pablo Picasso, en MontmartreMuseo Picasso de París

Madrid Creada:

Última actualización:

Picasso y sus amigos más que un repaso por los colegotes del pintor, que también, es la fotografía de una época, un tiempo concreto que se podría completar con el París era una fiesta de Hemingway. Es, sobre todo, la capital gala de principios del XX y todo ese ambiente artístico-intelectual por el que se movía la vanguardia. En el centro de todo ello, inevitablemente, él, Pablo Ruiz Picasso, y, como narradora, ella, Fernande Olivier (o Amélie Lang), también pintora, modelo, escritora y más que amiga del malagueño.
Con un estilo «sencillo y expresivo», en boca de Paul Léautaud, suyo es el testimonio, en vivo, de la evolución del artista español en la Ciudad de la Luz, el lugar que lo «atrapa», escribe Juan Manuel Bonet en el prólogo de esta edición que publica Renacimiento y donde recomienda este libro como un buen primer acercamiento al personaje. Fue París el lugar en el que «soñaba con instalarse cuando, en Barcelona, frecuentaba la suerte de consulado de Montmartre que era Els Quatre Gats, la ciudad donde vive los años decisivos en la “Butte”, en el Bateau-Lavoir, que convertirá en el laboratorio central [por emplear un título de su muy amigo Max Jacob –apunta el poeta–] de la modernidad plástica».
[[DEST:L|||"Yo no he visto nunca a Picasso leer demasiado"|||Fernande Olivier]]
Son decenas de nombres (de todas las disciplinas y de cualquier procedencia: pintores, actores, autores, coleccionistas...) los que pululan alrededor de un hombre con «un francés imposible», describía Olivier, pero en el que se impone la importancia que le daba a la danza española, a las bailaoras, a los guitarristas, a lo gitano, a los toros... «A todo lo que le recuerda a su país natal», explica Bonet de un texto en el que aparecen igualmente muchos detalles exactos sobre las estancias que los dos protagonistas compartieron en España (Horta de Ebro, Cadaqués, Barcelona...). Y también su tendencia hacia el cabaret, las fiestas populares, el circo o el boxeo.
Entre las muchas sentencias de Olivier, el prologuista se detiene en una, «una frase un poco asesina» que la modelo suelta «como quien no quiere la cosa»: «Yo no he visto nunca a Picasso leer demasiado», señala en una obra en la que los poetas son legión. Y es que no todo lo que salió de la boca de su compañera le gustó al pintor, como esa «ampliación» de la segunda edición que no le causó «ningún agrado», apuntaba por entonces Georges Charensol.
En resumen, casi una década de andanzas entre genios que terminan en 1912 con cierta melancolía, «cuando se podía sentir próximo el resquebrajamiento», escribía la autora. Todo ese grupo de artistas ya no sentía ningún placer al reunirse: «El dinero, ahora abundante, les permite liberarse, y sus diferentes gustos, consolidarse. Unos buscaban la soledad que siempre necesitaron. Otros, por el contrario, se arrojaron al mundano torbellino. Ya no se frecuentaban las mismas casas. Se imponían los amigos nuevos, alejando a los antiguos», cierra.
  • Picasso y sus amigos (Renacimiento), de Fernande Olivier, 320 páginas, 20,90 euros.