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Los 70: La España desmadrada

Un libro de Xavier Gassió recorre a través del cine «underground», la moda, la publicidad, los cómics y la música la memoria sentimental de una época plagada de objetos ya desaparecidos.
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Un libro de Xavier Gassió recorre a través del cine «underground», la moda, la publicidad, los cómics y la música la memoria sentimental de una época plagada de objetos ya desaparecidos.
El corte por décadas es muy práctico para acotar los fenómenos culturales. Así lo entendió Tom Wolfe, que fue quien mejor supo analizar con influyentes artículos del Nuevo Periodismo el fenómeno jipi, el ácido lisérgico, el ridículo del arte moderno y la impostada izquierda caviar de Park Avenue en los entusiastas 60, núcleo irradiante de los cambios que llegarían en los 70, calificados acertadamente como «los años del desmadre».
En España, los 70 son un mosaico multicolor de cambios que se iban produciendo en la cultura anglosajona y por su influencia también en nuestro país. Primero entre los jóvenes, a través de la música, el cine y la contracultura, y con el tiempo en la sociedad entera. España no estaba tan alejada de Europa como hoy pudiera pensarse. Sin Plan Marshall, los españoles se las ingeniaron con trabajo a destajo y astucia para suplir el retraso económico, político y social. La sacudida cultural la sufrieron con igual intensidad los demás países de nuestro entorno, pero en España se vivió con un plus de euforia por el mayor peso de las tradiciones religiosas y la represión sexual. Con el turismo y el Plan de Estabilización y Desarrollo se fueron relajando ambas hasta su eclosión en los descarados 70.
El franquismo vio, no sin cierta enfado y preocupación, ese «desmadre», no solo político, sino también la forma radical de los jóvenes de entender el mundo que fue instalándose en la sociedad a lo largo de los 60: drogas, manifestaciones universitarias, canción protesta, contracultura y comunitarismo jipi. La muerte de Franco en 1975 marcó el punto de fuga de esa profunda alteración social, en especial, el tránsito pacífico a la democracia, que en apenas tres años se consolidó, permitiendo, entre trifulcas y encontronazos, una sociedad homologable en libertades políticas y sociales al resto de Europa.
Una permisividad controlada
En «¿Qué fue de los 70?», Xavier Gassió describe esos cambios vitales y culturales ilustrándolos con los hitos de la memorabilia costumbrista. Crónica sentimental en primera persona de esa década de rebeldía casera, sexualidad desatada y moda progre que el libro retrata a través de la publicidad, el cómic, el cine «underground», la moda y la vida cotidiana. Visto con la perspectiva estética que el libro presenta, se diría que los 70 se han quedado apresados entre la exuberancia estética y musical de los 60 y la revolución económica y vital de los 80, «la década púrpura» para Tom Wolfe. En medio, la estética formal de los padres que habían ganado la guerra al comunismo y los hijos rebeldes que descubrían el marxismo, versión anarcopasota, para enfrentarse a la autoridad, cuando, en realidad, la permisividad y tolerancia controlada permitió que la contracultura jipi y cierto «situacionismo» procedente del Mayo del 68 se instalaran sin mayores contratiempos.
Barcelona fue entonces la capital del cambio contracultural, como bien explica Xavier Gassió. Pero olvida que lo fue gracias al concurso de numerosos españoles que acudieron, bien a estudiar o bien a trabajar con un mayor margen de libertad. Todos ellos protagonizaron el destape sexual a través de publicaciones, novelas y revistas que impregnaron de modernidad al resto de España. Las más vistosas fueron la revistas eróticas: «Interviú», «Lib», «Yes», «Clímax», «Macho», «Bazaar», «Lui», «Penthouse» y «Playboy». Seguidas de las contraculturales, donde comenzaron Alberto Cardín, Jiménez Losantos, Gallardo y Mediavilla y Martí Gómez, y el cómic «underground» de «Ajoblanco», «Star», «Disco Express», «La piraña divina» y «Makoki».
«El Víbora» aunó a la mayoría de los dibujantes jipis, desde Mariscal y Nazario a Ceesepe y Dani Torres. Todavía no había estallado la confrontación entre línea clara y línea chunga ni la Barcelona libérrima, «la Barcelona que fue» y dejó de ser en cuanto llegaron los separatistas de Pujol e impusieron la sharia antiespañola. Proliferaron en esos años las revistas de humor, que siguieron la senda marcada por «La Codorniz»: «Por Favor» fue la pionera, «Hermano Lobo» y «Hara Kiri», con «El Papus» y «El Jueves» como versiones hispanas de «humor bestia y sangriento».
Asimismo, los cambios en los gustos literarios se vieron reflejados en dos editoriales: Anagrama y su colección «Contraseñas», tras el aburrimiento del lector concienciado del marxismo, y Tusquets, que de la mano de Berlanga inició con la colección «La sonrisa vertical» la moda de la literatura erótica.
El libro le dedica un capítulo al fenómeno gay, las primeras manifestaciones y los travestis. Con entradas para Pawlosky, Bibi Andersen y Lindsay Kemp y el impacto que causó «Flowers», de Genet. Se olvida de Nazario, Ocaña y la farándula que hicieron de Las Ramblas un espectáculo diario. Los quioscos de la zona mostraban la panoplia de revistas porno sin vergüenza. Abrieron los primeros sex-shops heteros y saunas gays. El «cine S» triunfaba con sus desnudos precedidos por el filme «Emmanuelle» (1974) y se estrenaron filmes prohibidos como «El último tango en París» (1972) y «La naranja mecánica» (1971), que la mayoría ya había visto en Céret, Francia.
El porno ocupa un lugar preferencial en esta crónica del desmadre. Primero con las Salas X y la aparición del vídeo-club, que permitió abaratar las carísimas y prohibidas cintas porno como «Garganta profunda» (1972) y «El diablo en la señorita Jones» (1973), que lograrían editarse ya en los años 80. Además del aspecto musical, destacan los equipos de música –el Vieta fue el más popular por económico– y las torres con el «ampli», la radio-casete y el ecualizador, que fueron sustituyendo a los magnetofones. Y la democratización de la grabadora: la casete portátil Philips, con micro incorporado, tan popular entre los periodistas.
Coches, bebidas, confort hogareño, cámaras Kodak Instamatic, proyectores de cine familiar de Súper 8, calculadoras y relojes digitales Casio ocupan la parte tecnológica vintage del libro. Así como la moda vestimentaria, desde el «gay power» con sus trajes de brillos, pelos de colores y hombreras desafiantes, hasta los Village People y la música Disco, donde rumberos y travoltas animaban las pistas de las modernas discotecas al ritmo de los Bee Gees.
Sin embargo, se echa en falta referencias a la nostalgia infantil televisiva: los dibujos animados de «Mazinger Z», «Marco», «Heidi», la Ruperta del «Un, dos, tres», y series tan populares como «Pippi Calzaslargas», “Colombo», «Kojack», «Los Ángeles de Charlie» y «Starky & Huch».
¿Blanco y negro?
A este sucinto repaso a la memorabilia que realiza en «¿Qué fue de los 70?» no puede faltar la nostalgia de una España perdida en el tiempo del olvido, que Xavier Gassió retrata con cariño, pero cayendo en el estilo chistoso impuesto por la progresía en «Cuéntame»: la vida cotidiana era en blanco y negro; libertades cero, repudio a la modernidad, el Espíritu Nacional como forma de adoctrinar a los pobres niños y la Iglesia como la peor de las lacras para el desarrollo de un joven. Residuos del ayer en los 70.
Que los españoles pasaran en tres años de la «dictadura» a la democracia no parece un logro encomiable, ni siquiera el aumento del estado del bienestar que gracias a los españoles se consiguió en menos de quince años de emigración ordenada y duro trabajo. Xavier Gassió confunde la miseria de los años 40 de la posguerra con los disolventes 70. Visión clásica de la izquierda que no cree posible ni admirable los logros del franquismo. Como si la democracia hubiera caído del cielo y no viniera de «la Ley a la Ley», como así sucedió. Hay cierta confusión en los fenómenos que marcaron los cambios en España, que ya habían comenzado a mediados de los 50, cuajaron en los vibrantes 60 y culminaron en los desmadrados 70.
El empeño en ridiculizar esos años del tardofranquismo es un tópico de la cultura dominante de los progres impuesto desde la televisión y las universidades. Presbicia que les impide, ante la efervescencia cultural y artística atípica de aquellos años, pensar que la profunda transformación de la sociedad rural en urbana y la llegada de la democracia se impuso en contra de la voluntad de los españoles, cuando fueron ellos quienes la propiciaron.