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Contracultura

Machirulos de izquierda : ¿qué piensan las feministas?

Se multiplican desde la izquierda, integrada por hombres aparentemente concienciados y moralizantes, comportamientos que cruzan la falta de respeto y que censurarían en caso de producirse en el adversario

MADRID.-AMP.- Un incidente en el que se ve implicado Óscar Puente provoca un retraso en el AVE Valladolid-Madrid de 17 minutos
El diputado del PSOE y ex alcalde de Valladolid Óscar PuenteEuropa Press

A esta izquierda feminista, de progreso, ecologista y concienciada, como si de un circo se tratara, le crecen los enanos. Mientras evangelizan e instruyen en el bien y señalan al resto, por discrepancia ideológica únicamente, como machistas y fascistas, a todos, aparecen entre los suyos, de pronto, ejemplares cuya conducta, de pertenecer al de enfrente, sería rápidamente reprobada. Y con razón. Pero, en ese eterno «no es el qué, sino el quién» del que se siente bendecido por la legitimación moral de estar, indiscutiblemente, en el lado bueno, en estos casos siempre hay una justificación. Hasta que resulta insostenible. Podrían tratarse de casos aislados, cero sintomatología, un elemento disonante nada más. Pero cuando coinciden en el tiempo varios casos y todos corresponden a un prototipo, cuando se identifica un patrón persistente, la casualidad se diluye como opción. ¿Por qué hay un matonismo puramente de izquierdas? ¿Por qué es habitual el machirulo concienciado? Hombres activistas en toda causa justa, sensibilizados con las injusticias, deconstruidos como se debe, que, sin embargo, en cuanto pueden actúan de la manera que censuran a otros. Los ejemplos son muchos y recientes: Miguel Lorente, Luis Rubiales, Peio Riaño,Óscar Puente, Daniel Viondi, Joan Baldoví… ¿Cuál es el la razón por la que aquellos que más vehementemente se sitúan en la hipermolarización casi religiosa son, al mismo tiempo, los que manifiestan esas actitudes contradictorias de manera más ostentosa? Besos no consentidos, malas formas e improperios en nuestras instituciones, contactos y gestos amenazantes, acosos, señalamientos, reacciones violentas, flagrantes faltas de respeto. Todo un catálogo de comportamientos inaceptables en el seno de la nueva izquierda, la que más crítica e inflexible se muestra con todos ellos. En los demás. ¿Es el macarra de izquierdas el nuevo hombre? ¿Cómo puede darse el caso de hacer nosotros mismos aquello que criticamos abiertamente y que encontramos injustificable en el que piensa diferente?

Tribalismo ideológico

En el libro «Los peligros de la moralidad», publicado en 2021, su autor, el psiquiatra experto en biología evolucionista Pablo Malo, hablaba precisamente del peligro que supone para nuestra sociedad esta hipermoralización en la que nos vemos envueltos hoy en día. «Siempre pensamos que el mal lo hacen otros, nunca nosotros», dice Pablo, «pero hay una violencia, una moralista, que se ejerce por razones morales. Lo perverso de la moral es que permite que se puedan cometer barbaridades con la conciencia tranquila por la convicción de estar haciendo lo correcto». Y ahí se enmarcarían gestos como los toquecitos en la cara de Daniel Viondi en la cara a José Luis Martínez-Almeida o la actitud de Joan Baldoví con Ana Vega. Gracias a esa fórmula puede un aladid del feminismo maltratar y despreciar a una mujer solo porque discrepa. El contrario no merece su respeto y su violencia está justificada, a su juicio, por esa moral exacerbada y convenientemente expuesta. El clima de polarización actual contribuye a que se potencie algo parecido a un tribalismo ideológico en el que cada vez es más difícil el diálogo y más impermeables somos a, desde esos frentes, no solo no estar dispuestos al entendimiento, sino a rechazar frontalmente cualquier idea que provenga del otro lado. Herramientas como las redes sociales, donde el efecto se multiplica, tolera y alienta, amplían el impacto. «Las redes sociales funcionan porque tocan una tecla muy concreta de la naturaleza humana», explica Malo. «Se aprovechan de nuestra moralidad, igual que las webs porno se aprovechan de nuestro instinto sexual. Tenemos una necesidad de ser buenos y de señalarlo, de mostrárselo a los demás, y en las redes sociales lo podemos lograr. Y, además, con eso sube nuestro estatus moral». Una suerte de nuevo capitalismo, el moral, que nos sitúa por encima del resto. Por esa razón personas normales pueden acabar comportándose, sin ningún pudor ni remordimiento posterior, como auténticas bestias. Sin ser conscientes de ese mal que están llevando a cabo, sin reconocer como inaceptables sus propias conductas. Y siendo jaleados por otros que ven en eso una actitud correcta o una respuesta mesurada. «Existe la creencia de que hay gente mala que hace cosas malas y gente buena que hace cosas buenas. Y nosotros nunca somos los malos» apunta, «pero el mal puro es un sesgo autocomplaciente: necesitamos dividir entre malos y buenos claramente diferenciables, debido a la tendencia natural del ser humano a dividir en “ellos” y “nosotros”. Y, puesto que nosotros siempre somos los buenos, y por tanto no podemos ser los malos, los malos son siempre ellos. Pero lo cierto es que las mayores maldades las cometen personas normales convencidas de estar haciendo el bien».

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ContraculturaJae Tanaka

Y todas estas conductas afectan al funcionamiento de una sociedad, suponen casi una involución. Por un motivo: «Los valores morales son como el sistema operativo de la sociedad. Hasta hace poco teníamos funcionando el de las ideas de la Ilustración, la razón, la ciencia, la objetividad. Ahora se nos está intentando imponer un posmodernismo que dicta que lo más importante de todo es lo que sientes, que todo vale igual. Se elevan la subjetividad, las emociones, la virtud». Y, de esta manera, se emponzoña el debate público, se arrastra hacia el marco de lo emocional y se desprecia el de lo racional. Y ahí, en ese terreno de juego, los movimientos identitarios y el relativismo cultural tienen ganada la partida a la verdad, la lógica, la ciencia y la razón. Es una amenaza cierta a las libertades de todos. Porque son ideas infecciosas, como las llama el psicólogo evolucionista Gad Saad. Precisamente en su libro «La mente parasitaria», explica como esas ideas, como si de un virus se tratase, están matando el sentido común. «Estas ideas patógenas», señala, «destruyen nuestro concepto de libertad y sentido común». Y nos arrastra a todos a un mundo binario, bajo la visión del indignado, el ofendido y el resentido, en el que solo se puede ser «o una noble víctima –aunque tengas que inventártelo– o un repulsivo intolerante –aunque jamás lo hayas sido–». Precisamente ese dividir claramente entre malos y buenos que señala también Pablo Malo. «Si seguimos pensando que ese otro que piensa diferente es el demonio, no hay nada que hacer», alerta el psiquiatra. «Por eso, el primer objetivo sería identificar y señalar que aquí está pasando algo, y que, a partir de ahí, es necesario buscar soluciones. Urge sacar la religión de lo político, desmoralizar. Las valoraciones categóricas de buenos y malos son casi religiosas. Tenemos que aprender a convivir con diferentes ideologías y formas de pensar. Respetar la pluralidad. Pero estamos volviendo a introducir esa religión, ahora laica, en la política”. Y en la calle.