Lucia Lucas, el barítono transgénero que bajó a los infiernos
Es norteamericana, de Sacramento. Nació varón y comenzó a darse cuenta desde niña de que no se hallaba. Jugaba con construcciones, pero cuando llegó al colegio le dijeron que no era una niña.
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Es norteamericana, de Sacramento. Nació varón y comenzó a darse cuenta desde niña de que no se hallaba. Jugaba con construcciones, pero cuando llegó al colegio le dijeron que no era una niña.
Y bajó, sí, a los infiernos, concretamente al inframundo, por mor de Orfeo, por capricho de Gluck, un compositor enorme gracias al cual debutó ayer en la English National Opera de Londres. Lucia Lucas es norteamericana, de Sacramento, nació varón y comenzó a darse cuenta desde niña de que no se hallaba. Jugaba con construcciones, pero cuando llegó al colegio le dijeron que no era una niña.
Su madre la pilló con el maquillaje en la mano y su padre descubrió en el armario del chaval las ropas femeninas con que soñaba en su habitación que un día sería lo que quería ser. Tiene una voz profunda, baritonal, y dice que por ello ha llevado a escena papeles de personajes con caracter, que viven pasiones y presiones, atormentados, en conflicto permanente. Su llegada a la ópera no es de ayer ni de hace un mes. Lo suyo se fue fraguando y cociendo lentamente hasta que un día cantó un aria de «El holandés errante» desnuda. Y ahí sintió que lo que deseaba transmitir ya lo había dicho. Cuando estudiaba, que podía haberse dedicado a programar ordenadores pues ahí se remontan sus comienzos, decidió probarse. Tenía 18 años y ganas de cantar.
De cantar ópera. «Trato de entrar en mi personaje en cada actuación. Y la mayoría de las veces en papeles de hombres. No quiero que quien esté en el patio de butacas piense que una mujer es quien interpreta al personaje al menos que lo miren en el programa de mano». Lo consultó con su profesor y recibió un «adelante» por respuesta. En mayo interpretó a un recio y bigotudo Don Giovanni en Estados Unidos, en la ópera de Tulsa. Su director anunció entonces que el teatro iba a acoger al primer cantante de ópera transgénero y que por ese motivo iba a hacer historia, con independencia de si Lucia Lucas cantaba bien, mal o regular. Lo importante, debió pensar Picker, que así se llama el gerente, es distinguirse y dar titulares para que los medios los recojan. Ahora es la ENO quien «ha hecho historia» al acoger ayer la representación de «Orfeo en el inframundo», valiéndose de similares argumentos a los del coliseo de Tulsa.
Pero hasta ese «hacer historia» la cantante ha recorrido un camino complicado: fue despedida cuando decidió presentarse en la ópera alemana donde desarrollaba su carrera como una mujer, vestida como tal y del brazo de su esposa, que lucía smoking. Se plantearon entonces desde la dirección problemas de intendencia como dónde situar su camerino, ¿junto a los hombres o al lado del de las mujeres? ¿cómo aparecería nombrada en los programas de mano? Demasiado complicado. Preferible prescindir de la artista. La ópera sabe mucho de género, de mujeres que han cantado papeles masculinos.
Ahí están si no el Cherubino de «Las bodas de Fígaro» y el Octavian de «El caballero de la rosa», de Strauss. O la mismísima mezzo Cecilia Bartoli, que en su nuevo álbum (que saldrá a la venta el 8 de noviembre), consagrado por entero a Farinelli, el «castrato» del siglo XVIII, exhibe pobladas barba y bigote. Teatros a parte, quien habrá hecho historia es Lucia Lucas. La suya, labrada con tesón y ganas. Y habrá abierto el camino a otros cantantes que todavía deberán construir su propia historia.