Björk en el país de las maravillas
La islandesa hechiza Madrid con un show visualmente espectacular
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Dieciséis años después, Björk regresó a Madrid con una promesa, la de un mundo mejor. La islandesa presentaba, en su segunda parada en el mundo, un episodio más de su obra fantástica, «Cornucopia», anunciada como la puesta en escena más ambiciosa de su carrera y una apuesta inmersiva. «Es una emergencia. Para sobrevivir como especie necesitamos definir nuestra utopía. Los acuerdos de la cumbre del clima de París son en sí mismos una utopía imposible de imaginar. Pero sobreponernos a estos desafíos es la única manera de que sobrevivamos. Tenemos que imaginar algo que no existe, algo que nos permita esculpir el futuro y crear espacio para la esperanza. Necesitamos una cúpula matriarcal», proponía al inicio del espectáculo. Anoche, la islandesa continuó escribiendo su propia mitología, preñada de magia y tecnología, híbrida, mutante, singular y, por qué negarlo, a ratos presuntuosamente dislocada.
Y, sin embargo, espectacular. Componían los intérpretes un fresco sobre el escenario, diseñado por Chiara Stephenson, y detrás de un cortinaje en el que se proyectaban unos visuales creados por cuatro artistas, Tobias Gremmler, Andy Huang, Nick Knight, M/M, y una dirección de lujo: la cineasta Lucrecia Martel. A sus órdenes, un ejército de intérpretes: un coro, arpas y flautas que acompañaban a la voz, a veces gorgojeante, otras lírica, de una Björk que se presentaba envuelta en un vestuario sustraído del armario de alguna hada nórdica. Las flautas, protagonistas durante buena parte del concierto (y con la sensacion de que el sonido del septeto estaba pregrabado), invitaban a esa elevación, a la escapatoria onírica, mientras la voz del Björk adoptaba la forma de un cuentacuentos recitado, la de una épica en verso. A medio camino entre un concierto y un espectáculo de La Fura dels Baus, desplegó su encantamiento sustentado en una visión escapista pero también crítica con la sociedad consumista y obsesivamente tecnológica del momento, pero impidiendo en todo momento que el discurso ahogue la narración. Y es que la islandesa plantea, a través de la selección de temas de su trayectoria que integran «Cornucopia» (aunque especialmente proceden de «Utopia» y de «Fossora»), una distopía eco-feminista que bebe tanto de las sagas arcaicas como del barroco, la ciencia ficción y el dadaísmo. Como si el único lugar donde encontrar la esperanza fuera en la ficción. Como si la fantasía fuera la respuesta al desencanto.
Sin embargo, el poderío de la islandesa descansa demasiado en lo visual, vanguardista y excelente, frente a lo sonoro, un tanto abstracto y deslavazado de su obra musical más reciente. Incluso, para los no creyentes, irritante y aleatorio. En este nuevo montaje, Björk evita sus propios éxitos, temas como "Big Time Sensuality" o "Violently Happy", pero sí cayó una versión deconstruida de "Venus As a Boy" como si de un gazpacho de invierno se tratara: deconstruido en cocina moderna. En su último trabajo, Björk rendía homenaje a su madre, una activista medioambiental fallecida en 2018, suceso que parece encerrar las claves de este espectáculo en el que solo faltaba Greta Thunberg... ah, no, esperen. La joven sueca hizo su aparición sorpresa con un mensaje admonitorio dirigido a la ya muy concienciada –tras más de una hora de espectáculo– audiencia de la islandesa. Un discurso que podía servir de coda moralizante aunque innecesaria, amén de una abrupta salida del país de las maravillas en dirección al más crudo gris presente.
En "Fossora", la artista soñaba con el mundo de los hongos, sustento invisible de muchos bosques y también gasolina lisérgica que no necesitó ayer ninguno de los asistentes para ser transportado a otra dimensión espaciotemporal o que, quizá, nos habría venido muy bien a algunos que permanecemos ajenos a su credo. Poesía inmersiva, lírica desbocada y música del futuro. Extraordinaria Björk y su mundo. Quizá sus canciones no sean lo más importante.