The Cure, canciones tristes que ponen muy contento al WiZink Center
El grupo británico hechiza al público de Madrid con un concierto de poderoso sonido, momentos de intensidad y, como es costumbre, un carrusel final de éxitos
Creada:
Última actualización:
Primero descendimos a las profundidades más tenebrosas, a la gravedad cero del negro sanador. Del enorme repertorio de The Cure, los británicos han tomado la costumbre de empezar por lo difícil y de guardar para el carrusel final sus temas pop más coreables. Y, aunque haya momentos sin tregua (28 canciones en total) en los que apetecería un respiro, en el fondo se agradece el esfuerzo, le otorga a sus conciertos algo de épica tenacidad. Porque tanto Robert Smith, que sigue manteniendo la voz que conmueve, como su banda, que descarga una potencia de baja frecuencia, incluso en los momentos más dispersos, acunan en una dulce pesadilla que arranca de la oscuridad los colores de la emoción. Así fue la parada de la banda en Madrid, en un WiZink Center lleno a rebosar desde hace muchas fechas.
El sonido fue impecable, avasallador. Las canciones siguen siendo prístinas y la banda toca sin un ápice de amaneramiento, casi con indiferencia hierática, sin efectos ni posturas. Tras “Alone”, “Pictures of You” y “Closedown”, llegó el primer regalo, “Lovesong”, la demostración de que una canción puede ponerte profundamente triste y alegre a la vez. Pero no como una “dramedia” barata, sino como un a tragedia griega en la que algo terrible pasa o va a pasar y todo el mundo sonríe al escucharlo.
Fue una noche de emociones contenidas, como es menester con un grupo que toma los sentimientos como materia prima, una banda emocional que sabe no cruzar la línea. Porque hay una frontera muy fina entre la sensibilidad y la sensiblería, como existe entre padecer y compadecerse. No digamos ya entre estar triste y ser una plañidera. The Cure salvan el peligro de la cursilería con un tinte negro que no es solo la sombra de ojos de Robert Smith, sino un filtro de Instagram, pero al revés. Una bruma que vuelve tinieblas las declaraciones de amor. Es decir, que no es una sombra de ojos sino una sombra en los ojos. Para los que puedan pensar que el tiempo de The Cure pasó y su formula está caduca, quizá se les pueda recordar que no hay mayor acto subversivo que negarse a participar en la sociedad de las apariencias y la banda británica si algo hace es no falsearse a sí misma por mucho que se maquille su cantante.
Pero no todo va a ser tristeza. Los colores de “Push”, “Play For Today”, “Want” o “Shake Dog Shake” fueron los de la rabia y la euforia, como fue, en general, la segunda parte del concierto, más iluminado, colorido y aguerrido. Sin embargo, en cualquier momento eran perfectamente capaces de ensimismarse durante varios minutos en un ritmo instrumental que se va construyendo y deconstruyendo a sí mismo, sin levantar la mirada del suelo, en una atmósfera eterna como en “Endsong”, uno de los estrenos junto a “I Can Never Say Goodbye”, un tema nuevo que trata sobre el hermano fallecido de Robert Smith. Aunque rozamos el tedio con las largas instrumentaciones y atmósferas, y hubo momentos en que la lenta cadencia parecía la subida a un Tourmalet a la hora de la siesta, The Cure no se quieren tanto a sí mismos para hacerlo todo de espaldas al público.
En el primer bis llegó “A Forest”, pero sería en el segundo cuando entraría la cascada de éxitos, una fórmula que la banda viene repitiendo en los últimos tiempos, como en su última visita a Madrid, en Mad Cool. Temazos como “Lullaby”, que es, como dice su título, una nana que previene de pesadillas como lo hace una vacuna: inculcando un mal sueño de baja intensidad que protege de los que puedan venir. Después, “The Walk” y ¿saben qué día era el del concierto de los británicos? Sí, viernes. Ya saben, es viernes y estamos enamorados, la canción que desdice todo lo que hayamos escrito de tinieblas y oscuridad. Una canción de luz, como es el propio Robert Smith hoy en día, un hombre adorable con aspecto de haberse perdido en el supermercado o de haberse visto sorprendido por la ataraxia en la sección de congelados. Alguien que vence su paralizante timidez para acercarse unos segundos a cada extremo del escenario como mayor ejercicio de interacción con el público. ¿Y qué decir de lo que quedaba? Pues que llegaron seguidas “Close to me”, “Inbetween Days”, “Just Like Heaven” y “Boys Don’t Cry” para que todo el mundo se fuera muy contento a casa. Y también un poquito triste.