Mi reino por una lata
CaixaForum Barcelona dedica una completa exposición al imaginario de uno de los principales creadores del siglo XX. Sus iconos, desde Marilyn hasta las cajas Brillo, están en esta muestra.
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CaixaForum Barcelona dedica una completa exposición al imaginario de uno de los principales creadores del siglo XX. Sus iconos, desde Marilyn hasta las cajas Brillo, están en esta muestra.
Cuando Truman Capote lo conoció por primera vez fue a finales de los años cuarenta. Por aquel entonces el desconocido que le enviaba cartas se llamaba Andrew Warhola, pero ya había decidido que para todo el mundo sería Andy Warhol. Capote, recordando esos inicios, le diría mucho tiempo después a Jean Stein que «creo que desde muy joven él ya había decidido lo que quería: la fama... es decir, ser famoso. Su meta era ésa: la fama era el nombre del juego... no era verdadero talento, ni arte». Al escritor, que con el tiempo llegó a ser compañero de juergas del artista en Studio 54, le resultaba difícil apuntar «en qué [Warhol] tiene talento, excepto en que es un genio en autopromocionarse».
Pero hoy, en 2017, ya no están ni Capote ni Warhol por estas tierras, así que nos toca a nosotros juzgar al pintor, poder saber si más allá de los mitos y las leyendas, es realmente uno de los iconos artísticos del siglo XX. CaixaForum Barcelona nos da las herramientas necesarias para dictar sentencia gracias a una exposición que tiene vocación de retrospectiva, de completo resumen de lo que fue una de las aventuras artísticas que más han influido hasta el punto de que no son pocos los que hoy reclaman ser herederos legítimos del hombre que convirtió una lata de sopa en obra de museo.
Múltiples caras
Bajo el cuidadoso comisariado de José Lebrero, director del Museo Picasso de Málaga –donde viajará esta muestra, además de CaixaForum Madrid– se recogen un total de 352 piezas que tratan de mostrarnos los muchos y variados intereses del artista. «Warhol. El arte mecánico» es una visión poliédrica que trata de dibujarnos a un Warhol con múltiples caras. Para ello se cuenta con todo el universo del maestro del Pop-Art, desde sus múltiples Marilyns hasta las cajas Brillo, sin olvidarse de sus peculiares rosas, los papeles pintados con vacas rosadas o el retrato de Mao. Tampoco falta una recreación de The Factory, aquella fábrica creativa en la que realizó buena parte de su obra pictórica, además de jugar a ser realizador o promotor musical de grupos como The Velvet Underground.
La exposición se abre con muestras del Warhol dibujante, unas piezas de 1960. Pero es en la siguiente sala, en una vitrina, donde tenemos la declaración de principios del joven Warhol. Es una página del álbum en el que atesoraba las fotografías de algunas de las estrellas de la gran pantalla, aquellos a los que deseaba conocer o, tal vez, parecerse. Son las imágenes de Henry Fonda, Mae West, Carmen Miranda o Tyrone Power. Es la creación de una mitología que ya no abondanará nunca.
Pero antes, en los años 50, Andry Warhol ya pasa a ser un excelente diseñador gráfico de portadas para libros o revistas como «Harper’s Bazaar». Realiza tarjetas para Tiffany’s y dibuja sombreros inspirándose en Mary Poppins, «My Fair Lady» o Scarlett O’Hara, entre otros.
Una de las piezas más interesantes de CaixaForum es un dibujo de 1953 en el que vemos ya el protagonismo de una lata de sopa de la marca Campbell. Es convertir lo cotidiano en arte, llevar los elementos que conforman nuestro día a día en material de exposición. Y la cosa no se limitará a productos de supermercado porque Warhol también se inspirará en los que encuentra en las viñetas de los comics o en la cartelera de los cines. El mejor exponente de todo ello nos llegará en 1962 con su «Gold Marilyn», una de las estrellas de esta muestra. El pintor convierte la imagen de la actriz, fallecida pocas semanas antes, en un icono al que adorar. Es la pasión por Hollywood que se transmuta en la rubia platino más famosa de todos los tiempos, todo un ejemplo de lo que quería ser el mismísimo Warhol.
En contraposición con la tragedia vivida por Norma Jeane, Marilyn para la historia, está la vivida en Dallas en 1963, cuando unas balas acaban con la vida del presidente de Estados Unidos. Warhol quedó conmovido con todo aquello, especialmente con la imagen de Jackie Kennedy, la joven viuda, e hizo de su aparicencia apagada –ya fuera como testigo mudo del juramento del nuevo presidente o presidiendo el funeral– otro icono, unas pinturas negras de la historia más terrible de su país.
Pero mientras Warhol se convertía en el cronista de Estados Unidos, también quiso ser el narrador del arte de su tiempo. Merece la pena quedarse unos minutos en la sala en la que se proyectan las pruebas de cámara que realizó a Marcel Duchamp o Salvador Dalí. En la misma sala también están, como si se miraran el uno al otro, Bob Dylan y Edie Sedgwick, la joven musa de The Factory. Es curioso que los dos estén tan cerca, algo que no le gustaría hoy al último Premio Nobel de Literatura, que vivió una peculiar historia de amor con Edie de la que la chica no salió muy bien parada. Edie moriría pocos años más tarde de una sobredosis accidental, igual que alguna de las musas adoradas por el artista.
El pintor supo explotar como nadie su propio imaginario. Las flores de Warhol no tardaron mucho en devenir en un tejido para un vestido, tal y como se vislumbra en una de las salas de CaixaForum. Pero donde verdaderamente reina el pintor es como retratista. Y lo retrata todo, sin hacerle ascos a nada. Porque no le importa combinar a un dictador como el Sha de Persia y esposa con un genio del deporte como Muhammad Ali, tan comprometido con derechos civiles que se saltaba a la torera Mohammad Reza Pahleví. También es el artista comprometido que hace campaña a favor de Ted Kennedy cuando el menor del clan trata de quitarle la candidatura del Partido Demócrata a la Casa Blanca a Jimmy Carter.
Compromiso
Uno de los espacios más interesantes de la exposición es el relacionado con el último Warhol, el narrador de la muerte, un hombre que ve que su mundo ya no es el de la inocencia de los años 60. En los 80 algunos de sus amigos ya han muerto por sida o sobredosis. La angustia le persigue y la materializa en grandes telas con sillas eléctricas o cráneos. Son piezas en las que el Pop-Art luce más comprometido que nunca, retomando de alguna manera el discurso de aquellas pinturas en las que se paseaba por el magnicidio de Dallas.
La exposición es probablemente una ocasión única para poder conocerle más de cerca. Tal y como dijo ayer José Lebrero en la presentación de esta antológica, Warhol puede ser considerado un «artista empresario, lo que hoy sería un emprendedor», mientras que para Patrick Moore, director del museo del pintor en Pittsburgh, es un ejemplo de «la historia de una familia inmigrante centroeuropea que llega a Estados Unidos y como artista retrata el glamour, la tragedia, el consumo, pero también la complejidad de la sociedad norteamericana».
Para contemplar todo esto se ha contado con la colaboración del Andy Warhol Museum de Pittsburgh, el MOMA de Nueva York, el Centro Georges Pompidou de París y la Tate de Londres, e incluye pinturas, esculturas, dibujos, serigrafías, instalaciones audiovisuales, libros de artista, películas, portadas de discos, carteles, revistas, objetos y material fotográfico y sonoro.
Todo ello hace que esta sea la exposición de referencia para pasear por el mundo idealizado por Warhol, algo que no está muy alejado de lo que nos rodea, desde los pasillos de los supermercados a las salas de cine, pero con arte.