Cataluña

Miguel Lago: «Lo de Cataluña está alcanzando tintes de parodia»

Miguel Lago
Miguel Lagolarazon

Es el típico serio cachondo. Un humorista que no se auto censura. Le gusta la polémica. Atizar. Arremeter contra la sinvergonzonería y gilipollez de algunos. Más «miserable e hijoputesco» que sus anteriores espectáculos, «Miguel Lago pone orden» se burla del caos en que se ha convertido la realidad social y política de España. Se trata de un «show» sarcástico que marca un hito en la carrera de un cómico obsesionado con que el ritmo de carcajadas del público sea permanente. Podrá verse cada sábado en el Teatro Reina Victoria de Madrid.

–Ha vuelto usted para poner orden.

–En realidad nunca llegué a irme porque pasé de hacer un sábado «Soy un miserable» a interpretar al siguiente «Miguel Lago pone orden», donde toco temas todavía más sensibles y polémicos.

–¿Como por ejemplo?

–Desde la tauromaquia hasta hablar de la gente a la que habría que mandar a la mierda.

–¿A quién?

–A los que juegan a la pala en las playas, entre otros.

–¿Y a los taurinos qué les dice?

–Que aprovechen porque les quedan quince días.

–Quiero hacerle pasar al lector un rato agradable, ¿de qué deberíamos hablar?

–De Cataluña y de Tabarnia.

–Eso puede aburrirles, ¿no?

–Es de preocupación máxima, está alcanzando tintes de parodia. No obstante, hay que coger lo más complejo de la realidad de este país y reírnos, que es lo que hacen con nosotros.

–¿Es este «show» un antes y un después en su carrera?

–A nivel de riesgo es un salto sin red. De momento está siendo un éxito sorprendente que supera incluso mis expectativas más optimistas.

–¿Qué pasa, que esto es un caos?

–Absoluto. España es un caos desde que empezó a formarse, pero ahora vivimos un momento de sobreexposición mediática e informativa.

–¿Qué es para usted poner orden?

–Identificar los comportamientos de auténticos anormales que tenemos y repartir simbólicas collejas para que no se repitan.

–¿Ha dejado de ser un miserable?

–Jamás. De hecho, creo que éste es mi espectáculo más miserable e hijoputesco. El público sabe lo que viene a ver y como soy yo.

–¿Cómo definiría su estilo?

–Profundamente sarcástico, muy duro por momentos y quiero pensar que con poso. Es decir, que además de reírte te llevas cosas.

–Y provocador...

–Mucho, no serlo es un aburrimiento. Aunque esto ya no tiene mérito porque como ahora nos la cogemos con papel de fumar para todo, hoy en día es provocadora hasta mi abuela.

–¿Nunca ha tenido un susto?

–En Marbella, hace 12 años, una de mis primeras actuaciones fuera de Galicia. Tuvo que venir la Policía a escoltarme hasta el hotel porque quisieron agredirme. Pero ahora tengo más tablas en el escenario y esa tranquilidad se transmite.

–¿En el humor todo vale?

–Si provoca risa, sí. No tiene más límite que el Código Penal, siempre y cuando no dañe a terceras personas de manera intencionada. La parodia y la sátira tienen que ir hacia arriba, hacia los poderosos. Dirigirse hacia abajo es de cobardes.

–¿A qué no se atreve?

–En mi vida, a tirarme en paracaídas. En el humor me atrevo con aquello con lo que me sienta cómodo, que suele ser todo. Si le quitas el contexto, todo es ofensivo. Pero en su contexto, todo puede ser divertido.

–¿Le podrían denunciar por este monólogo?

–Teniendo en cuenta el nivel de gilipollez de algunos, podría ser. Si me denuncian, bienvenida sea, toda publicidad es buena. Es cuestión de tiempo que denuncien a un humorista por un espectáculo.

–¿Qué le hace gracia?

–Me río con cualquier género que esté bien hecho. «La vida moderna», «Late motiv», «Tu cara me suena», Jim Carrey...

–¿Y qué no?

–El anti–humor. Esa disciplina que no busca la risa, sino la tensión. Cuando oigo a un compañero decir que no busca la risa... pues que monte una gestoría.

–¿Me cuenta un chiste muy corto muy corto para despedirnos?

–El último que me ha contado mi hijo, de 6 años: ¿Por qué las focas en el circo miran para arriba? Porque es donde están los focos.