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Selvático animal
El Kanka: «El desencanto político que hay en la ciudadanía es antihumano»
El cantautor malagueño, que anda de gira por España, ya tiene grabadas las canciones del que será su séptimo disco de estudio

El Kanka, alias de Juan Gómez Canca, malagueño de 42 años, lleva más de tres lustros en la música, tiempo en el que ha publicado seis discos de estudio que son una reivindicación de estilo y un modo de acudir a terapia sin salir de casa. En 2021 se pudo permitir parar un año porque estaba «agotado» tras ofrecer más de 80 conciertos. Tiene ya diez canciones grabadas para su próximo disco, que saldrá a finales de este año o a principios del que viene, y atesora a su vez nuevos temas «para el futuro, porque nunca se sabe». En la conversación es expansivo y cercano, y ahoga reflexiones interesantes en risas sonoras. No teme a las etiquetas, pues tiene claro que lo suyo es canción de autor: «Yo soy un cantautor –afirma–. Incluso sin guitarra, fíjate lo que te digo. Una buena canción se defiende hasta sin guitarra. Puedo cantar “Yesterday”, de McCartney, a capela, y se sostiene. Siento que lo importante, por lo menos en mi búsqueda, es que la canción se defienda sin más, frente a otro tipo de música donde la canción es un suelo muy mínimo para que se sustente luego una producción de otras cosas. En la canción de autor lo importante es una voz propia. Mira Dylan, que ni cantaba ni tocaba ni nada y se defendía gracias a sus textos. Y para mí, el Robe es absolutamente un cantautor». Ha citado a Robe, que es un autor de tempestades, de extremos. El extremeño ha marcado su obra, pero El Kanka ha sabido ponerle su acento e impronta: «Es un tío al que he escuchado mucho –reconoce–, por eso no me importa que en alguna melodía o en alguna cosa concreta se vea algo de él. Incluso en mi disco “Cosas de los vivientes”, el último, la canción que lleva ese título la compuse directamente desde una especie de homenaje al sonido de Robe. Pero me parecería una puta mierda si no metiera ahí mi propio sello, si no me lo llevara a mi terreno. Porque no quiero ser un imitador de nadie, solo faltaría. Si Robe me ha calado, que estoy seguro de que sí, ha sido de una forma muy orgánica, simplemente, insisto, porque lo he escuchado mucho».
Madrid, oferta cultural única
El Kanka se introdujo en la música de una manera azarosa. Empezó económicas, luego decidió estudiar filosofía y se vino a Madrid con una beca, y sus comienzos fueron duros: «Yo llevé muy mal el primer año aquí –confiesa–. Vine con una beca Séneca de filosofía, me daban 500 pavos al mes. Y en Málaga, en aquella época, con 500 pavos al mes hacías cosas, pero en Madrid no hacías una puta mierda. Y me dije: vale, ¿cómo hago para conseguir algo más de pasta mientras estoy estudiando filosofía y guitarra clásica en el conservatorio? Porque yo me vine aquí por amor, por una novia que tenía aquí. Pero un poco con esa mentalidad de, joder, voy a ver qué pasa en Madrid con la música, qué es lo que se cuece, quiénes son los autores o los músicos de allí, cuáles son las bandas, la gente que está en el “underground” y cómo coño compagino todo esto. Viniendo de una ciudad como Málaga, que aunque es grandecilla, porque es como la quinta o la sexta de España, es muy amable y está todo cerca, y con ese clima, para mí fue muy hostil venir a Madrid, muy abrupto al principio. Pero después es un sitio en donde todos somos de fuera. ¿Cuánto le debe mi carrera a Madrid? –se pregunta–. Sé que en Málaga también hubiera compuesto canciones, aunque serían otras. Quizá me hubiera ido mejor, no lo sé, aunque no lo creo. Al final, aquí lo que más me sirvió es que hay una oferta cultural que no he visto en ningún lado. Ni en Barcelona, donde viví dos años también, ni en Latinoamérica. Nunca he visto un sitio en el que un martes haya los conciertos que hay en Madrid, es absurdo, tío, directamente. De hecho, yo tardé años en tocar aquí un fin de semana y en Málaga no había tocado nunca en mi vida entre semana. Ese contraste era una cosa loquísima. Madrid es una ciudad que no duerme nunca».
«Una buena canción se defiende hasta sin guitarra»
En el curso de sus viajes, el músico ha pasado del barroquismo a la sobriedad: «Al principio, quería que cada verso fuera increíble, superingenioso, y me curraba mucho todo eso, musicalmente también. Jugaba mucho con los ritmos, con los sonidos y con las letras. Y ahora mi curro como autor lo veo como si podara, no tanto como si añadiera cosas. Hay una paranoia y voy a intentar quitarle cosas para alcanzar la belleza. Del “horror vacui” al minimalismo, sí, tío, totalmente. Esa es mi evolución. Porque lo que me ha ido gustando por el camino, cada vez más, es la sencillez».
«En Madrid hay una oferta cultural que no he visto en ningún lado. Ni en Barcelona ni en Latinoamérica»
Terminamos hablando de política y, más allá de los escandalazos actuales, no oculta su decepción con la deriva que ha ido tomado en los últimos años: «Mira, tío, sigo votando, ¿vale? Pero me da mucha rabia no votar prácticamente nunca con convicción –explica–. Voto pensando que lo hago al menos malo. Ha habido políticos que me han gustado un poco más, pero hace muchos años que no voto con convicción absoluta. He pensado alguna vez en no votar, como acto contestatario, pero siento que sería peor. Yo estudié Filosofía. La política empezó en Grecia como una forma de organizarse, “vamos a organizarnos, somos un montón de gente”. El ser humano es un ser solidario, un ser social, no va solo. Hasta que no tenemos unos pocos años no nos sostenemos ni nuestra propia cabeza. Entonces tiene sentido que nos unamos e intentemos hacer algo juntos, así empezó la política. Y a día de hoy hay una división entre la clase política y el ciudadano que es un poco absurda y que creo que es el gran mal. ¿Cuáles son los porcentajes de abstención en los países? Me parece muy grave y es una putada. A veces quiero ser un “outsider” total, irme a vivir al monte y que no me coman la cabeza, pero no lo hago, ¿eh? Hago mi ejercicio de responsabilidad como ciudadano de intentar enterarme un poco de lo que está pasando y ver si tiene sentido votar y si es mejor votar a uno a otro, qué cosas se pueden hacer y todo eso. Pero lo que más rabia y pena me da es el desencanto político que hay en la ciudadanía en general, cuando eso es antihumano, tío, y es muy grave», concluye.
[[H2:El poder de las kanciones]]
Javier Menéndez Flores
Al apellido materno le sentaban bien dos kas contestatarias, y fue así, tras ese doble relámpago de rebeldía, como Juan se transmutó en El Kanka. Pero algunos años antes, en la playa de la Misericordia, la vida consistía en rebozarse en arena y auscultar el mar con los ojos llenos de sueños imposibles, los únicos que merecen ser perseguidos. Evadirse de la grosera realidad y de las leyes de los mayores era la más noble aspiración para un adolescente, y los amigos, entonces, eran deidades cuya luz cegadora parecía que no se iba a apagar nunca.
En Doctor Desastre, aquel no-grupo, cabían los colegas y los colegas de los colegas, y así pasó que aquello era el camarote del tronado Groucho y sus taradísimos hermanos, puro tumulto en vena. Y dado que el dinero no daba para tanta boca, no quedó otra que emanciparse y cantar –perdón, kantar– el repertorio propio allá donde fuese posible y sin más compañía que una guitarra con caries y una colección de cicatrices made in Málaga. Había algo ahí de doble o nada y de torero, aunque también podría traducirse como el bronco camino del arte.
Y en Madrid te esperaban el amor con pan y cebolla y el trajín fenomenal de las aulas y los trabajos primeros (Cantoblanco-Santiago Bernabéu-Ferraz), que aunque molían la osamenta se sobrellevaban con la fuerza invencible de los veintitantos. Pero enseguida llegaron los concursos, que te reportaron medallas de oro, un nombrecito y un trampolín desde el que saltar hacia esas aguas de la incertidumbre en las que con tanta soltura te has movido siempre. No haber hecho otra cosa desde entonces que inventar kanciones y kantarlas acredita que la jugada te salió de sobresaliente alto.
Triunfar, hoy lo sabes, no era hacerse tan famoso como un jugador del Real Madrid sino vivir sobradamente de kantar tus obsesiones todos los martes, ya fuera en el Búho Real, en Libertad 8 o en la Galileo. Entre la pana y los rubíes hay un océano de grises y rojos chillones y de humanos con hambres distintas, pero igual de necesitados de la medicina total que es el amor. No llueve de la misma manera en Usera que en el barrio de Salamanca, aunque los hay que andan apretadísimos y apenas se quejan y otros que en vez de caminar, levitan, y de sus bocas no salen más que truenos. Cosas de los vivientes, esos grandes enigmas con patas.
Y qué lejos nos quedan el trap y el reguetón, Juan, esa ensalada de eructos a la que nos acerca cualquier emisora implacable. Ojalá existieran los videoclips mudos, como apuntó aquel sagaz amigo. Pero mueran los prejuicios siempre, porque cuando escuchabas el «Que te follen» de La Cabra Mecánica tu padre no entendía nada y a ti bien que te importaba un huevo. Menos mal que siempre os quedaba Sabina, al que ambos paladeabais juntos como si fuera un Macallan reserva, y puede que lo fuera.
La emoción y la belleza están contenidas en un cuarto de hora, lo que se tarda en escuchar del tirón «Mediterráneo», «Yesterday» y «El poder del arte». Una buena canción –perdón, kanción– es una alfombra voladora que te traslada en solo segundos a una playa o a ese cruce de calles en el que sentiste latir tu corazón con tanta fuerza que pensaste que ibas a morir. Hay noches olvidables y mañanas en las que nada más abrir los ojos necesitas comprarles un par de claveles a Juan y a Micaela. Seguro que eso ya lo ha kantado alguien. Porque todo, todo, todo está en las kanciones, benditas sean.
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