Caleidoscopio romántico
El pianista Juan Pérez Floristán gusta de hablar, de introducir las distintas secciones de sus conciertos con explicaciones previas
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Obras: de Chopin, Liszt y Schubert. Juan Pérez Floristán, piano. Grandes ciclos de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 15-XI-2022.
El joven pianista sevillano Juan Pérez Floristán (29 años), ganador ya de dos importantes Concursos internacionales (Paloma O’Shea y Rubinstein), avanza a grandes pasos en su carrera. Año a año va perfeccionando su técnica, su entendimiento de las más diversas músicas y su “savoir faire” al tiempo que amplía su radio de acción hacia otras manifestaciones culturales. Hombre inquieto, curioso y trabajador, que gusta de hablar, de introducir las distintas secciones de sus conciertos con explicaciones previas.
Lo hizo también este ocasión, y con evidente gracejo, aunque la mala amplificación (algo muchas veces señalado) del Auditorio impidió que el discurso se apreciara al completo. En cualquier caso a veces estos exordios están un poco de más: lo que interesa es la música, difícil de explicar en tan escasos minutos; aunque Floristán guste de ello y tenga, con su timbre claro y juvenil, facilidad de palabra. Sentado ante el piano nos ofreció en primer lugar la colección de 24 “Preludios” de Chopin, un corpus excepcional, que el pianista fue desgranando con soltura, variedad de ataques y de “tempi”, con escalas y octavas bien resueltas y una dicción clara y precisa, bien que en ocasiones el pedal contribuyera a oscurecer ciertos pasajes.
El universo de emociones de todo tipo que alberga este grupo de piezas, que van de la serenidad más absoluta y la introspección más exquisita a la turbulencia más desaforada, fue bien controlado por el pianista, que alcanzó momentos muy felices, como los surgidos en el desarrollo del “nº 2″, “Lento”, que tuvo el necesario aire procesional en piano. Quizá esperábamos algo más en otros instantes, como en los de la recreación del “nº 15″, el famoso de la “Gota de agua”, expuesto con escasa fantasía y relativa claridad de líneas. Sí nos convencieron más otros.
Así el “nº 7″, “Andantino”, un fogonazo a ritmo de mazurka, o el inmediato “Molto agitato”, en el que Floristán se atropelló un tanto, pero que finalmente resolvió con nota. El cantábile del “21″, aun auténtico nocturno, nos llegó en todo su valor, lo mismo que el “23″, “Moderato”, y particularmente el “Allegro appassionato” postrero, donde las dificultades de mantener el equilibrio entre las dos manos, entre lo melódico y lo rítmico, fueron superadas sin aparentes problemas. Como sucedió con las dos piezas de Liszt pertenecientes a los “Años de peregrinaje” italianos, “Lo Sposalizio” e “Il Pensieroso”. En aquel fueron bien destacadas las notas ajenas a la armonía principal y se dio paso a las efervescentes octavas que nos conducen el éxtasis místico, expresivo de las imágenes musicales que aluden al cuadro de Rafael “Los esponsales de la Virgen”.
El pianista ofreció luego una intensa y bien construida versión de “La muerte de Isolda” de Wagner, en la versión de Liszt, y remató con una donosa interpretación de la “Fantasía del caminante” de Schubert, bien regulada dinámicamente en la repetición primera del tema principal y cantada con adecuado empleo del “rubato”. Pianismo de primera puede que a falta de una mayor introspección y serenidad. Como regalo una delicadísima y muy matizada recreación del “Preludio” de Debussy “La muchacha de los cabellos de lino” (Cuaderno I), un arabesco melódico de signo modal tocado casi con unción.