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Concierto
Dellafuente instala su paraíso andalusí en Madrid
El granaíno erige su culto en el Estadio Metropolitano ante 66.000 personas en la primera de sus noches en la capital

La puesta en escena era impresionante. En el centro del terreno de juego del Estadio Metropolitano se levantaba una réplica de un patio de la Alhambra, con sus fuentes y sus estructuras geométricas, focos de colores formando estrellas y celosías de esplendor andalusí. Cuatro torres de altavoces cerraban una medina digna de un Abderramán rapero flanqueado por cuatro enormes pantallas. Esperábamos (no sabíamos cuánto) a Pablo Enoc Bayo, conocido como Dellafuente, un absoluto ídolo generacional en su esperadísima primera actuación de las dos que tiene cerradas en el coliseo atlético en la capital.
Las dimensiones (y, ajá, el retraso de 40 minutos) cumplían a la perfección los estándares de un show internacional, aunque generaron cierto descontento. No tanto como el muy deficiente sonido, no del todo achacable al artista y su equipo. La visibilidad en muchas zonas de la pista no era la mejor y el retraso, bueno, aunque era difícil de explicar por la total ausencia de músicos, se olvidó tan pronto como Dellafuente hizo sonar el himno de la Champions antes de aparecer, sin chilaba pero con gorro de pescador y gafas de sol, para cantar "Bailaora" en la espantosa acústica característica del estadio futbolístico. Al comienzo del concierto no se le entendía ni hablando (no digamos cantando) y nada se corrigió en absoluto, a pesar de lo mayúsculo del espectáculo.

El misterio que rodea a Dellafuente es, sin duda, una parte de su encanto, su misterio, su aura, palabra de moda. El rapero ha sabido conectar masivamente hablando nada. Sus canciones retumban, en cambio, en altavoces que se encienden en los parques, las calles las plazas, los barrios. Dellafuente practica un estilo que es la intersección entre los ritmos urbanos del Caribe y los de nuestro trópico sureño, la mágica tierra junto a la Sierra Nevada. Hablo de bases de reguetón bajo melismas de Andalucía. Un cantaor sobre ritmos sincopados. En esa clave está escrita "13 preguntas", que descerrajaba el concierto con el cielo azul pálido todavía.
Casi parecía que poco importaba el sonido (o hacíamos como que no) si sirve un balbuceo para que más de 67.000 personas griten "Al vacío". Luego llegó "Otra noche en Granada" y la primera sorpresa de la noche. Su paisana -bueno, jerezana, de acuerdo- Judeline aparecía para cantar "Romero santo".

Con los tímpanos aún resonando tras la actuación de Natos & Waor en el Metropolitano y sin poder comparar con la presentación de Lola Índigo en idéntica atalaya, las diferencias de los raperos de Aluche con el talento granadino eran palpables. En el terreno de la producción, y asumiendo el enorme gasto de la pareja madrileña, la victoria era para el líder andalusí. Su puesta en escena quitaba el hipo, sencillamente. Hablando del público y por hacer sociología de baratillo, frente a la grada disciplinada, soldadesca de barrio, casi una guerrilla que quiere presentarse a sí misma como mas peligrosa de lo que es y que asistía a los primeros, la hinchada de Dellafuente paseaba una diversidad asombrosa que va de lo queer a lo fumeta (y ambas cosas), de lo perroflauta a las princesas de barrio, de las chicas bien con pendientes de perlas al macarrilla de extrarradio, es decir, sin extraer juicios, surgidos de los mismos parques y avenidas que los primeros. La militancia, no se me malinterprete, no está en discusión entre los seguidores del granaíno. Curiosamente, une a ambos artistas los guiños futbolísticos, lengua franca de la calle, en su estética, su universo, su merchandising: camisetas, bufandas (ay mare, a 38 grados) y banderas del Dellafuente F. C. hacían presencia por doquier. En cuanto al sonido, si el primero fue defectuoso, el segundo fue desastroso, siendo un lugar indigno para presenciar conciertos, y no conste animadversión alguna: no es el Bernabéu la ópera de París.
En fin, volvamos al show. Siguieron en el repertorio "Dile", "13/18" y "Ayer" antes de "Fosforito" con Lia Kali. Luego, "Romea y Julieto". La experiencia para el foráneo era más que discutible. No se entendió ni una palabra sumando todas esas canciones mencionadas pero, hasta ese minuto, nos aplicábamos lo que dicen: los que saben, saben. Pepe y Vizio se sumaron para "Flores" y "Flores pa tu pelo".

El voltaje subía, aunque la dicción y el sonido, no. Al revés. Encapuchado como un gazatí, Dellafuente cantaba "400 demonios" entre llamaradas. Una guitarra eléctrica y el autotune convertían "Agua" en un cañón sonoro, como la llamada a la oración de un muecín, una letanía ancestral reventando nuestros tímpanos. Rels B se sumó a "Buenos genes" para el delirio colectivo, aunque seguíamos sin cazar un solo verbo.
La situación era un tanto cómica: Dellafuente se dirigía a su público, pero era difícil entenderle. Pidió a sus fieles numerarse por adscripción geográfica y hasta eso costaba. Finalmente, ganó, por encima de su público madrileño, quienes gritaron a favor de Andalucía, aunque puede que celebrasen la primera palabra audible. De cualquier modo, el 99 por ciento del público no necesitaba eso siquiera. Nada paraba la fiesta en "Lo quiero ver" cuando el Metropolitano se convirtió súbitamente en una discoteca berlinesa. Un impresionante juego de luces y tremenda base techno hicieron apagarse hasta las fuentes de su reino nazarí para llevarnos a un planeta distante del futuro donde los musulmanes ganaron la Península. También en esos códigos se movía en "Lo que estoy pasando", saltando de estilos como quien se baja en la siguiente parada hasta "Cuentamelo".

El absoluto delirio llegó con "Manos rotas" que cantó junto a Morad. Juramos que no entendimos ni una sola palabra pronunciada o cantada durante dos horas pero al filo de las 2330 Dellafuente anunció algo así como una despedida y habló de su crecimiento personal. No podemos dar juramento de esto pero si de que el griterío celebró " Te amo sin límites". También podemos dar fe (cristiana y musilmana) de que el goce fue unánime. Quedaban para el final "Olvídame", "Te como la cara" y "Consentía". No hacían falta palabras para levantar un imperio.
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