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Buika: «Ese dedo acusador que se pone sobre el hombre por casi todo no es justo»

Se alimenta de los escenarios de todo el mundo. Cerca del cuarto de siglo de su debut, recibirá la Medalla al Mérito en las Bellas Artes
Buika
Buika Ricardo Chávez
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Sus últimos conciertos han sido en los Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Azerbaiyán, México. Ahora tiene por delante alguna parada en España (Barcelona), y luego otra vez rumbo a México y a Suecia. Porque Buika (Palma de Mallorca, 1972) no le tiene miedo alguno a la carretera, esté esta en el continente que esté. Hija de un exiliado político que huyó de la dictadura de Francisco Macías Nguema en Guinea Ecuatorial y se instaló en España antes de que ella naciera, afirma que «el africano es un nómada social».
Pero, ¿cómo entienden su arte en lugares tan diversos? «Entienden el idioma de la música, que es universal», explica con la sabiduría de quien tiene al «jet-lag» como íntimo compañero de viaje. «He girado por todo el mundo y siempre he notado la emoción. Y es curioso, porque la gente, sea del lugar que sea, se emociona en los mismos trozos de canción, entiendan o no el idioma». Desde fuera, esa vida se antoja durísima. «Si no te da miedo trabajar», advierte, «se vive mejor que bien. Y digo miedo porque el vivir de gira da miedo, no es para todo el mundo. No descansas, no estás en casa, a veces estás solo de aquí para allá… Pero es muy satisfactorio. Lo que pasa es que hay que tener educación financiera, en autoestima y en saber cuidarte. Son tres pilares fundamentales. Me arruiné tres veces para poder aprender a llevar mi oficina. Pero ahora las cosas nos van muy bien».
A Buika, la música siempre le tocó hondo. Aunque fue el azar el que decidió por ella. «La música me tocaba el corazón desde niña, y me salvó la vida. Pero fue el público, al que llamo ‘‘mi tribu”, quien me descubrió que iba a ser mi vida. Me salvó de ese autoboicot constante que practicaba, porque era un trasto de niña. Una tía flamenca llegó a mi casa y le preguntó a mi madre si tenía alguna niña que supiera cantar, porque se lo habían pedido para un grupo y ella ya estaba muy mayor. Mi madre le dijo que no. Pero cuando oí decir que pagaban diez mil pesetas [60 euros], grité “¡yo, yo!”. Y así fue como me atreví a cantar en público. La primera vez que oí un aplauso fue cuando dije “aquí me quedo”».
Tiene ocho discos de estudio publicados y en su currículo brillan colaboraciones con Chick Corea, Pat Metheny, Santana, Chucho Valdés, y Almodóvar escogió dos de sus canciones para «La piel que habito». Sin embargo, desde su último disco han pasado seis años. «No he parado de trabajar, pero no he sentido la necesidad de sacar disco. Hasta que no entendí cómo funcionaba el mercado de la música no sentí que pudiera participar de él, porque me deshice de todo organismo y empecé mi trayectoria en solitario sin discográfica ni mánager ni nada. Soy de mirar hacia delante, y mi mejor disco será el siguiente. Mis discos hablan más de mis miedos que de mí. Aunque salvo el último, que fue cuando empecé a producir, los anteriores eran de otro productor y a mí me permitían bastante poco. Me dejaban meter sólo uno o dos temas. Ahora me autoeditaré».
[[H3:«Utiliza tus superpoderes»]]
Hace unos años, Buika tuvo una aguda crisis de la que salió fortalecida. «Estaba en Miami. De repente, me miraba y no sabía qué veía. Intentaba cantar y no me salía la voz. Pensé que ya no le podía ofrecer nada más a la música. Me veía mayor, me vi canas… Me vine abajo. Y entonces mi hijo me dijo que mi único objetivo en esta vida tenía que ser estar “cool”. No la felicidad, que eso es complicarse la vida, sino estar normal. Lo primero que le dije es “qué fácil es todo cuando uno es joven y se lo pagan todo”, la típica respuesta de madre. Pero luego entendí que tenía razón. Porque esté pasando lo que esté pasando, en el fondo no está pasando nada». Pero entonces, ¿ha renunciado a la felicidad? «No», responde rapidísimo, «pero he dejado de buscar cosas que no son necesarias. Eso de encontrarte a ti mismo es una pérdida de tiempo. Lo que es eficaz es crearte a ti mismo. Despierta. Ponte las pilas y ponte a hacer lo que sabes que tienes que hacer, hermano. Utiliza tus superpoderes. Veo demasiado romanticismo bohemio». Y en este punto de la conversación hace un alegato, tan audaz como infrecuente, en defensa del hombre, al que considera un igual, y de la igualdad real: «Empoderarse es endurecerse y ponerse a funcionar. No tiene nada que ver ni con hombres ni con mujeres. Ese dedo acusador que se está poniendo sobre el hombre hoy en día, por casi todo, no es justo. Cuando era niña escuchaba decirles a los niños ‘‘si lloras eres un marica’’, ‘‘si haces eso te pego una hostia’’, ‘‘si haces caso de lo que te dice tu mujer eres un calzonazos’’, ‘‘si no tienes amantes eres un pringao’’... Veinte años después, no le puedes pedir a esa persona que sea sensible y comprensiva. Lo siento mucho por las que van de otro palo, que son mis hermanas, pero vosotros también sois mis hermanos y no siento que seáis eso que describen. No comulgo con las que piensan así, ni comulgaré. Porque no ayuda a nadie. Liberarse del machismo y del feminismo va a ser muy bueno para todos. La lucha de la libertad por la mujer era necesaria, pero no sé qué es exactamente el feminismo. Porque igualdad entre hombres y mujeres es igualdad entre hombres y mujeres, ya está. No tiene otra palabra. Tendríamos que luchar porque hombres y mujeres tuviéramos unos derechos que fueran justos para todos. Trabajamos mucho, cobramos poco, la vida es muy dura, las casas son muy caras. Estamos jodidos pero contentos. Todos. Y esto de pensar que la mujer está más jodida que el hombre… a ver. Yo hago giras mundiales –prosigue– y te aseguro que en muchos países sí, y que hay mucho trabajo por hacer. Y en España también hay muchos rincones y esquinas donde todavía se puede vivir eso, pero no es la misma lucha en España que en Irán. Sé la mejor en lo que haces y verás qué rápido se te quitan los techos de cristal. Busca ser lo mejor de ti, como hace cada árbol, cada león y cada serpiente. Y quítale hierro a las cuestiones romántico-bohemio-erótico-festivas que son las que a la mujer nos han jodido más en este mundo. Ese exigir justicia emocional constantemente, ese dolor por ser mujer... Ya no es necesario sufrir aunque la vida duela. Plantéate si quieres o no quieres. Los seres humanos tenemos unas capacidades ilimitadas. Y si soy mujer, hombre o trans va a quedar en un segundo plano. Porque no es tan importante, de verdad. Sí lo es llegar a la vejez sintiéndote orgulloso de la vida que has vivido, y en paz». A Buika le ha sido concedida la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, un galardón que es un motor. «Me sorprendió muchísimo, estoy muy feliz. Todos merecemos todo lo bueno, todos los premios que nos den. Somos unos “warriors” [guerreros] tremendos. Unos peleadores por la vida brutales».
La boca de Buika, por Javier Menéndez Flores
Esta negra tiene un millón de caballos de potencia. En reposo. Cuando se activa, cuando pisa un escenario o se mete con todo el cuerpo en una conversación o simplemente se ríe delante de ti como si le explotara de pronto la boca –ah, esa risa, ah, esa boca–, Buika es como los bíceps al límite de Hércules: una fuerza inconmensurable. Y puedes ver en ella, al mismo tiempo, a una niña de fuego y a una mujer de hielo. Porque suyo es el don, más propio de los dioses que de los mortales, de herir de muerte a quien la escucha cantar sin dejar de mantenerse erguida cual mástil de velero. Buika creció alegre y salvaje, como una jungla desmelenada, junto a una barriada gitana, y se acostumbró desde muy pronto a vivir de espaldas al miedo. Allí aprendió que quien tiembla o duda o se lo piensa un poco más de la cuenta no come. Y ella quiere comer con ganas, con hambre, con la juventud de sus cinco décadas, ya que no tiene previsto dejar de respirar en los próximos cien años. Y cuando tu mirada se detiene en la suya crees que sus ojos son todo pupilas, porque los abre a plena luz del día igual que si fueran dos faros en la noche.
Si alguien la ve cantar sin saber nada de ella, se preguntará qué suerte de milagro hace posible que una africana de cabo a rabo lleve Andalucía entera en la sangre caliente. Pero es que su universidad se llamó Lola Flores, Rocío Jurado, Remedios Amaya, las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera. A las que se sumaron Ella Fitzgerald y Dinah Washington, dos afroamericanas con una mina de oro en la garganta que podrían haber sido perfectamente de Jerez o Cádiz, y quizá lo fueran. La educación musical de Buika careció de fronteras, y sólo así puede colmar su despensa el artista. Todo alimenta, todo ilumina. Y a Buika ese exceso de sur jamás le ha hecho perder el norte.
Los orígenes son capaces de explicar muchas cosas, y en Buika todo nace de esa boca que transgrede por su sola carnalidad y fortaleza. Un horizonte blanco que puede paralizarte mientras lo miras, a traición, si decide dejar salir de ella una voz que es como el agua furiosa que se abalanza sobre ti cuando se derriba un dique. Y da igual si en el curso de sus viajes ha muerto mil veces por amor, porque a la noche siguiente tocaba show y debía entregarse a su tribu, y lo primero siempre va en primer lugar. Y si hay tragedia detrás, dolor, pena, lo entrega todito todo a su música. Y canta «La falsa moneda» como quien se arranca un demonio del pecho, mientras la imperial Imperio Argentina asiente desde dondequiera que esté. Sostiene Buika que las canciones se escriben desde la alegría más profunda del alma. Porque es un poder, y los poderes se celebran. Y afirma a su vez que la música es un milagro y la arquitectura es el arte supremo, pues todas las restantes precisan de un soporte poderoso que las sostenga.
Y en la mezquita de Sheikh Zayed, en Abu Dabi, oyó cómo se le rompía algo cerquita del corazón. Y en el barrio de Chelsea, en Nueva York, redescubrió, ante el universo falsamente naíf de Basquiat, el significado de la palabra emoción entre lágrimas y mareos. Y ahora le conceden la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, pero no hay premios capaces de recompensar ese chorro de raza. En la boca de Buika cabe el mundo entero, y ella se lo traga y nos lo devuelve mejorado. Para verla como en verdad es, de purísima y oro, lo mejor es cerrar los ojos y dejarse llevar por lo que miente esa boca.

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