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Elías Vivancos: «No compartimos ni la mujer, ni las patatas fritas»

«Nacidos para bailar» estará hasta el lunes en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía (Madrid). Después viajarán a Málaga y Barcelona.
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«Nacidos para bailar» estará hasta el lunes en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía (Madrid). Después viajarán a Málaga y Barcelona.
Siete hermanos, de 40, que de niños no pataleaban. Taconeaban. Llevan haciéndolo toda la vida y se les da «requetequetequetebién». Tienen los pies más rápidos del mundo. Y es que Los Vivancos nacieron para bailar. Su obra convierte el arte en espectáculo. Pura fantasía visual. Sudan sobre el escenario sus cuerpos fornidos. Demuestran que no existe lo que se puede o no se puede hacer, sino lo que se hace. Son capaces de taconear boca abajo, de realizar acrobacias que traspasan las fronteras de lo físicamente posible. Y levantan al público de sus butacas.
–¿Los Vivancos han nacido para bailar?
–Desde luego.
–Pero hacerlo en el suelo ya no es suficiente para ustedes.
–Siempre intentamos superarnos y encontrar nuevos retos. Nos colgamos boca abajo en estructuras de más de seis metros. Combinamos el toque circense del equilibrismo con la danza y con la música.
–En la vida no existe lo que se puede o no se puede hacer...
–Sólo existe lo que se hace. Desde que éramos pequeños nuestro padre nos enseñó que el no se puede no existe. Siempre hemos querido superar lo imposible.
–La vida es sueño, dijo Calderón de la Barca.
–Estamos viviendo un sueño. Desde niños hemos querido hacer algo juntos, aunque no sabíamos exactamente el qué. Hablábamos de un circo, de una película... cuando un sueño se hace realidad ya no se puede despertar. Hay que vivirlo con todas sus consecuencias, y eso conlleva una responsabilidad. Nunca se termina de luchar, todos los días se presentan nuevos retos.
–Su padre les enseñó que la vida se dividía en ciclos de nueve años.
–Sí. Era una persona muy inteligente, que estaba por delante de nuestro tiempo. Todo lo que nos dijo es cierto. Hace nueve años que estrenamos nuestro primer espectáculo, «7 hermanos». Atravesamos un momento de mucho éxito, pero también frágil. Si seguimos como estamos no seremos capaces de mantenernos. Empieza un nuevo ciclo, lo que no significa que aquí acabemos. Todas las grandes empresas deben cambiar a medida que crecen, y nuestro crecimiento ha sido vertiginoso.
–40 hermanos. Qué locura, ¿no?
–Para mí es normal. Tengo recuerdos muy felices de mi infancia, que no cambiaría por nada del mundo. Las personas que no tienen hermanos se relacionan de otra manera. Nosotros, al ser tantos, hemos sido una piña muy cerrada y no hemos tenido necesidad de abrirnos en ciertos aspectos.
–¿Qué recuerdos tiene de la infancia?
–De niño nunca me sentí solo, ni tuve miedo. Siempre estaba muy protegido y amparado. Cuando creces y te enfrentas solo ante determinadas circunstancias puedes tener dudas. La madurez te trae más dudas que la inocencia, que a veces es una gran virtud.
–¿Muchas peleas?
–Siempre nos hemos llevado bien. Jugábamos mucho, aunque si le preguntaras a mi padre seguramente te diría que era una locura.
–¿La hermandad une en el escenario?
–Por supuesto. Antes de formar el grupo trabajamos en muchas compañías con bastante reconocimiento, y nunca hemos sentido la energía de cuando estamos los siete juntos.
–Dan morbo a las mujeres...
–La danza y el flamenco son artes viscerales y pasionales. Entendemos la danza como los antiguos guerreros cuando bailaban antes de ir a una batalla. Bailamos como el animal macho. Una chica en Italia estaba enamorada de uno de mis hermanos y, para demostrarlo, quiso hacer en tacones alguna de nuestras acrobacias. Estuvo a punto de romperse la cabeza. La vorágine que desata todo esto se puede ir un poco de las manos.
–Pero han recibido algunas propuestas indecentes...
–Un caballero nunca cuenta sus aventuras.
–Como buenos hermanos, todo lo compartirán...
–No. Hay límites claros. La cuchilla de afeitar, el caballo, la mujer y las patatas fritas.
–Ostentan el título del récord Guinness al «taconeo más rápido del mundo». Imagino a sus vecinos de abajo...
–De pequeños no teníamos, pero lo que muchos disfrutan viéndonos en el escenario lo han tenido que sufrir otros sobre sus cabezas. Cuando estábamos en el conservatorio y compartíamos piso, el vecino de abajo nos echó agua con una manguera para que paráramos.
–¿Era el salón una pista de baile?
–El salón, el baño, el parque... hemos bailado en todas partes. En el conservatorio nos pasábamos bailando 24 horas al día. Los profesores nos regañaban por taconear en los pasillos. Una vez vino el casero, y habíamos roto una mesa. La pusimos en equilibrio sobre las patas para disimular. Pero se apoyó y se vino abajo.
–A su padre no le daría para zapatos...
–De pequeño no comprendes los problemas de los padres. Y cuando nos hacemos mayores no comprendemos lo que hicieron los padres para superarlos.
–¿Cada cuánto cambiaban de suela?
–Nos los íbamos pasando de unos a otros, pero hemos desgastado muchísimas suelas.