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Matt Dillon: «Ni Von Trier es un mal tipo ni yo soy un psicópata»

Regresa a la primera línea con un trabajo kamikaze para el siempre polémico director danés: interpreta a un asesino en serie obsesionado con el crimen como una de las bellas artes.

Matt Dillon y Lars Von Trier
Matt Dillon y Lars Von Trierlarazon

Regresa a la primera línea con un trabajo kamikaze para el siempre polémico director danés: interpreta a un asesino en serie obsesionado con el crimen como una de las bellas artes.

Cuando el pasado mes de mayo «La casa de Jack» se presentó, al borde de la medianoche y fuera de concurso, casi a escondidas, en el Festival de Cannes, el afilador de cuchillos podía oírse desde el aeropuerto de Niza. Al fin y al cabo, suponía el esperado y a la vez temido regreso a casa de quien había sido declarado «persona non grata» siete años antes por confesar, entre risas nerviosas y en rueda de Prensa, que empatizaba con Hitler: «Le entiendo», aseguró en concreto. En la sesión de gala de la nueva cinta los ánimos estaban incendiados. Algunos periodistas con adicción al frac se habían colado para filtrar sus primeras impresiones. Los ingenuos que esperaban una película empapada de deseos de reconciliación se encontraron muy pronto con todo lo contrario. Los que se frotaban las manos, expectantes, ante la segunda película de terror de Lars Von Trier –la primera, «Anticristo», ya levantó ampollas en el certamen–, se encontraron con una cintahablada; con sangre, pero derramada sobre un muro de palabras. Rápidamente se produjeron muchas deserciones y tuits indignadísimos con la presunta amoralidad del cineasta danés al darle voz a un asesino en serie que, en cinco capítulos (incidentes, los llama) y un epílogo, descuajeringa lo que se cruza en su camino sin esconder su misoginia, su nihilismo y su fe en la ejecución bárbara como una de las bellas artes.

Lars Von Trier había vuelto a armar la gorda, y al encender las luces, después de dos horas y media de torturas y confesiones viscerales, su cómplice en esta exhibición de atrocidades, Matt Dillon, se giró hacia él y le dijo, tan inocente: «¡Es estupenda!». Imagínense el gesto de desaprobación de Von Trier ante semejante elogio. A Matt Dillon le tocó, pues, bailar con la más fea. Como Von Trier decidió reducir a la mínima expresión sus entrevistas, Dillon tuvo que defender la película ante la Prensa. Lo hizo de buena gana, como si estuviera agradecido por volver a ser el centro de atención después de más de una década condenado a galeras. De buena gana, pero sin estar muy seguro ni de qué había visto la noche anterior ni de cómo justificarlo sin ponerse del lado de lo abyecto. Algunas de sus vacilaciones parecían matizadas por una gota de sudor que empapaba su frente motivada por el bochorno que se mascaba en el ambiente o por la responsabilidad de abrazar la causa de una película que no se caracteriza por casarse con nadie y menos con lo políticamente correcto.

«Lo primero que me pregunté cuando leí el guión, fue: “¿Por qué yo?”. Lars no tardó en sacarme de dudas: “Me gusta tu cara”», explica Dillon sonriendo. El cineasta danés no lo escogió porque le recordara los tiempos de «Drugstore Cowboy», o porque adorara su descacharrante vis cómica en «Algo pasa con Mary», o porque le inspirara confianza su Hank Chinaski de «Factótum», o porque le había conmovido su policía racista nominado al Oscar de «Crash». En esa eterna juventud que el rostro de Matt Dillon sigue ofreciendo a pesar del paso del tiempo, como si fuera un Dorian Gray del Medio Oeste americano, el director de «Dogville» percibió algo profundamente perturbador.

Dillon no tardó mucho en formularle otra pregunta. «¿Por qué Jack?». Y matizó: «De repente, no sabía si me compensaba meterme en la piel de un psicópata que aparece en cada plano, en cada escena, sin saber qué tenía que ver con Lars», explica. «Me dijo que, de todos los personajes que había escrito, era el que más se parecía a él. Que los hombres, en sus películas, suelen ser estúpidos, que iba siendo hora de hacerles caso. Fue cuando entendí que la película no estaba protagonizada por un asesino en serie, sino por un artista que lidia con el miedo al fracaso. Todos podemos identificarnos con eso, es sano hacerlo. Habría aceptado el papel solo por la experiencia de trabajar con Lars, pero eso acabó de convencerme».

Un actor en horas bajas

Tampoco es que Dillon tuviera mucho que perder, porque sus últimas películas han estado lejos de ser éxitos («Dos canguros muy maduros», «Blindado», «Ladrones», «Casi perfecta»), pero no todos los actores son capaces de adaptarse a un carácter tan excéntrico e imprevisible como el de este director sin acabar despotricando o mordiendo la mano que les ha dado de comer. «La verdad es que, por muy oscura que resulte la película, la atmósfera de rodaje fue muy agradable», recuerda Dillon. «La relación con Lars fue de confianza mutua. Nos pusimos en las manos del otro. No le gusta ensayar, prefiere que improvises en el set. Cualquier cosa que limite tu libertad le molesta. Para él no hay líneas rojas. Lo importante es lo que encuentres durante el proceso. No es demasiado específico cuando algo no le gusta. Un par de comentarios le bastan». Deben de bastarle, porque Matt Dillon está extraordinario, y se suma a la lista de intérpretes –la cantante Björk en «Bailar en la oscuridad», Charlotte Gainsbourg en «Anticristo» y Kirsten Dunst en «Melancolía», por citar solo las tres cintas del danés que han ganado premios en Cannes– que Von Trier ha moldeado en oro puro.

«No fue fácil interpretar a un psicópata, precisamente porque no tienes empatía con él, que es la materia prima con la que trabaja un actor, el hecho de ponerse en el lugar del otro», confiesa Dillon. «Mentiría si dijera que no me costó rodar alguna de las escenas. En concreto, la de Riley Keough». No la destriparemos aquí, por supuesto, aunque el extremo detalle de las torturas que Jack le inflige a una pobre chica, y lo dilatado de la secuencia, pueden resultar disuasorias para paladares sensibles y alimentan la (mala) fama del director de «Melancolía». «Sin embargo, algo hace clic y te das cuenta de que todo es ficción –explica Dillon–. De que no es una película malvada sino que habla sobre el Mal que nos rodea, sobre lo fácil que es ignorarlo cuando te lo cruzas por la calle, porque puede ser cualquier cosa. Jack es así, podría asumir cualquier identidad, a veces parece inseguro, otras implacable, nunca sabes cuándo está mintiendo. Me parece absurdo confundir la película con su tema. Ni Lars es un mal tipo ni yo soy un psicópata», concluye el intérprete.