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Libros

Vampiras: unas señoras bellas, seductoras y ¡muy malas!

Una novedad bibliográfica muestra, a través de la historia, el arte, el folclore o los autores clásicos, cómo el mito del vampirismo estaba encarnado en las mujeres

Catherine Deneuve, en 'El ansia'
Catherine Deneuve, en 'El ansia' .

En su momento, la editorial Reino de Cordelia publicaba «Drácula. Un monstruo sin reflejo», una forma de conmemorar los «cien años sin Bram Stoker 1912-2012» y asomarnos a la historia del vampírico personaje. En el volumen, profusamente ilustrado para acoger la desbordante influencia visual que ha generado la obra de este escritor irlandés que, por cierto, apenas ganó dinero con su creación –los críticos la desdeñaron desde su publicación, en 1897–, el editor Jesús Egido recordaba a Drácula cómo «un monstruo enterrado hace siglos, que sólo puede salir al amparo de la noche y teme a los crucifijos y las hostias consagradas, un conde transilvano fétido y culto». Un individuo cuyas características tuvo claras Stoker muy pronto: podía transformarse en lobo y en murciélago, reptar por las paredes, controlar las tormentas y crear masas de niebla para esconderse entre ellas. Pero, claro está, el también autor de «El invitado de Drácula y otras historias de terror», que su viuda publicó en 1914, dos años después de la muerte de su marido, no partía de la nada, y las fuentes e inspiraciones de las que se nutrió son variadas y muy interesantes.

Greta Schröeder, en 'La sombra del vampiro'
Greta Schröeder, en 'La sombra del vampiro' .

Nick Groom, en «El vampiro. Una nueva historia», buscó los orígenes de este personaje tan icónico en la cultura popular de toda Europa. Así, el vampiro literario nació mucho antes de la creación de Stoker, cuando algunos escritores se basaron en leyendas extraídas del folclore del este europeo para pergeñar hombres sedientos de sangre humana, como hizo John Polidori, secretario de Lord Byron, para escribir su cuento «El vampiro» (1816). Otro cuento, del alemán E. T. A. Hoffman, titulado «Vampirismo» (1921), insistiría en la temática pero desde el punto de vista de una mujer, y su rasgo de leyenda oral quedaría de manifiesto al pertenecer a una colección de relatos en la que varios aristócratas se juntaban para contarse historias fantásticas. Luego, en 1836, vendría «La muerta enamorada», de Théophile Gautier, que bebería del narrador alemán y usaría la primera persona de su protagonista para contar otra tanda de desvelos sangrientos. Se trataba de una obra de estilo exquisito, muy diferente a la popular «Varney el vampiro o El festín de sangre», del inglés James Malcolm Rymer, que la dio a conocer por entregas entre los años 1845 y 1847 de forma muy barata –las llamadas «penny dreadful», terror de penique– y que se convirtió ese año en un voluminoso libro.

Chupasangres a debate

Tales antecedentes en tres idiomas diferentes convergerían en una novela corta de un compatriota de Stoker, Sheridan Le Fanu, cuya «Carmilla» (1872), también con protagonista mujer, sería determinante para que Stoker ideara la atmósfera misteriosa, poética y ambigua que le elogiaría Oscar Wilde, para quien no había dudas de que «Drácula» era la mejor historia de terror de todos los tiempos. Groom advertía que su intención no era hacer un recorrido exhaustivo por cada tipo de chupasangre sobrenatural, e incluso que quería minimizar la importancia del texto del autor irlandés, pero al final entendía que «la novela está tan impregnada de los innumerables debates de su tiempo sobre vampiros, sangre, ciencia, tecnología y literatura que todos los caminos de los (no) muertos conducen a Drácula». Por eso empezaba explicando la genealogía del personaje, pasando a hacerse eco de historias de muertos que no conocen el reposo y buscan venganza contra los vivos, todo con tintes de magia negra, posesión demoníaca o energía sobrenatural.

De hecho, se habla del modo en que los vampirólogos fueron encontrando casos legendarios, en medio de supersticiones locales, con respecto a criaturas que murieron y se alzaron de su sepultura en pos de matar a gente, y a los que había que clavarle una estaca en el corazón. Y es que en su tiempo, la gente, movida por tenebrosas supersticiones, afirmaba que todos los asesinados por vampiros terminaban por convertirse en uno. Algo en lo que estaría de acuerdo Jacques-Albin-Simon Collin, que en el reciente «Historia de los vampiros» (El Desvelo), que vio la luz en 1820, explicaba «qué entendemos por vampiro». De este modo, el autor presentaba una investigación de tinte serio por más que abordase elementos fantasiosos, de tal modo que se leía que los vampiros no surgieron en la Antigüedad sino en el siglo XVIII, en el tiempo civilizado en que impusieron su voz pensadores como Diderot y Voltaire; eran hombres muertos que «regresaban a la vida en cuerpo y alma, hablaban, caminaban, invadían las aldeas, maltrataban a las personas y a los los animales, succionaban la sangre de las personas cercanas hasta consumirlos y finalmente les provocaban la muerte».

'La hija de Drácula' (1936), dirigida por Lambert Hillyer e interpretada por Otto Kruger y Gloria Holden
'La hija de Drácula' (1936), dirigida por Lambert Hillyer e interpretada por Otto Kruger y Gloria Holden .

Los estudios vampíricos nunca han faltado en la mesa de novedades editoriales, pero faltaba el que descifrara «los secretos de las mujeres vampiro en la leyenda, la historia y la literatura», como se dice en la cubierta de «Vampiras. Horror y erótica en un mito milenario», de Juan Antonio Sanz (1966), periodista y especialista universitario en Historia Militar y Servicios de Inteligencia, y que con motivo de su anterior libro, «Vampiros, príncipes del abismo», había conocido el terreno «in situ» al viajar a Grecia, Rumanía, Extremo Oriente, Rusia, América del Sur y Estados Unidos; siempre tras las huellas de los no-muertos. De hecho, el libro se abre con una foto de las ruinas del castillo de Cachtice, en Eslovaquia, para referirse a Erzsébet Báthory, que «tenía por costumbre paladear sangre y morder la carne de sus víctimas».

Según el autor, esta condesa fue posiblemente «la persona que más se acercó en la historia europea al "ideal" de la vampira, sin participar, aparentemente, de los poderes y rasgos sobrenaturales de los propios vampiros». La señora, no obstante, protagonizó una historia más que turbia, pues acabó «emparedada en sus aposentos, rea de asesinato y práctica de magia negra». Báthory, así, goza de una gran presencia en este estudio junto a otras mujeres vampiro, pues no en balde, como indica Sanz, tienen una gran carga mitológica desde la Antigüedad. Y es que el mito del vampiro varón es mucho más reciente que el femenino, y presenta características diferentes, la más importante el poder de seducción: «La vampira es bella y seductora cuando deja de ser diosa o criatura semidivina, aunque, eso sí, conserva su naturaleza depredadora orientada a causar daño y muerte».

Para Oscar Wilde, no había dudas de que 'Drácula' era la mejor historia de terror de todos los tiempos

Este rasgo de maldad es inherente a la vampira, que desde el primer momento se mostró despiadada y monstruosa, de ahí que Sanz, en el capítulo «El mito original era femenino», aluda a una «belleza y espanto intolerable en un cuerpo deseado y a la vez repudiado por los hombres, en especial por los sacerdotes de los hombres». Tales referencias antiguas se van conociendo en el libro gracias a numerosas imágenes que reflejan cuadros, estatuas, libros u objetos sobre las vampiras. El autor, así, rastrea el paso de estas criaturas por Rusia, para hablar de las vampiras-chamanas siberianas, «la cuna del vampirismo», y va mostrando toda una serie de libadoras de sangre, devoradoras de niños y madres de vampiros, yendo al viejo Egipto, a los textos sagrados hebreos, a las pruebas documentales de las chupasangres celtas, de Irlanda al norte de España, o a un texto como «Malleus Maleficarum», escrito por frailes dominicos y publicado en Estrasburgo en 1487, para señalar los delitos de las brujas y vampiras.

Los casos curiosos se van sucediendo página tras página, como el referido a la llamada «vampira de Lavapiés», que investigó la Inquisición en el Madrid de 1646, pues se sospechaba que une mujer bebía la sangre de un niño para obtener poderes y acercarse de esta manera al diablo. Todo lo relacionado con esta historia no tiene desperdicio alguno, como comprobará el lector, pues se trató de un enredo de lo más retorcido entre los miembros de la familia del niño muerto al que se le encontraron marcas extrañas en el cuerpo. Asimismo, Sanz aborda la presencia de brujas vampiras en los Andes y en Tenerife, en China –«rígidas zombis o bellas rojo chillón»– y Japón –«zorras de nueve colas»–, hasta consagrarse a la vampira literaria, romántica, de Gautier, Edgar Allan Poe o R. L. Stevenson. De esta manera, inevitablemente, se llega a la obra de Stoker, alrededor del cual se habla de «la vampira griega que pudo inspirar “Drácula”», y a una «plaga de vampiras en Estados Unidos», con el caso de Mercy Brown, «que puso en evidencia cómo la locura colectiva puede también convertir en monstruos incluso a muchachas enfermas en tiempos relativamente recientes».

La sombra draculiana en libros

De continuo, lo vampírico se asoma a la actualidad literaria o del mundo de la ilustración del cómic, en especial con respecto al inmortal personaje creado por Bram Stoker. Por citar unos pocos libros, el año pasado se publicó «La sombra de Drácula. Antología de poemas vampíricos» (Reino de Cordelia), en edición de Antonio Lafarque, que hizo una extensa selección de poemas vampíricos escritos en español por autores de varios países, agrupándolos en «Vampiros históricos», «Vampiros anónimos» y «Poetas vampiros». También, aparecía en edición ilustrada, «El invitado de Drácula y otros relatos» (Alma), de Stoker, en que se ponía el acento en un cuento del autor que se consideró un primer capítulo eliminado de «Drácula». Y este mes ve la luz «Drácula» (Minotauro), que ilustra Tomás Hijo, en una edición de lujo en cartoné, con cantos tintados y cinta punto de lectura. Cabe decir que Hijo es uno de los ilustradores del momento. Su técnica creativa principal es el grabado, y su obra gráfica forma parte de colecciones privadas en todo el mundo; a destacar son sus adaptaciones de las obras de Lovecraft («La sombra sobre Innsmouth» y «El morador de las tinieblas»).