Lola Baldrich: «Hasta las familias mejor avenidas se dan cera»
Estrena en la Gran Vía «La guerra del sofá», una comedia en la que actúa al lado de Gorka Mínguez y donde las pequeñas cosas de la convivencia marcarán la pauta del escenario.
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Estrena en la Gran Vía «La guerra del sofá», una comedia en la que actúa al lado de Gorka Mínguez y donde las pequeñas cosas de la convivencia marcarán la pauta del escenario.
No se acordaba de que, además de la entrevista, tocaba ponerse delante de la cámara, y Lola llega al teatro sin maquillar. «¡Y casi sin dormir! Que ayer tocó la graduación de mi hija», apunta. Crisis inicial que se calma en apenas treinta segundos. Total, no se va a hablar más que de un sillón y sus alrededores. Qué mejor que hacerlo a pelo. Y, para ayudar, las fotos, a cara limpia, dan fe de que la naturalidad es un plus. Una charla sobre las pequeñas cosas, capaces de molestar a otro como para cortar de raíz una relación o de hacer que la convivencia transcurra entre risas. Es «La guerra del sofá» –desde hoy en el Teatro Pequeño Gran Vía–, una obra para entretener y en la que sentirse reflejado. Sin necesidad de meterse en concienzudas reflexiones. Reírse nunca sobra.
–¿Por qué comedia?
–Empezamos por buscar un texto en esa clave, hasta que dimos con el libro de Manuel Hidalgo, que habla sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres en casa y del que Gorka ya había hecho una versión cuando era universitario. Me sorprendió, porque es la mezcla justa entre un lenguaje doméstico, de andar por casa, y algo muy elevado. Jugando con la ironía y rompiendo la cuarta pared. Muy de sofá, de habitación, de peleas y encuentros... Relaciones humanas, pero no a través del amor, el deseo, la pasión, los celos o el dolor, sino de que te guste el café frío o caliente por la mañana.
–Lo más sencillo del día a día...
–Lo que al final es la vida. Por eso conectamos rápido con la gente.
–Empatizan...
–Total. Y lo bueno que tiene esta función, por llamarla de alguna manera porque no es algo con un nudo y un desenlace, sino que va a base de «scketches», es que el público se convierte en cómplice. Son un hombre y una mujer, pero podrían ser dos mujeres, dos hombres o dos hermanos. No hay sentimentalismo ni romanticismo. Pasa por el «levántate tú», «no tú»; «¿dónde está el mando?», «¿quién baja la basura?», la tele...
–Más guerra de compañeros de piso que de sexos.
–Eso es. Luego, aquí da la casualidad de que estos dos se quieren, pero hasta las familias mejor avenidas se dan cera.
–¿Y cómo es Lola Baldrich en el sofá? ¿De batamanta?
–Sí, absolutamente (risas). De llegar y quitarme toda la ropa para ponerme la de estar por casa, cómoda. Soy muy casera. Me gusta tener mis rincones, que huelan a nosotros y en los que me sienta bien para echarme una siesta, ver la tele, leer un libro, para trabajar, comer... Valoro mucho las cositas del hogar y por eso entiendo muy bien esta función. Las peleas por las chorraditas que lo hacen todo.
–Ésas que te hacen estar toda la vida ahí o salir corriendo.
–Exacto.
–¿Cheslong, sofá biplaza, butaca pequeña...?
–Pues tengo un sofá que comparto con toda la familia y el cheslong que me regaló mi madre, al lado del ventanal, que es donde leo las novelas y las revistas. Luego está la mesa de trabajo en la que investigas, buscas en internet, estudias los textos... Aunque también tengo la cama, que me gusta mucho.
–¿Hay pinceladas propias?
–Más que introducir cosas de mi relación, es la función la que está viva. Como hablamos con el público –no en el sentido literal–, ha ido habiendo giros. Del rigor de los primeros bolos en los que recitábamos el texto tal cual, hemos pasado a hacerlo muy nuestro, decimos lo mismo, pero disfrutando. Cuando el público se engancha y se ríe, nosotros dilatamos la situación, nos miramos, hay más mímica... Lo que es el teatro vivo. Me he descubierto payasota. Había hecho comedia, pero todos eran personajes ficticios, ésta es Lola.
–Tirada en su sofá...
–Sí. La que se enfada y se reivindica a sí misma.
–Y la gente que vaya al Pequeño Gran Vía que vaya a reírse, ¿no? Sin preguntas trascendentales.
–Es una idea ambiciosa en el sentido de hacer que funcione la comedia, no para que el espectador salga con otra cara de la vida habiéndose descubierto a sí mismo... No es político, ni dramático, ni poético, que también lo defiendo y lo hago, es entretenimiento puro y duro. Nunca hice nada tan de entretenimiento.
–Y en ese popurrí de géneros saltamos a La Pensión de las Pulgas, con «Addio del passato».
–Es completamente diferente. Cuando me lo propusieron hace un par de meses ya no pude decir que no a «La Traviata» en teatro. Dejar la música maravillosa de Verdi y centrarnos en el libreto para darle forma en el escenario e ir a saco con el melodrama y las emociones. La gente se emociona y sale llorando, todo lo contrario de lo que voy a hacer aquí. Eres la misma persona pero haces dos géneros, dos personajes, dos épocas, dos poéticas...
–Sin dejar de mirar a Microteatro.
–Por supuesto. Me siento muy orgullosa de ser una de las madres de ese proyecto que iniciamos en 2009. Se nos ha ido de las manos. Ya no es sólo nuestro, se ha extendido, imitado, propagado, se ha ido a otros países... Pero va bien y los números salen.
–Tanto como para ser la referencia de los escenarios alternativos...
–¡Y a pesar de la crisis! Digamos que el «off» empezó con Microteatro, luego, La Pensión y, después, otras tantas salas. Sólo sobrevivir ya dice que el concepto y la mecánica funcionan, más allá de la calidad de las obras, que las hay muy buenas, regulares y malas.
–¿Y qué pasa con el cine? ¿Está ahí como asignatura pendiente?
–Absolutamente. Me encantaría hacer una película bonita...
–Si ha hecho poco es que ha estado entretenida encima de las tablas o en la televisión.
–Los escenarios son lo que prefiero, pero, si me preguntaras si me gusta la gran pantalla no sabría qué decirte porque he hecho muy poquito. Como espectadora me encantaría hacer una película con enjundia y un personaje bello.