Mabel Lozano: «Doy voz a esas mujeres negadas por la sociedad»
Estrena «Chicas Nuevas 24 horas» en el que aborda con valentía y compromiso el tema de la trata de blancas.
Mabel Lozano volvió a saltar al ruedo el pasado jueves. Y ya como «torera» experimentada, se enfrentó al morlaco de una nueva película documental sobre la trata de personas. El resultado es que cortó dos orejas y rabo y no salió a hombros por la puerta del matadero de Madrid, donde tuvo lugar el estreno de «Chicas nuevas 24 horas», porque los allí presentes eran todos muy importantes y hubiera quedado raro. De haberse tratado de otras personas y no de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, el Ministro de Educación Íñigo Méndez de Vigo, la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, el presidente del Consejo Superior de la Abogacía, Carlos Carnicer, el director de la Policia Nacional, Ignacio Cosidó o el Inspector Jefe de Extranjería, José Nieto, entre otras muchas personalidades destacadas, los presentes la habrían aupado para celebrar su éxito.
Aunque de manera simbólica, con sus cinco minutos de aplausos lo hicieron, tanto ellos como el resto de los presentes que acudieron a vitorear a la guapa y comprometida toledana. El director de la academia de cine, directores, actores presentadores, cantantes, periodistas, escritores..., allí había representantes de todos los ámbitos relacionados con la comunicación, el espectáculo, la cultura o la política, que no dudaron en mostrar su incondicional apoyo a la iniciativa de Mabel Lozano, «Chicas Nuevas, 24 horas», que está consiguiendo, por fin, algo que parecía imposible: mover las conciencias respecto a la trata de personas, y lograr que se deje de pensar que ese asunto atañe a otros países, mientras aquí andamos limpios de polvo y paja.
Mabel, vestida de blanco como una vestal griega, avanzó, al presentar su película en sala del Matadero de Madrid, que ese negocio, que mueve 32.000 millones al año, se nutre de mujeres y niñas de diversas partes del mundo, como las que ella muestra en su largo –Colombia, Paraguay, Perú y Argentina–, pero que España es el tercer país consumidor mundial de sexo. O lo que es lo mismo: un gran cómplice de la esclavitud de millones de mujeres secuestradas y obligadas a prostituirse en el mundo entero, para el lucro de tantos que se han decidido por uno de los negocios más rentables del planeta, el segundo después de el narcotráfico.
Antes del estreno, Mabel lo explicó todo acerca de su implicación en el tema de la trata de personas: sus diez años de compromiso y su lucha permanente contra esta lacra social que convierte a tantas mujeres en «seres invisibles, desnudos de derechos», en los que se ha dejado la salud, la economía y la propia vida.
Ella llegó a ese infierno de la mano de una víctima de la trata: «A partir de conocerla y escucharla, me di cuenta de que no se trataba de una cifra más en las estadísticas, sino de una persona, con una historia increíble y cruel. Desde ese momento mi mirada cinematográfica fue para ellas, para todas esas mujeres invisibles que sufren sin siquiera poder contarlo, negadas por la sociedad y por los suyos, solas y desamparadas». Las mismas mujeres de las que no se conoce nada, pero de las que, en muchas ocasiones, se enseña, no su problema, es decir, cómo las captan, las maltratan, las obligan a prostituirse o las engañan y las hacen acumular una deuda impagable que las convierte en esclavas para siempre, sino sus tan solo sus cuerpos.
Esos cuerpos que, como se dice en la película, son una materia prima que se puede utilizar una y otra vez. La directora castellano-manchega ha evitado deliberadamente el morbo y las imágenes explícitas, para no revictimizar a todas esas mujeres que tantos sufrimientos padecen. A ella no le ha hecho falta la «carne picada» para mantener el interés durante todo su documental, ni para provocar la emoción que casi se podía tocar tras la proyección de la película y que empañaba los ojos de muchos de los presentes.
Con infinita delicadeza para las víctimas de la trata, pero con contundencia delatora para quienes participan de ese negocio (gobiernos, medios de comunicación, clientes, proxenetas e incluso familiares de las mujeres esclavizadas), Mabel Lozano trabajó sin descanso en ese proyecto, que le costó cinco años y un esfuerzo sobrehumano, y que derivó, no sólo en una película extraordinaria, sino también en una web del mismo nombre, en una exposición, y en una novela...Todo, para poner el asunto de la trata de personas en la conversación y en la conciencia, y para que, si no se puede acabar con el despiadado negocio que supone y que ella describe con aterradora minuciosidad, al menos facilite que alguna de esas mujeres o niñas, pueda escapar del horror. Con que una se salve su trabajo habrá merecido la pena.
«¿Por qué esta “obsesión” con la trata de mujeres?», le suelen preguntar a Mabel: «Porque cuando escucho a Yandí –la niña protagonista de su película– sigo viendo a mi hija y queriendo conseguir que ella, Yandí o cualquier otra Yandí, el día de mañana, en vez de mirarme con esos ojos tristes y vencidos, me mire con los de mi hija y sea libre. Y sea feliz».