Los Borgia, de moda otra vez
Crítica de ópera / Apertura de temporada de la ABAO. «Lucrecia Borgia», de Donizetti. Voces: E. Mosuc, C. Albelo, M. Mimica, T. Lervolino, M. Atxalandabaso, etc. Dir. escénica: F. Belloto. Dir. musical: J. M. Pérez Sierra. Pal. Euskalduna, 22-X-2016.
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“Lucrecia Borgia” es el título que ha inaugurado la temporada de ABAO. No es ópera desconocida en el Euskalduna, ya que se ofreció en 2001 con dirección escénica de Emilio Sagi, quien próximamente se encargara de esta obra en el Palau de les Arts. Unos grandes pilares, algunos elementos accesorios para ubicar la acción y un vestuario de época ayudan a intentar describir un libreto imposible desde el mismo inicio en el cual Lucrecia contempla dormido al que resulta ser su hijo. La versión de Belloto realza la figura de la Iglesia y emplea el final en el que, tras la muerte del hijo, Lucrecia aborda una cabaleta. No es el mejor título donizettiano, pero reúne interés y momentos de nivel que justifican su programación cuando se tiene una gran soprano.
La obra sirvió para el despegue internacional de Caballé en 1965 en Nueva York sustituyendo a Marilyn Horne. Sorprendente que entonces se pensase en una mezzo y que siempre la escuchemos con una soprano.
Elena Mosuc, soprano ligera, sobresale en los momentos en los que ha de brillar la coloratura, concretamente en la cabaleta final “Era desso il mio figlio”, quedando por debajo cuando se requiere una mayor densidad vocal central. Celso Albelo bordó el aria “T’amo qual s’ama” y el último dúo con Lucrecia “Tu pur qui” en una demostración de lo que es el belcanto por su elegancia en el fraseo, musicalidad y facilidad en las notas altas. Sin duda el mejor de la representación. Marko Mimica es un joven barítono de importante caudal vocal al que aún ha de dotar de mayor flexibilidad y al que se vislumbra futuro. Teresa Lervolino cantó con gusto pero la voz no corre en un sitio con la lejana acústica del Euskalduna. Ha de mencionarse la impecable actuación de Mikeldi Atxalandabaso, casi convertido en un Piero di Palma de nuestros días y un lujo como Rustighello.
Concertó José Miguel Pérez Sierra, maestro apreciado en ABAO y en su foso y sirvió eficazmente a los artistas buscando los tempos más convenientes para quienes estaban en el escenario, dejándoles cantar sin que la orquesta les apagase. Toda la última media hora resultó una exhibición belcantista, justamente valorada por el público.