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Martín Chirino: «El gran defecto del arte contemporáneo es que no se sabe de dónde viene»

Acaba de cumplir 92, celebra aniversario en su fundación canaria y es uno de los artistas con que la galería Marlborough conmemora sus 25 años. Desde su fragua habla de arte y vida. Casi nada.
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Acaba de cumplir 92, celebra aniversario en su fundación canaria y es uno de los artistas con que la galería Marlborough conmemora sus 25 años. Desde su fragua habla de arte y vida. Casi nada.
Sigue aferrado a su fragua. Ha celebrado hace poco su 92 cumpleaños pero él sigue en la brecha instalado en su refugio casi monacal donde vive y trabaja y donde encuentra esa soledad buscada necesaria para el artista. Martin Chirino no ha perdido un ápice de lucidez. Su discurso intelectual sigue dando coherencia a la obra de este heredero de la vanguardia escultórica española. En Las Palmas de Gran Canaria celebra el aniversario de su Fundación de arte instalada en el Castillo de la Luz.
–¿Uno pertenece siempre al lugar donde ha nacido?
–Se va desde el origen al universo. El gran defecto del arte contemporáneo es que se ha erradicado, no se sabe de dónde viene. Hoy, la vía mediática trabajando ferozmente, coge una idea, la pasea por el mundo y termina desclasada. El que llega se la apropia. Es el drama de un arte sin principio ni fin. El origen es fundamental y yo procuré no olvidarlo. Ser cosmopolitas, te hace universal, pero sin olvidar de dónde vienes.
–¿Cómo era ese panorama artístico en los cincuenta cuando fundaron El Paso?
– Vivíamos aislados. Fue un intento de renovación, de revolución, un hecho histórico y una necesidad. Yo vivía en Londres y tenía un concepto amplio de la libertad y del universo. Al volver sentí la precariedad. Artísticamente, España era un desierto y esa necesidad hizo aparecer el Paso. Nos agrupamos para ser escuchados porque como individuos no teníamos posibilidad. Su creación fue coyuntural, en el momento justo. España necesitaba una voz que clamara en este desierto y el grupo se convirtió en la gran vanguardia del arte.
–¿Se puede concebir un artista sin un concepto intelectual tras su obra?
–Para ser un gran artista no hace falta. Viene bien una formación cultural sólida, pero no es axiomático. Quién tenga gran sensibilidad puede suplirlo.
–¿Y sin pasión?
–Sin ella no hay vida y eso sí es axiomático en mí, la pasión es una seña de identidad, es lo que te posee y evita todo decaimiento y flaqueza. Soy apasionado para mi vida y mi trabajo.
–La literatura ha tenido una influencia importante en su vida.
–Muy fuerte, ha sido un recurso fundamental. Me gusta muchísimo leer y escritores como Ortega y Gasset fueron vitales para mí, su castellano, su pensamiento, su riqueza intelectual. Sobre todo, sentí verdadera admiración por Joyce. Cuando leí el «Ulises» entendí muchas cosas, hablaba del primer hombre moderno y empecé a ahondar y a investigar, a querer entender más. Percibí que todo eran símbolos transmutables a la experiencia real de un hombre contemporáneo. Preguntarse quién soy, qué quiero hacer, cómo puedo hacerlo. Ese drama en el que nos debatimos los creadores fundamentalmente. En «Finnegans Wake» te quedas asombrado porque utiliza la palabra como si fuera un mundo, cualquier ideograma, lo mira, lo revisa, lo busca y filosofa sobre él. Me ayudó para saber situarme dentro de mi ruta y del mundo que quise marcar como artista y como hombre, para que nada de lo que hacía fuese inopinado, sino que tuviese sentido.
–Dice usted que no hace escultura, sino que escribe escultura, ¿cómo lo explica?
–Las esculturas son producto del pensamiento, mientras las hago desarrollo un discurso que de coherencia para que se entienda, como si las escribiera. Como artista sé que los discursos son los que hacen coherente y vuelven real lo que miras. Trabajas la abstracción, pero caer en el mundo de la abstracción pura, que es muy interesante, podía ser muy yerto y frío. Un artista, al fin, es un ser con toda su experiencia, por eso lo que importa son los discursos.
–¿Cuál es su proceso creativo?
–Empieza en mi historia, ser canario me define -siempre me atrajo el aspecto racial- a pesar del cosmopolitismo. Primero es la idea, mi obra nunca es casual, responde a una idea. Luego la desarrollo en un papel y la vez en la forja. El papel es mi campo de batalla, mientras estoy forjando, estoy dibujando para que aquello que estoy haciendo suceda. Para salir del campo de la abstracción y verlo matéricamente, a veces necesito coger papel y lápiz, algo que pueda dibujar y borrar.
–¿Por qué el hierro?
–Quizá tuve la mirada condicionada por los astilleros que dirigía mi padre, me gustaba entrar y ver. Uno nace con la condición de soñador, era un personajillo que me evadía y esto me apasionaba. Evadirme era muy fácil, me llamaban, oía, pero no reaccionaba. Elegí el hierro por esto, cuando carenaban los barcos para limpiarlos, los veía como moles hermosas, grandes esculturas preciosas. Me asombraba cuando bajo el casco de hierro aparecían las cuadernas preciosísimas de madera. Aquella artesanía me parecía milagrosa, me gustaba esa grandiosidad. Entonces para mí aquello dejaba de ser un barco y me parecía una aventura maravillosa, me pasaba días y días observándolo.
–Su obra no se concibe sin la curva y la espiral.
–Es un hallazgo de mis ancestros, los antiguos pobladores de Canarias. Subían a la montaña para observar el cielo transparente de Canarias. Veían el movimiento de las constelaciones y lo adoraban, interpretaban que el cielo les mandaba señales. Esto tiene mucho que ver con la cosmogonía del hombre. Cuando volvían a la tierra inscribían en el basalto ese movimiento en forma de espirales.
–¿También los vientos de su tierra, los alisios?
–Siempre me han dado dolor de cabeza y aturdimiento, soplan fuerte, pero llegaron a ser parte de mi mundo. Cuando el viento soplaba, nos tumbábamos en la playa para ver cómo se levantaban esos remolinos de arena hacia el cielo. Lo hacíamos muchos niños y era precioso. Eran espirales, una alegoría del viento isleño. Indicativos que me hicieron entender cómo una espiral se puede identificar con un canario. Este ha sido el leitmotiv de toda mi obra.
–¿Cómo se definiría como artista?
–Es difícil. Yo digo que soy un herrero, un trabajador de la fragua porque es un oficio al que tengo en muy alta consideración artística. Me resulta más fácil definirme como hombre. He sido muy curioso, con muchas ganas de saber y de resolver la grave duda que suscita el mundo que me ha tocado vivir. Lo mío ha sido un camino de búsqueda constante de la verdad. Como isleño soy muy precario, he vivido la contención en gastar, comer... necesito poco. Sin embargo necesito mucha libertad y mucha posibilidad de que mi cerebro funcione.
–¿Es difícil mantenerse 60 años?
–Mucho, un sacrificio constante. El trabajo en la fragua es duro y hay que tener los pies bien puestos en la tierra, los castillos en el aire no valen. Y luego está la personalidad. Yo digo que soy un estoico y que todo lo que me sucede es lo mejor que me puede suceder, aunque sea detestable.
–¿Qué le parece ARCO?
–Ha sido una gran feria que se convirtió en un hecho insólito, toda España acudía a ella. Era un acontecimiento maravilloso de encuentro. Eso desapareció cuando aparecieron los expertos que solo querían promocionar lo suyo, lo que les interesaba. No promocionaban la verdad del arte. Estos comisarios han sentido que son ellos los verdaderos creadores porque los artistas venían a ellos. Todo esto es una falacia y hoy en día el arte tiene muchas precariedades, falta algo
–¿Cómo le gustaría ser recordado?
–No sé, me preocupa más mi familia, que mis hijos y nietas me quieran, que me recuerden como un abuelo bueno y un hombre abierto que nunca ha opinado de su vida, que ha dejado correr a cada uno su aventura y que siempre estuvo ahí cuando lo necesitaron. Que juzgue la historia, ahí está mi obra, que es sincera. Don José Ortega dijo que la obra de arte demanda al autor que la deje libre, como una piedra, como un árbol, como un rascacielos. Habla de la libertad absoluta. La obra de arte demanda que la dejen ser a sí misma. De nada vale que yo la edulcore, no tiene sentido.