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Loquillo: «Los viejos fantasmas que destruyeron Europa en los años 30 y 40 han vuelto»

Mañana lanza «Diario de una tregua», álbum que define como «el definitivo del Loco» y donde reinventa al personaje
Jaume de Laiguana

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Entre Jack London y un animal en peligro de extinción, situamos a Loquillo. Figura chulesca, sincera, terrenal, atenta, solitaria y leída, se define a sí mismo como un afrancesado y un vampiro confeso. Lo suyo siempre está sobre el escenario, el que considera su verdadero hogar, haciendo honor a su espíritu de caballero del rock and roll. El resto del tiempo, dice, interpreta un rol, y nos lo demuestra en un hotel céntrico de Madrid donde se toma un té verde y todo parece, involuntariamente, girar a su alrededor. El artista, contradictorio, inconformista, directo, lanza mañana «Diario de una tregua», 10 nuevas canciones con las que demuestra que ni el paso de los años puede con, tal y como ha titulado a su próxima gira, «El Rey».
¿El título del álbum habla de una tregua propia o con su entorno?
Un diario es un ajuste de cuentas con uno mismo, el reflejo de un momento, y una tregua, personal y necesaria, es por una serie de factores. Coincide el final de un personaje, el final del siglo XX, con un personaje que se forma durante el encierro, que se conjura en un estudio de grabación, en soledad, y que se forja tras una gira en el primer año de pandemia, muy difícil, con Alfonso Alcalá, Laurent Castagnet, Josu García y Gabriel Sopeña, recorriendo la España anterior a la vacuna. Eso hace que cualquier persona crezca, personal e intelectualmente.
¿En qué sentido ha crecido?
La vida es un aprendizaje constante. Los discos que he realizado, tanto como estrella de rock como voz de poetas contemporáneos, forman parte de mi crecimiento. No los hago para contentar a los demás. Tener el gusto de trabajar con Sopeña otra vez, en la versión de Charles Dickens de «Historia de dos ciudades», con Sabino Méndez, Igor Pascual, generaciones diferentes que han entendido el personaje, tras venir de una trayectoria con poetas de la talla de Luis Alberto de Cuenca, Julio Martínez Mesanza o Carlos Zanón... Siempre he procurado de rodearme de los mejores, así aprendo. Es bueno no creerse el centro del universo, aunque muchos piensen que soy así. Lo hago para poder inyectar una energía y vampirizar, porque soy un vampiro confeso.
¿Cuál es su centro del universo?
Es difícil, porque siempre voy un con un pie en el futuro. El presente, muy de refilón. Si no, no llevaría 43 años en esto. Siempre he sido muy inquieto, aparte de políticamente incorrecto y audaz. Nadie hubiera dado nada por mí en 1994, cuando hice el primer disco de poesía contemporánea, en un momento en que nadie la reivindicaba. Ahora hasta los grupos indies lo hacen. Soy consciente de que con ese pie por delante avanzo, aprendo y mantengo inquietud. Me lo dijo Johnny Hallyday: «No dejes nunca de sorprenderte de ti mismo». De la misma manera que Gay Mercader me dijo que mis amigos eran mi activo. Eso es lo que hago, conocer sobre todo lo que tienen que decir los mayores.
¿Adelantado a su época?
Según me indica mi instinto, él es la base de todo. Nunca tienes que hacer planes por adelantado, nada es gratuito. Solo el trabajo hace que puedas llegar a los lugares y hacer las cosas bien.
«Historia de dos ciudades» inspira nostalgia, ¿echa algo de menos?
Es el mejor retrato que nunca se ha hecho de lo que hemos vivido. El tema es que un texto de hace 200 años sea tan actual. Dickens acostumbra a sorprendernos de ese modo. Y haber encontrado, repasando viejos textos, cómics, literatura universal, uno que está reflejando el momento que estamos viviendo... Fue algo que nos vino dado, el destino.
Si algo tan antiguo es aplicable a hoy, ¿quiere decir que no avanzamos?
Esa es la magia de los creadores, hacer que algo permanezca. Todos sabemos que el ser humano nunca aprende, lo vemos hoy. Por eso es necesario recordarlo, que las nuevas generaciones sigan creyendo en la filosofía, en la historia, como forma de entendimiento humano. Que el pasado no nos condicione, pero que sí nos marque.
Y cuando la Filosofía deja de ser asignatura obligatoria, ¿qué?
Que quienes pretenden hacer esa ley no han dado clase en su vida, y que evidentemente empobrece al individuo, con lo cual lo hace más ignorante y más manipulable.
¿Hay algo que le preocupe y reflejen sus canciones?
Todo lo que pienso del otro lo reflejan, en mis canciones no hay autocensura, a pesar de otros compañeros de profesión, sobre todos los dedicados al pop. ¿Cómo vas a censurar a Sabino Méndez, Luis Alberto de Cuenca, Julio Martínez Mesanza o Igor Paskual? Es inviable. Son gente jerárquica, no es un juego de niños, hablamos de alta cultura. En ese sentido, nuestro entorno es distinto a lo que podríamos llamar “show business del pop español”. No viajamos a Miami, creemos en Europa, cuanto más decadente, más viva. Nuestra cultura es europea, la Nouvelle Vague, el Free Cinema, el neorrealismo italiano, Antonioni, Saura, Rovira i Beleta... Esa es mi cultura y la reivindico.
Es mala costumbre española no realzar lo propio.
Como afrancesado confeso, uno ve lo que ocurre en Francia o en Inglaterra, donde el ciudadano respeta a los autores, los creadores, en toda sus facetas, y aquí hasta hace poco teníamos top manta. También tenemos el grave problema de que estamos en el inicio de una nueva etapa, tras dos años de oscuridad, y todavía no se ha hecho ninguna campaña a favor de la cultura de nuestro país. Es algo totalmente necesario para un sector que ha estado tan olvidado.
El disco nos habla de soledad, ¿es su compañera o enemiga?
Como decía Umbral, soy impar, hijo único. Me acostumbré a jugar conmigo mismo y con la soledad como compañera. Este tiempo encerrados, ha sido un momento para mí de catarsis personal, y lo he usado para transformarme. Afortunadamente mi entorno lo ha entendido, le he dado una vuelta de tuerca al personaje.
Dedica una canción a «La libertad», ¿hay que reivindicarla?
Ahora más que nunca. Los viejos fantasmas que destruyeron Europa en los años 30 y 40 han vuelto de entre los muertos. Y si están aquí es porque les hemos dejado entrar. Es necesario educar a la gente en lo que cuestan las libertades, en lo que ha costado un sistema democrático, sobre todo en España. Hay que hacer todo lo posible para que Europa se siga manteniendo como lo que ha sido siempre: un lugar donde la libertad, la igualdad y la fraternidad han convivido. Es un momento difícil, en el que los que tenemos cierta edad y hemos vivido la Transición, por la familia la Guerra Civil o la Pax Europea, tenemos que decirlo alto y claro. Si no defiendes la libertad, de la quitan. Si no defiendes la democracia, la aplastan.
¿El error está en quien la quita o en quien no la defiende?
Yo digo: educación, educación, educación. Europa, Europa, Europa. Así de claro.
Siempre dice que actúa en la calle, no en el escenario.
Sin duda. No entiendo quien dice que sale a un escenario a interpretar. ¿Perdón? ¡El escenario es tu casa! Tienes que ofrecerla. Cuando cantas canciones de grandes autores, las estás compartiendo, estás trabajando con un colectivo con el que recorres España, Hispanoamérica y Europa. Es maravilloso. Cuando bajas sí que debes ser un actor, porque tienes un entorno agresivo hacia ti: quienes te ponen en duda, te critican, te ponen un Santo Sanctórum o intentan derribarte. La mejor forma es tener una coraza, y ese es el personaje. En el escenario soy yo, ahora estoy interpretando.
Quizá les llame más la fama que la música en sí.
Después del trabajo duro es bueno el triunfo, pero hay que saber cortarlo. He pasado tres veces por esa fase. En el año 1989, hice el disco en directo más vendido en la historia del rock español, y siguieron cuatro años de absoluta locura. Sé lo que ocurre después, uno se va curtiendo y sabe cuándo es necesario que haya un éxito masivo, precisamente para, como decía Cassavetes, poder pagarme proyectos. Digamos que el personaje mayoritario ayuda a construir al minoritario, y me retroalimenta. Si viviera el éxito continuo, si estuviera en esa nube absoluta como tantas veces, no habría llegado hasta aquí. Es importante saber cortar y volver a empezar. “Diario de una tregua”, de hecho, es eso.
¿Y cómo se corta?
Con experiencia. Es decir, con errores. Si no has cometido ninguno no puedes plantearte estos giros personales y profesionales, en absoluto.
Define el álbum como “el definitivo del Loco”, pero esperemos que no el último.
No, es definitivo porque es el primero en que se reúnen los dos personajes: el de gran estadio y el que actúa en teatros. Cuando empecé a hacer teatros con poesía contemporánea, los grupos de pop y rock no iban ahí. Que yo llenase el Palau de la Música en 1996 fue un hito. Ahora todo el mundo va. Mi trabajo reside en derribar murallas.
¿Se considera pionero en algo?
Los pioneros del rock español de mi generación fueron Ramoncín y Burning, los primeros que pudieron hacer letras en libertad. Ramón fue el catalizador, el que de la calle salió y se enfrentó a todo. Él, Santiago Auserón, Kiko Veneno... son la generación de la que uno aprende, esté o no de acuerdo con lo que piensan. El artista efímero de clicks y singles no me interesa. No es que trabaje al viejo estilo, es que “Diario de una tregua” es una unión perfecta entre la música y la literatura. Cuando compraba los discos de Lou Reed, en el 76, él decía que el rock and roll era unión de música, poesía, actitud, estética, teatro, danza... y yo he seguido esta manera de entender.
¿Qué momento vive el rock?
El mejor. Es cojonudo, porque no hay nada mejor que escuchar que el rock ha muerto. Lo llevo escuchando desde los 14 años. Su público es el más leal que existe, y si te vas al heavy ni te cuento. Los autores de rock son más audaces, atrevidos, que ese machaque de Miami Beach, que no me interesa.
¿Qué le llama la atención del panorama musical actual?
Estamos en un momento de volver a la normalidad. Es necesario recuperar al público y el amor por el oficio, porque el «show business» del rock lo ha pasado muy mal. Ya habrá tiempo para lo demás. En otros países es un trabajo importantísimo para el PIB, aquí no.
¿Le cansa esa situación?
Tengo 61 años y todavía estamos reivindicando el estatuto del creador, es para no creérselo. Cuando lo explicas en Europa se ríen. Desde el inicio de la democracia no se ha hecho nada al respecto.
¿Por qué no interesa?
La culpa es de los creadores, autores, músicos... porque no quieren mojarse. Tenemos lo que nos merecemos. En el cine eso no ocurre. Si alguien da la cara y se lo funden, que le den, y lo sé por experiencia propia. Una de las causas por las cuales Jorge Ilegal aparece en el disco es porque es uno de los pocos artistas, junto con Coque Malla, que cuando decidí soltarla y recibí una campaña atroz, me llamaron para mostrarme su solidaridad. Por eso siempre me alejo de los ambientes del pop español, de camarillas, de clanes, que deciden y deshacen sin contarse el pelo, que ponen el dedo en lo que decimos y que no les va bien.
Si siempre se ha atacado lo expuesto, en esta época digital el triple...
Si dejamos de decir lo que pensamos, intelectualmente hablando, solo favorecemos la ignorancia. Como decía mi padre, un libro te hace mejor persona y sobre todo te mantiene alejado de las actitudes totalitarias. Te abre la visión del mundo.
Además del disco, Felipe Cabrerizo ha publicado su biografía, su vida de golpe en dos obras.
Era buen momento para hacer ambas cosas, para pasar página. No me sirven las biografías de los artistas que no han roto nunca un plato. A mí me interesan las contradicciones, las dudas, que me haga plantearme cosas. No soporto a los «quedabienes». Cuando un artista de rock se mete en un lío, pienso, «está vivo». Y cuando veo ese desierto pop que hay en España donde nadie levanta la voz, ni opina... Siempre me han gustado los artistas contradictorios, que se arriesgan, son audaces, se equivocan.
El ser humano en sí mismo.
Somos eso, no podemos crear ese diferencial. También tenemos un lado oscuro, ¿qué hay de malo en mostrarlo?