Hay discos que es posible finiquitar por medio del estudio y la entrega, de la pasión, y más adelante, gracias al puro oficio. Eso bien lo sabe
David Bustamante (San Vicente de la Barquera, 1982), que
suma ya diez trabajos forjados con esas armas. Pero el que ahora presenta,
«Inédito», marca un punto de inflexión en su ya dilatada trayectoria, puesto que las
diez canciones que lo integran
las ha confeccionado él solo desde los pies hasta la cabeza. Ese hecho lo ha llevado a afirmar que supone
el principio del resto de su carrera, y le pregunto si en esa frase tan contundente hay algo de estrategia de marketing, por tratarse de su último disco, o si en verdad está convencido de que acaba de inaugurar una nueva etapa: «Es tan sencillo de responder como que este es el primer disco de manufactura de principio a fin –señala–. Del silencio y de una hoja en blanco, a crear historias, generar un disco, mirar hacia dentro, exponerme más que nunca. No ponerme al servicio de bonitas canciones, sino de contar. Más que cantar, contar historias que han provocado que yo saque matices de mí que estaban ahí, pero no los sacaba.
Ya no entendería hacer un disco que no sea de esta manera. Es un disco –prosigue– que me regalo, me lo merecía, porque he sacado lo mejor de mí y me conmueve. Llevo 23 años en esto y quería hacer algo así, pero no me atrevía. Me creí que yo era sólo intérprete y resulta que tenía algo más, y
ahora me siento mucho más pleno». Ha necesitado un cuarto de siglo para tomar la decisión de componer íntegramente un disco. ¿Sintió, acaso, que había tocado fondo, que caía en la repetición y necesitaba renovarse? «Siempre –responde, tajante–. En cada proyecto he arriesgado en lo artístico. He hecho mucha tele, no me quema. Yo nací de un programa de televisión y no tengo ningún prejuicio, saco bandera de
“OT”, me lo dio todo. Pero después no he recibido ningún empujón de nadie, me he hecho a mí mismo. Callar a los “haters” –añade–, desarmarles, es lo que más me gusta del mundo. No pienso en ellos, pero cuando vienen se llevan su respuesta. Porque yo hago lo que hago para la gente que me quiere y que espera algo de mí. Por ellos, y por mí, intento reinventarme constantemente, sino sería muy aburrido». Y ahonda aquí en la importancia que
«Operación Triunfo» ha tenido en su carrera: «Yo soy hijo de Tito, un albañil. No teníamos ni idea de cómo grabar un disco ni de a quién llamar. Sabíamos que teníamos un talento, que es algo innato, que me dieron mis padres, una voz. Y “Operación Triunfo” me dio la oportunidad de llegar al gran público, que la gente me conociera. Pero hoy en día, aparte de la música, me siento querido.
En la calle, la gente es supercariñosa conmigo. ¡Hostias! Ese es el mayor de los regalos. Y “OT” me regaló todo eso, ha sido mi trampolín. Pero duró lo que duró y, al final, el éxito, como le escuché decir a alguien el otro día, es un cúmulo de sacrificios. No he parado de trabajar, de preocuparme. Pero disfruto cada segundo».
¿Por qué cree que, de todos los participantes de la primera edición de ese concurso televisivo, y de prácticamente todas las que ha habido,
David Bisbal ha sido, con permiso de
Manuel Carrasco y
Aitana, el que más ha destacado? «Son circunstancias.
Él ha conectado con un gran público y fue capaz de viajar por el mundo dejando todo atrás, y la vida del artista internacional es muy difícil. Son formas de ser. Bisbal tiene un talento enorme, una voz muy, muy especial, pero cada uno es diferente.
Yo tengo una vida muy rica. Me va muy bien en mi trabajo, pero amo mi tiempo libre, estar con mi gente. Sería incapaz de vivir 24/7 como artista. No digo que él lo viva así, pero a mí me encanta mi cerveza con mis amigos, enseñar a mi hija a montar en bici, verla crecer… Cuando a mí me tocó viajar a Estados Unidos –prosigue– dije que no, que no estaba dispuesto. Pero porque yo ya tenía una familia montada y David la ha ido montando después. De todas formas, él es excepcional. Para mí, uno de los mejores cantantes de la historia a nivel vocal. Es un grandísimo artista y tiene muchísima disciplina. Ha conseguido lo que se merece. Pero –añade– los otros concursantes que no han seguido sus carreras no dejan de ser triunfadores. Que les quiten lo bailao. ¿Cuánta gente puede contar lo que ellos han vivido? Han cantado dos veces en el Bernabéu, tres en el Palau Sant Jordi, han viajado en un avión privado, un Boeing 747, para ellos, y son historia de la televisión, de la música». Bustamante fue el concursante de «OT» que más exteriorizaba sus emociones, que no represaba el llanto. ¿Sigue llorando habitualmente? «¡Claro que lloro! –exclama–. A mí
se me llamó “llorón”, era como un arma arrojadiza, y hoy en día nos encargamos de decirles a nuestros hijos que los hombres también lloran… Fíjate la evolución de todo eso. Soy una persona sensible y me gusta ser así. Alguien de hielo no llega a los otros. Y las lágrimas de emoción son las más bonitas».]]
Es muy difícil que en un primer disco de plena creación, como es «Inédito», no haya demasiados elementos autobiográficos. Ahí está el caso de «Calma», que él ha definido como su «mejor balada»: «Esa canción no tiene tanto texto como otras, pero lo difícil es decir mucho con pocas palabras. Esa melodía me cayó del cielo. Terminé llorando cuando la grabé por primera vez». La letra de ese tema es como un puñal, hay un fondo de despecho. ¿Va dirigida a una persona con nombre y apellidos? «No, y te explico por qué. Yo vivo en un estado muy dulce. Hace siete años que conocí a mi chica. Y cuando amas a alguien, te inspira para lo positivo y para lo negativo, imaginando que no lo tuvieras. Sin saberlo, a mi chica le hago canciones de amor. Y no hace falta vivir algo negativo, de despecho, para plasmarlo. Por eso, esa canción no tiene nombre y apellido. Porque eso significaría que te sigue importando y no, yo vivo en paz. Estoy en un buen momento». ¿Está su hija Daniella presente en el disco? «Mi hija Daniella está en mí, e inevitablemente está en todo lo que hago. A ella le enseño mis cosas y le gustan, aunque también le gustan cosas propias de su edad».
Concluye David la entrevista con una honda reflexión sobre sí mismo: «Ya tengo 42 años. He vivido diez vidas, cosas muy, muy fuertes que quizá no estaban escritas para mí. Me encargué de borrar lo que estaba escrito y de reescribir mi historia. Cuando miro atrás y veo a aquel chaval de 19 añitos que salió de un pueblo… ¡Le tengo tanto que agradecer! Qué valiente fue. Cómo se atrevió a soñar en grande».
EL FUEGO ESTABA DENTRO
Javier Menéndez Flores
Se rompía aquel muchacho como si estuviera viendo por primera vez el mar, poniéndolo todo perdido de emoción, y lo hacía en «prime time», ante el escrutinio de millones de ojos. La imagen te podía conmover o chocar, pero certificaba que los tiempos habían mudado la piel y los chicos también lloran sin agachar la cabeza. Y en todas las ciudades mayúsculas del país, al igual que en un río de localidades medianas y diminutos pueblos sin apenas vías de escape para la imaginación, familias enteras se rendían ante él y el resto de humildes aspirantes a esa gloria relativa que dispensan los focos.
Un cuarto de siglo después, Bustamante asegura que su propensión al llanto no ha perdido músculo. En la corta distancia, sin embargo, te enfrentas a un tipo bien armado de ironía, espabiladísimo, que capea cada pregunta con la viveza de quien sabe que su trabajo es un juego muy serio. Quizá por ello desenfunda una guitarra en mitad de la charla y te regala una hermosa canción contra el bullying como si fueras una gachí a la que quisiera camelarse. Qué tío. La vida le ha enseñado que toda faena, incluso las que acontecen a puerta cerrada, es decisiva, y trata de mostrar lo mejor de sí en cuanto pisa la calle.
En San Vicente de la Barquera, donde la belleza jamás descansa, imaginaban Madrid como un laberinto de pasiones y daban por buena esa leyenda que sostiene que, si te confías en exceso, la noche te succionará con el ansia homicida de las arenas movedizas. Pero David andaba en otra y solía entornar los ojos desde la cúspide de un andamio por si divisaba los contornos del Santiago Bernabéu, y se juraba que algún día esa tierra desprovista de banderas y apellidos sabría de su existencia.
Los fines de semana, tras el partido de fútbol y el aperitivo que se prolongaba hasta que el sol se hartaba de esperar y echaba el cierre, el hijo del albañil se perdía en el Spider para emborracharse de sus héroes –Extremoduro, Los Burros, Fito, Manolo García– en la estruendosa compañía de Lipe, Zeto, el Babío, Aritz, Tegui, el Madrile, Mellines. Puede que entonces no lo supiera, pero poseía un tesoro cien veces mayor que el del conde de Montecristo.
La fama trajo consigo parné y holgura, aunque también algunas borrascas. Menos mal que quien se propone dejar atrás un túnel y rema con esa intención, suele encontrar la luz. Y hoy, tras vivir en veinte años lo que otros en ochenta, reina una calma que sepulta antiguos fragores. No necesita David tatuarse los nombres de Daniella y Yana para demostrarles su hondo amor, le basta con cantárselo siempre que puede, en privado y en público, y ellas podrían jurar que rara vez desafina.
Miente terriblemente el oráculo de Wikipedia cuando señala que Àlex ya no está, pues David habla con él cada día y se siguen riendo como lo hacían al cabo de cada gala o bolo. Puede que haya destinos distintos para dos hombres que nos aseguraron que compartirían uno solo, pero más temprano o más tarde todos nos veremos las almas en el mismo espacio infinito.
Venga, dile a Javián que le dé caña a ese pescaíto frito que ya te encargas tú del vino y las rosas. Sin espinas, naturalmente. Hay que cantar muy alto el privilegio de la amistad, que es una forma de amar sin más exigencias que las de acudir con un flotador en cuanto la barca de tu hermano de piel amenaza con hundirse.
Es posible descubrir, rebasados los cuarenta, que tu techo es mucho más alto de lo que creías. Le pasó a David: un día cerró los ojos y tropezó con palabras y melodías que llevaban años esperándole y, deseando quemarse, agarró fuerte ese fuego, tiró de él y le puso un lazo. Y ya nunca volverá a hacer un disco que no lleve impresa su sangre. P. D.: #TodosConValencia.