El Festival de Granada abre con el Bruckner de Petrenko
Quinta Sinfonía de Bruckner. Gustav Mahler Jugendorchester. Kirill Petrenko, director. Palacio de Carlos V. Granada, 7 de junio de 2024.
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La 73 edición del Festival de Música y Danza de Granada dio su pistoletazo de salida con la Quinta de Bruckner, bajo dirección de Kirill Petrenko a la Gustav Mahler Jugendorchester, uno de los conjuntos juveniles más destacados de la Europa que hoy votamos, en el Palacio de Carlos V de la Alhambra granadina. Supuso también la celebración de los 200 años del nacimiento de Anton Bruckner, quien definió esta sinfonía como su “obra maestra contrapuntística”. Una enfermedad le impidió estar presente en el estreno, que se había retrasado hasta abril de 1894, dieciocho años después de su composición y, de hecho, no llegó a escucharla jamás. Algunos han bautizado a la más ambigua de las sinfonías brucknerianas como “El Trágico” y creen que refleja las circunstancias adversas de la vida del compositor. Otros la llaman la “Católica” o la “Sinfonía de la Fe”, porque Bruckner despliega aquí muchos corales y para las orquestas es la “Sinfonía del Pizzicato”, lo que se entiende fácilmente al escucharla. Presenta una simetría que no se da en ninguna de sus otras sinfonías, por el tema que aparece en sus movimientos extremos y el manejo tonal en los centrales.
¿Cómo debutó Petrenko en Bruckner, porque la Quinta es su debut en él? Empezó admirando con el tema en los violines que abre el amplio primer movimiento, estableciendo un ambiente solemne y misterioso. Los casi cien atriles de la Gustav Mahler Jugendorchester, que creara Abbado en los años ochenta, parecían uno solo por los pianísismos que lograron hasta la llegada del climax. Oboe y pizzicato de las cuerdas abrieron el Adagio de forma serena y lírica, evolucionando en las dinámicas hasta una calma típicamente bruckneriana. El Scherzo, más ligero y jovial, con ritmos marcados y motivos repetitivos crearon una sensación de movimiento y vitalidad hasta el punto de que se podía llegar a pensar que los jóvenes instrumentistas lo apoyasen pateando. Y así habríamos podido llegar al triunfal y épico final iniciado por el clarinete, con su desarrollo gradual hacia un clímax denso, grandioso y hasta apabullante, al que ayudan trompetas y trombones en la creación de su atmósfera majestuosa. Pero no, algo había ido fallando y sólo en ese momento se pudo descubrir. Había ido faltando una continuidad, Petrenko había marcado en exceso los bloques sonoros, interrumpiendo su desarrollo en un continuo parar y volver a empezar. También faltó la monumentalidad de la arquitectura bruckneriana, su sonido casi de órgano en el enorme coral final y las trompetas nos hicieron volver a la realidad sin dejarnos la sensación de grandeza y celebración. La sinfonía le había durado apenas 68 minutos, frente a los 75 habituales, por no citar los más de 90 a los que llegaba Celibidache. Éste no había sido el Brukner de Anton sino el de Kirill. Tiempo tendrá para transformar ligereza en profundidad. Quizá le hubieran venido mejor Cuarta o Séptima para su debut.
Formidable la orquesta, que remató la sesión, ante el delirio del público, con el pasodoble “Amparito Roca”, tocado e interpretado con los músicos arrodillándose y saltando.