Literatura

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Luis Alberto de Cuenca: «La poesía y el rock son novios eternos»

Está a punto de publicar el poemario «Cuaderno de vacaciones» en Visor

Luis Alberto de Cuenca: «La poesía y el rock son novios eternos»
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Poeta, traductor, editor, filólogo, crítico, columnista, ensayista... No existen muchos currículum en este país (ni probablemente en otros muchos) como el de Luis Alberto de Cuenca, que acaba de ser galardonado con el Premio de Investigación Julián Marías de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, su perfil de erudito no le impide implicarse en otros proyectos como el disco de Loquillo «Su nombre era el de todas las mujeres», en el que el cantante pone voz a sus poemas.

-Loquillo ha puesto música a sus poemas en «Su nombre era el de todas las mujeres». ¿Casan bien la poesía y el rock?

-Casan tan bien que incluso viven juntos sin necesidad de casarse de verdad. Son novios eternos.

-¿Cómo se metió en el bolsillo al cantante?

-Nos metimos mutuamente cada uno en el bolsillo del otro. Eso se llama predestinación.

-¿Sintió alguna vez la tentación de subirse a un escenario con una guitarra?

-Con una guitarra no, porque no sé tocarla. Pero hice de jovencito teatro en el Colegio del Pilar, que es donde estudié, y tuve ocasión de subirme a un escenario para hacer, por ejemplo, de Malcolm en «Macbeth».

-Loquillo y Luis Alberto de Cuenca, las letras, el rock y el tupé bien entendido. ¿Una extraña pareja?

-Seguimos las huellas de Jack Lemmon y Walter Matthau en la película de Gene Saks. Nos limitamos a eso.

-En alguna entrevista ha comentado que escribe mucho y cortito y después, lo agrupa. ¿Se considera un gran recopilador?

-La cultura es recopilar. Eso hicieron los grandes enciclopedistas del mundo antiguo, gente como Varrón, como Aulo Gelio, como San Isidoro. Aunque a enorme distancia, sigo sus pasos.

-¿Se siente especialmente orgulloso de alguno de sus libros?

-Orgulloso no es la palabra. Me siento feliz habiéndolos escrito. Y, sobre todos, el último. Siempre el último. En este caso, «Cuaderno de vacaciones», un poemario que publicará Visor dentro de un mes o dos.

-Y Madrid, ¿le ha servido como fuente de inspiración?

-Claro. Adoro Madrid. Yo soy madrileño por los cuatro costados. Eso se tenía que notar en mi producción literaria. Pero, eso sí, sin delirios casticistas. Detesto los nacionalismos, e incluyo dentro de ellos a los localismos baratos.

-¿Añora sus tiempos en la política o los contempla ya, con el paso del tiempo, como demasiado lejanos?

-No los añoro nada, razón por la cual aún no me parecen suficientemente lejanos.

-¿Se arrepiente de algo que hiciera entonces y que hoy borraría?

-La verdad es que no sirvo para arrepentirme de nada. En eso, y sólo en eso, soy muy poco cristiano.

-¿Cree que la izquierda tiende a apropiarse de la cultura?

-Lo peor no es eso, sino que cierta derecha también tiende a pensar que la izquierda está en derecho cuando intenta apropiársela.

-Usted es un entusiasta de Tintín. No sé si le hubiese gustado acompañarle en alguno de sus viajes...

-Más que acompañarlo, me hubiese gustado ser Tintín. Qué tipo tan valiente, tan juicioso, tan poco dado a los devaneos sentimentales...

-Una curiosidad, ¿cuántos libros tiene en su biblioteca?

-No puedo saberlo, pero muchos miles. Intento reducir desesperadamente su número a una cifra más razonable.

-Debió de disfrutar como un chiquillo con zapatos nuevos cuando fue director de la Biblioteca Nacional. ¿Me equivoco?

Desde el principio supe que no podía quedarme con los libros que quisiera de la Biblioteca Nacional, de modo que no disfruté tanto como usted supone.

-¿Se considera un hombre políticamente correcto?

-Si hay algo que no me considero es precisamente eso. Detesto la «political correctness».

-Bibliófilo, filólogo, poeta, ensayista, coleccionista empedernido, ¿Cuál es el más Luis Alberto de Cuenca?

-Un cóctel con esos cinco ingredientes. Pero con dosis cuádruple del poeta y dosis simple de los demás.

-¿Tiene «e-reader»? ¿Qué le parecen estos aparatos?

-No. Me parecen muy bien, pero no los usaré nunca. Por edad no me corresponden. Soy un enamorado del soporte papel.

-¿Ya está todo escrito?

-Lo está desde la «Epopeya de Gilgamesh». Pero conviene que repitamos «ad infinítum» las tres o cuatro historias que existen de forma diferente, para no aburrirnos demasiado.

-¿A qué escritor muerto resucitaría para tener una charla con él?

-No necesito resucitar a nadie. Ya charlo con mis escritores favoritos cuando los leo.

-¿Cree que las sociedades están condenadas a cometer una y otra vez los mismos errores a lo largo de la historia?

-Desde luego. Los errores son elementos constitutivos de lo humano. Tendríamos que dejar de ser hombres para dejar de equivocarnos.

-Si no hubiera vivido en esta época, ¿en cuál le hubiera gustado que transcurriera su vida?

-En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el prerromanticismo iba abriéndose paso. Quiero decir: en el siglo XVIII de Walpole, de M. G. Lewis y de Ann Radcliffe, no en el de Voltaire y Rousseau.

-¿Cree que habría que reforzar la enseñanza de los clásicos en las escuelas?

-Es una necesidad vital reforzar la presencia de los clásicos en las escuelas. Pero habría que empezar por enseñar griego y latín a todos –absolutamente a todos– los estudiantes de Secundaria, y eso es algo que ninguna Ley de Educación contempla.

-Si tuviera que elegir sólo a un poeta, ¿cuál sería?

-Entre los españoles, elegiría a Lope de Vega con los ojos cerrados. Entre los extranjeros, a John Keats (a quien he traducido últimamente). Pero sin olvidar a Catulo, a Petrarca, a Pessoa, a Cavafis, a Saint-John Perse, a Pound...

-¿Existen jóvenes promesas que admire en la poesía actual?

-Más que jóvenes promesas, admiro jóvenes –y no tan jóvenes– realidades. En España se está escribiendo hoy una poesía muy hermosa.

-¿Cuál cree que es la lacra en el ámbito cultural más importante de nuestro país?

-Pensar que la cultura es una cuestión relacionada con papá Estado, y que es éste quien debe sufragar sus costes.

-Un consejo para alguien que quiera convertirse en escritor.

-Que lean a los clásicos (entendiendo por clásicos no sólo los grecolatinos, sino todos aquellos autores que se han ganado el derecho a ser imitados a lo largo del tiempo y de la geografía del planeta). Sólo leyendo mucho puede llegar uno a convertirse en algo parecido a un escritor. Y si no lo consiguen, no pasa nada: leer es más divertido que escribir (al menos para mí).